Un pueblo que desapareció como canela en arroz con leche

Una santafesina investigó sobre la historia y la supuesta desaparición de los negros en nuestro país, pero también sobre aquellos afroargentinos que tuvieron un rol importante en la literatura de la negritud.

TEXTOS. MARIANA RIVERA. FOTOS. MAURICIO GARÍN Y EL LITORAL.

Un pueblo que desapareció como canela en arroz con leche

Muchas palabras de origen afro quedan en nuestro léxico, como chinchulín o mina.

“¿A qué cielo de tambores y siestas largas se han ido? Se los ha llevado el tiempo, el tiempo que es el olvido”, advertía el escritor Jorge Luis Borges al hablar de los negros que vivían en nuestro país, mientras que José L. Lanuza escribía: “Acabaron por disolverse en ella como una pizca de canela en el tazón de arroz con leche”.

Con estos versos, Elena Gandolla -profesora de inglés y español como lenguas extranjeras, que recién finalizó un masters en estas materias en la Universidad de West Virginia, Estados Unidos- sintetizó dos investigaciones que realizó sobre la historia y la herencia “de los olvidados afroargentinos”, como denominó a las familias africanas que viven en nuestro país e, incluso, en el barrio Santa Rosa de Lima de nuestra ciudad.

De paso por su ciudad natal y antes de viajar para radicarse en Gales, la docente de 33 años quiso dar a conocer este trabajo porque “hay muchos mitos, como que los negros desaparecieron por la fiebre amarilla de 1871 o en la guerra contra el Paraguay”, pero también porque “muchos dicen con orgullo que no hay negros en la Argentina y eso me desespera”.

Según explicó, “los afroargentinos son pocos en comparación con otros países latinoamericanos, pero existen y ocupan un lugar relevante en la cultura nacional. Fueron una parte muy importante de nuestra historia, hicieron mucho por el país. Me extraña que haya tan poco interés en saber qué sucedió. Ésto no se enseña en la escuela y sólo se dice que “había’. La negación de la africanidad en Argentina nace en el siglo XIX como producto del deseo de convertir a Argentina en un país esencialmente blanco y europeo”.

“Por eso -admitió- los afroargentinos eran una cuenta pendiente que tenía; un tema que siempre me estaba rondando por la cabeza porque tenía curiosidad, y mi misión también era hacerlo saber para aportar mi granito de arena y romper varios mitos que hay alrededor de ellos”.

DERRIBANDO MITOS

Cuando Elena propuso este tema de investigación a su profesor éste le comentó que había negros en Argentina. Sin embargo, ella comenzó a indagar en Internet y en la biblioteca de su universidad “con una desesperanza terrible pensando que no iba a haber nada y encontré de todo. Ubiqué en West Virginia un libro de un norteamericano (George Reid Andrews) que vino a Argentina e hizo la investigación más completa sobre este tema en el país”.

Con toda la información recopilada, Elena decidió realizar un primer trabajo sobre la historia de estos negros en Argentina y otra sobre la literatura afrohispana, escrita por ellos o que habla sobre ellos, incluso de autores santafesinos.

“Cuando llegué a la Argentina me dije que sería interesante que se dieran a conocer estos trabajos porque hay muchos mitos” que hay que desterrar, aseguró. Uno de ellos hablaba de que los negros habían desaparecido del país por la fiebre amarilla de 1871 o en la guerra contra el Paraguay.

Sin embargo, Gandolla los derribó: “El libro dice que en la guerra contra el Paraguay sólo había un batallón de negros, motivo por el cual no puede haber causado la desaparición de éstos. Respecto a la fiebre amarilla, da el número de muertos negros que había, porque ya se contabilizaban, o sea que tampoco era ésta la causa”.

Y argumentó: “Lo que sucedió fue el blanqueamiento dispuesto por los gobiernos y la discriminación posterior a la liberación de los negros. Fue tan terrible que hasta los propios negros trataron de mezclarse para no tener que sufrir discriminación. Algunos se fueron a Uruguay (no a Brasil como rezaba otro mito, porque el clima era mejor allí) porque ahí el ambiente era menos discriminatorio y había más tolerancia, y por una cuestión de idioma. En realidad, había discriminación pero no tan terrible como acá”.

Y agregó: “Otro de los mitos era que los negros sólo estaban en Buenos Aires, ciudad puerto que los recibía, pero se sabe que también había en Córdoba, Salta o Santiago del Estero, entre otros. Incluso, se decía que en el noroeste argentino había negros que hablaban quechua, según contaron algunos historiadores. Esta presencia africana en el interior provocó un considerable proceso de sincretismo con los indios y así nuevas categorías raciales se formaron”.

EL BLANQUEAMIENTO

Según contó la investigadora, “en Argentina se veían muchos negros en los corsos, en los carnavales, hasta que un día los blancos decidieron hacer la comparsa de los blancos-negros, que eran blancos disfrazados de negros, pero en un tono burlón. Eso no le gustó a la comunidad afroargentina y así fue como se fueron mezclando; a ésto se agregó una decisión del gobierno de la época de parecerse lo más posible a Europa, donde negros no había”.

