Brasil, un vecino para capitalizar

 

Se sabe que la relación de Argentina con Brasil es tan compleja como inevitable. Así lo enseña la historia y lo convalida el presente. A lo largo del siglo veinte, las relaciones diplomáticas han sido ásperas en algunos tramos y cordiales en otros. Ambos países compitieron por el liderazgo de esta parte del continente. Hoy, esta competencia ha perdido sentido por varios motivos, entre otros, porque el desarrollo económico de Brasil que lo ha transformado en la octava potencia industrial del mundo, saldó a su favor la tradicional competencia. Este dato nos puede resultar desagradable o herir nuestro orgullo nacional, pero no por ello deja de ser verdadero.

Hay un amplio consenso diplomático y político en admitir que las relaciones en la actualidad son asimétricas. Pero también hay acuerdo en reconocer que ambos países se necesitan. Así lo termina de expresar hace pocos días el presidente Lula. La vecindad, la tradición histórica, la complementación en algunos segmentos de la economía, transforman a esta asimetría en necesaria. El déficit del comercio argentino con Brasil, cuya cifra asciende a unos 34.000 millones de dólares anuales es un problema para Argentina pero no altera esta relación.

Desde nuestra perspectiva, todo lo que se haga por intensificar estas relaciones será siempre bienvenido. Para que ello sea posible, se impone una política de Estado coherente y que vaya más allá de las vicisitudes de la coyuntura. Se sabe que toda relación diplomática hay que construirla con paciencia, decisión e inteligencia. Ser el vecino de la octava potencia industrial del mundo debe ser una ventaja no un perjuicio. La diplomacia Argentina debe asumir con realismo el rol preponderante de Brasil no para someterse sino para aprovechar los posibles beneficios.

Asimismo, el reconocimiento de la realidad incluye el rechazo a toda exageración. Brasil con sus 180 millones de habitantes y su economía industrial es más fuerte que la Argentina en algunos aspectos, no en todos. Para ubicar las relaciones en su exacto lugar, no perdamos de vista que su economía representa la décima parte de la de Estados Unidos y está por debajo de la de Italia y supera en muy poco a España. Sus dificultades sociales son en muchos aspectos más serias que las nuestras. Como lo dijera un sociólogo de San Pablo, “todavía sigue siendo mejor ser pobre en la Argentina que en Brasil’.

Atendiendo esta realidad queda claro que lo que importa es una diplomacia eficaz. Brasil, por ejemplo, aspira a ser integrante del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿Qué nos corresponde hacer? ¿Acompañar este reclamo o bloquearlo? Alternativas como éstas se presentan con frecuencia y depende de nosotros aprovecharlas para establecer una relación positiva que satisfaga nuestras expectativas nacionales. Los beneficios que de allí se derivarían son muy importantes como para desatender esta relación o no darle la trascendencia que se merece.

Se sabe que toda relación diplomática hay que construirla con paciencia, decisión e inteligencia. Ser el vecino de la octava potencia industrial del mundo debe ser una ventaja no un perjuicio.