EDITORIAL

El peligro de ser

un “pato rengo”

En los Estados Unidos, al presidente que está por cumplir su mandato y sus posibilidades de reelección no son ciertas, se le dice “pato rengo”. La calificación tiene un leve toque de humor, pero es muy probable que a la persona que va dirigida no le cause mucha gracia porque sabe que la condición de “pato rengo” es la antesala de su desaparición de la política.

En nuestro país, donde el sistema presidencialista está reforzado por las vocaciones mesiánicas de presidentes que si por ellos fuera se eternizarían en el poder, la calificación de “pato rengo” no sólo no es considerada graciosa sino que es juzgada como un agravio u ofensa.

Sin duda en el caso de los Kirchner es así, ya que a su reelección la han llegado a considerar casi como una reivindicación personal y cada uno de sus actos está motivado por esa suerte de obsesión por mantenerse en el poder durante un largo período histórico.

En términos menos pretenciosos, la condición de “pato rengo” nunca es deseable porque no sólo no hay futuro político para quien cae bajo esa designación, sino que, además, el poco poder político que le queda se le esfuma como agua entre los dedos. Dicho con otras palabras: si efectivamente la gobernabilidad sólo se asegura ejerciendo el poder, un “pato rengo” puede tener serios problemas para cumplir su mandato con cierto decoro, en tanto que a medida que pierde poder pierde también la lealtad de sus colaboradores, mientras sus adversarios se sienten autorizados a ser más severos con sus críticas.

En democracias consolidadas, esta situación no genera demasiados problemas, porque mal que bien, el mandatario concluye su mandato, un objetivo que en el caso -por ejemplo- de Estados Unidos después del tercer año de gobierno quisieran cumplir con la mayor rapidez posible, porque todo presidente sabe muy bien que el principio sostenido por el líder italiano Giulio Andreotti de que “el poder desgasta a quien no lo tiene” puede que sea algo cínico pero es, en primer lugar, verdadero.

Esta verdad es la que intuyen los Kirchner, porque suponen con cierto fundamento que cualquier signo de debilitamiento podría ser el pretexto de una acelerada deserción de leales. Las tradiciones políticas del peronismo en ese sentido no son tranquilizadoras para nadie. Las actuales relaciones “carnales” que los Kirchner mantienen con personajes como Moyano o el propio Scioli, en un contexto de debilitamiento de poder y de la autoridad, podrían enfriarse rápidamente. Es en ese sentido que debe interpretarse el comportamiento a veces ansioso, a veces crispado de los Kirchner.

La permanencia en el poder exige por lo tanto el ejercicio de más poder. El problema es que esta pretensión puede sostenerse hasta un límite. En todos los casos -y sobre todo en sociedades democráticas-, la titularidad del poder en algún momento se pierde y los Kirchner no deben olvidar que a los grandes estadistas, la historia no sólo los juzga por lo que hicieron para conquistar y mantener el poder, sino cómo lo perdieron y cómo se comportaron cuando debieron regresar al llano. Los casos de Alfonsín y Menem en ese sentido son paradigmáticos.