Una viajeraen busca de sí misma “Comer, rezar, amar”

Basada en un best seller de sesgo autobiográfico, la película cuenta las peripecias de una mujer que, tras una ruptura matrimonial, decide encontrarse “a sí misma” planificando una serie de viajes reveladores.
Foto: Télam
Comer, rezar, amar. Procedencia: EE.UU., 2010. Título original: “Eat, Pray, Love”. Reparto: Julia Roberts, Javier Bardem, Billy Crudup, James Franco, Richard Jenkins, Viola Davis, Mike O’Malley, Luca Argentero y otros. Dirección: Ryan Murphy. Guión: Ryan Murphy y Jennifer Salt, basado en la novela de Elizabeth Gilbert. Fotografía: Robert Richardson. Música: Dario Marianelli. Edición: Bradley Buecker. Diseño de producción: Bill Groom. Distribuidora: Sony Pictures. Duración: 133 minutos. Se exhibe en Cinemark.
Rosa Gronda
Liz (Julia Roberts) es una escritora y periodista estadounidense a la que le fascina viajar y conocer lugares y gente. Le va bien en su trabajo pero no en su matrimonio, que a pesar de todo ya suma ocho años. La película empieza con el desconcierto de la protagonista ante el silencioso naufragio del vínculo conyugal al que dedicó sus mayores expectativas hasta llegar a un presente que los encuentra sin hijos ni proyectos en común. Él aspira a seguir estudiando y ella, a viajar: guarda una caja repleta de libros y revistas con imágenes y relatos de lugares que aspira conocer antes de morir.
Luego de consultarlo con sus amigas y recordar fallidos intentos anteriores para reflotar su relación de pareja, resuelve pedir el divorcio, colocar todas sus pertenencias en pocas cajas y partir, recordando el chiste de “quien le reza siempre a un santo para sacarse la lotería pero sin comprar jamás un billete”, ella decide sacar tres pasajes: a Roma, a la India y a Bali.
Basada en el libro de memorias de Elizabeth Gilbert, un best seller autobiográfico que justifica el nombre del personaje (Liz), tiene a su favor secundarios simpáticos, frases y diálogos rescatables a partir de un humor especial, en tanto tamizado con la melancolía por la que atraviesa el personaje.
La protagonista realiza un camino de aprendizaje que la lleva a dejar su rutina asegurada, para que la misma experiencia del viaje -externo e interno- la conduzca al reencuentro consigo misma. Como la angustia le ha quitado hasta el deseo de comer, elige en primer lugar Italia, donde la comida y hasta el idioma parecen contagiar la sensualidad a flor de piel de sus habitantes, más inclinados al “dolce far niente” que los americanos. Allí hará amigos que la apoyarán en las etapas siguientes: la búsqueda espiritual en la India y la amorosa, en la isla de Bali.
Simpático collage
La película se inscribe en el tan vigente subgénero “made in Hollywood”, de comedia romántica con marcado protagonismo femenino, pero se diferencia en no poner el acento en el alocado lujo, consumismo y derroche -al estilo de las banales féminas de “Sex and the city”-, sino (aunque con cierta ingenuidad) en una búsqueda interior que incluye una cuota de solidaridad y de misticismo new age.
Con un generoso presupuesto de 60 millones de dólares, que permite la presencia de megaestrellas como Julia Roberts y del galán español Javier Bardem, la historia transcurre en bellos exteriores turísticos, registrados por la cámara de Robert Richardson, responsable de la fotografía de filmes relevantes, como “El aviador” y “JFK”.
La dirección está en manos de Ryan Murphy (muy conocido por su serie “Nip/Tuck”), quien aquí combina gastronomía, sentimientos y espiritualidad, en un molde que mixtura comedia romántica y manual de autoayuda. Con un anclaje muy fuerte en la mirada de la protagonista (a Julia Roberts le calza muy bien su personaje), la película también construye escenas planificadas para el lucimiento de los distintos intérpretes secundarios que van apareciendo en el camino: un gurú desdentado y predictivo, un maduro arquitecto tejano con pasado doloroso, una amiga sueca que descubre el amor en su profesor de italiano y la madura administradora de una destartalada pensión romana, entre otros.
El film resulta un collage simpático de pintoresquismo turístico, clisés de autoayuda y aspectos humorísticos que lo hacen disfrutable, como la charla en italiano con la encargada de una pensión romana, algunos episodios en el ashram (que recuerdan los bloopers de los desconcertados hermanos que recorrían los monasterios zen de la comediante alemana Dories Dorrie) y, sobre todo, la escena de la boda propia evocada a partir de otra, cuando en una escena casi documental de una ceremonia hindú, la protagonista recuerda la fiesta de su propio casamiento que deriva en efectos donde los efectos risibles de la comedia se desarrollan a sus anchas.




