“Luz silenciosa”
Y la vida continúa

Maria Pankratz y Cornelio Wall, los amantes de la película escrita y dirigida por Carlos Reygadas.
Foto: Agencia Télam
Laura Osti
El director mexicano Carlos Reygadas gusta de desafiar al espectador con propuestas que lo saquen de los moldes convencionales de la taquilla de moda y apunta al pensamiento (sin descuidar la estética), obligando a solicitar su auxilio casi a los gritos para tratar de entender el mensaje.
No se sabe si el pensamiento finalmente nos resolverá el problema, pero lo interesante del caso es que se pone en acción y empieza a darle vueltas al asunto y eso ya de por sí es un gran logro.
En “Luz silenciosa”, Reygadas asume una aventura original: se fue al norte de México (su patria) a convivir con una comunidad Menonita, que como todos saben, es una comunidad religiosa surgida en Suiza en el siglo XVI muy cerrada y conservadora. Lo sorprendente de esta experiencia es que no solamente lo aceptaron al cineasta sino que los mismos Menonitas (que no admiten ni la televisión ni el cine en sus vidas cotidianas) son los actores (no profesionales) en la película. Y eso no es todo, el guión refiere a la relación amorosa de un jefe de familia con otra mujer y los trastornos que eso les trae a todos, especialmente a su esposa.
¡Qué manera de debutar en cine, para los Menonitas del norte de México! Los espectadores debiéramos agradecer esta generosidad, porque la cámara de Reygadas nos permite conocer un poco de ese mundo tan autorreferencial y tener un contacto casi documental (aunque se trate de una ficción) de un modo de vida que durante siglos permanece ajeno a lo que ocurre en el resto del mundo, al menos, en las cuestiones domésticas.
El lenguaje cinematográfico al que apela Reygadas se construye a partir del uso de muchos planos secuencias o planos fijos, que dan una idea muchas veces de inmovilidad casi aplastante... y sin embargo, se mueve. Hay vida, algo pasa. La lentitud y la aparente pasividad de estas personas pacíficas y silenciosas, contrasta con la naturaleza, que sigue su ciclo a su alrededor, en permanente transformación. En tanto que, en algunos detalles, se empieza a percibir que el mundo exterior ha comenzado a filtrarse y a provocar algunas concesiones, incipientes.
El protagonista, Johan, casado con Esther, con quien tiene seis hijos, se enamora de Marianne, con quien mantiene una relación paralela, pero no oculta. Un clásico triángulo amoroso, atravesado por la culpa y el dolor, que a pesar de los modos muy refinados y hasta delicados de la comunidad para asumir estas cuestiones, no podrá evitar estallar de manera trágica.
Sin embargo, la crisis, que era previsible, tendrá al final una vuelta de tuerca casi milagrosa, que deja sobre ascuas al espectador, abriendo grandes interrogantes acerca de la naturaleza de la situación. De todos modos, no hay que exigirle a Reygadas fidelidad a un discurso realista, porque se mantiene en un plano entre poético, místico, metafísico y alegórico. Un plano donde los milagros también existen, donde todo es posible, aun cuando en apariencia todo se repite siempre igual a sí mismo, sin alteración.
Coherencia narrativa y expresiva
“Luz silenciosa” es una película que da mucho que hablar a los cinéfilos, que reconocen en ella un tributo a Dreyer, el director danés fallecido en 1968, y también resabios de Bergman, entre otras influencias, aspectos que para algunos es una virtud y para otros, un defecto. Sin subestimar esos datos, ni ignorar los vasos comunicantes, la película vale por sí misma y tiene un principio, un desarrollo y un desenlace de una coherencia narrativa y expresiva digna de elogio.
Reygadas consigue una correspondencia muy calibrada entre forma y contenido, donde cada detalle, cada diálogo, cada escena, comunica algo y encaja en un todo significativo de gran interés.