En este sentido, advirtió que “era un problema el tema de la raza negra. Cuando hacían los censos, la raza negra no figuraba entre las opciones -como parte de un proceso de blanqueamiento- pero había diferentes categorías, como los trigueños y los pardos, entre otros. Otra de las categorías que había era “saltopatrás’, que era el hijo que había nacido más negro que los padres. Imaginate lo que debe haber sido la discriminación en esa época”.

Y agregó: “Había una necesidad de blanquear pero también había una cuestión científica para que se pensara de esa manera. No querían ni indios ni negros: los primeros estaban más relegados y mezclados pero los negros eran más visibles. Así fue como muchos presidentes se dedicaron, de a poco, a ir blanqueando la población. No hubo asesinatos sino una discriminación muy sutil”.

QUEDAN MUY POCOS

Sin embargo, Gandolla advirtió que “desde 2000 empezó a haber un renacimiento de este tema y el Conicet hizo un censo genético en dos barrios: San Telmo -en Buenos Aires- y Santa Rosa de Lima -en Santa Fe-, adonde se sabía que había comunidades afrohispanas. Descubrieron que un 2% de la población de esos barrios tiene genes aborígenes, pero la gente no lo sabe. Cuando uno le pregunta si un abuelo suyo era de esa raza, muy pocos lo admiten porque le contaron. Además, hay mucha ignorancia en la gente porque estamos convencidos del blanqueamiento que produjeron algunos presidentes. Realmente funcionó porque en el inconsciente colectivo quedó la idea de que en la Argentina no hay negros”.

Por último, comentó que “en 1930, la población se había reducido drásticamente. Hay pocos descendientes puros en Argentina y aparecen en la época del carnaval, cantando los candombes que les habían enseñado sus abuelos, por transmisión oral. En Santa Fe son muy pocos los que quedan y están en Santa Rosa de Lima, un barrio que tiene muchos problemas y no son visibles, tampoco. Los han relegado siempre a la pobreza y a la invisibilidad. Sin embargo, en Uruguay la comunidad afro es muy activa y visible”.

LITERATURA DE LA NEGRITUD

Respecto a la actividad literaria, mencionó que “había mucha en la Argentina; incluso, los afrouruguayos iban a Buenos Aires y hacían sus publicaciones. En general los escritores eran hijos de blancos con una negra, que tenían acceso a la educación y por eso había muy pocos negros. Les gustaba mucho la payada y eran expertos en eso. Gabino Ezeiza era uno de los payadores más importantes que tenía la Argentina, que era negro o mulato”.

Y acotó: “Hay más material en Argentina de blancos que hablan de negros que de los mismos negros. Se llama literatura de la negritud y trata sobre el tema de la esclavitud y de lo que significa ser negro en América Latina. En Argentina hay muchos autores blancos que escribían sobre las costumbres de los negros y la forma en que hablaban, de sus tristezas. Encontré cuentos y poemas cortos pero no hay novelas”.

APORTES A LA LENGUA

Elena Gandolla también quedó admirada por el aporte realizado por este pueblo afro respecto a la lengua. “Me interesaron mucho las palabras que usamos y que tienen origen africano, como el chinchulín. Las negras eran las achuradoras: abrían las vacas y sacaban las achuras. Eran las encargadas de hacer distintos platos con ellas como el chinchulín o la tripa gorda. Ésta es una comida afroargentina, entre otras. Además, en la cocina típica argentina encontramos otras comidas que tienen su origen en costumbres culinarias afro como el mondongo, la mazamorra, el locro y el dulce de leche”, explicó.

Asimismo, mencionó que “en la lengua castellana del Río de la Plata observa una gran cantidad de palabras de origen africano, como arrorró, batuque, bombo, bujía, cafúa, candombe, conga, dengue, malambo, mandinga, marimba, marote, matungo, mina, milonga, mondongo, mucama, quilombo, tango y tarima”.

4_MG.jpg

Elena Gandolla es una santafesina que hizo un masters en inglés y español en Estados Unidos.

VENDEDORES Y CRIADOS

Los inmigrantes negros de Argentina se dedicaban a diferentes tareas para subsistir como las agrícolas; eran criados en casas de familias adineradas (cocina, limpieza y lavandería); o eran artesanos, zapateros, sastres o barberos.

En Buenos Aires los esclavos eran vendedores ambulantes de empanadas, escobas y plumeros, velas, etc.. También se encargaban de la exterminación de pestes, de la carga y descarga de productos en el puerto.

Las mujeres lograban juntar dinero como lavanderas y como “achuradoras”, extirpando las vísceras de los animales que luego compartían con las familias sin recursos. El chinchulín, tan conocido en Argentina en el asado, es herencia directa de los afroargentinos.

trabajo

+datos CONTACTO

Quienes se quieran comunicar con la Prof. Elena Gandolla pueden hacerlo a través del e-mail: [email protected].

3.jpg
2.jpg

El gobierno nacional inició un proceso de blanqueamiento de la población en el siglo XIX.

Ya no hay negros botelleros,

ni tampoco changador,

ni negro que vende fruta,

mucho menos pescador;

porque esos napolitanos

hasta pasteleros son

y ya nos quieren quitar

el oficio de blanqueador.

Ya no hay sirviente de mi color

porque bachichas toditos son;

dentro de poco ¡Jesús por Dios!

bailarán zamba con el tambor.

(*) Anónimo, probablemente de fines del siglo XIX.