Los noventa dejaron su huella
José Curiotto
Cuesta encontrar enfoques novedosos a la hora de analizar la inseguridad y la violencia que sacuden a una ciudad como Santa Fe y a otras urbes importantes del país. Es que ya se ha teorizado suficiente sobre un problema que, lejos de ceder, se agrava.
Dicen que las estadísticas suelen ser tiranas y que no siempre reflejan lo que realmente ocurre. Y es cierto. El hecho de que se produzcan diez homicidios más o diez homicidios menos, durante un período de tiempo determinado, no significa necesariamente que los niveles de violencia hayan crecido o mermado.
A veces, estas variaciones estadísticas apenas si reflejan la mala puntería de algunos delincuentes o la capacidad y profesionalismo de los médicos.
Sin embargo, existen datos que, analizados a la distancia, prácticamente no dejan margen para errores.
Hasta 1994, la ciudad de Santa Fe mantuvo su índice histórico de menos de diez homicidios por cada cien mil habitantes, lo que indicaba un promedio de asesinatos similar al del resto de las grandes ciudades argentinas.
Pero entre fines de aquel año y comienzos de 1995 se produjo un quiebre en los niveles de violencia en la ciudad, con índices de homicidios que lenta e ininterrupidamente fueron creciendo.
Desde entonces, el índice de asesinatos por cada 100 mil habitantes estuvo siempre por encima de los dos dígitos.
En el momento de aquel quiebre, Carlos Reutemann finalizaba su primer mandato como gobernador, mientras que el intendente, Jorge Obeid, iba camino a reemplazarlo.
Pero un dato planteaba -o debió haber planteado- una señal de alerta: la tasa de desocupación, que en 1994 oscilaba en el 15% en el conglomerado Santa Fe-Santo Tomé, se disparó al 20,9% durante la primera mitad de 1995, alcanzando niveles que sólo serían equiparados años después durante la debacle de 2001 y 2002.
Ante la incipiente violencia, Reutemann insistía en que el fenómeno se originaba en gran medida por las olas migratorias que llegaban desde provincias del norte (especialmente Chaco) a Santa Fe y Rosario.
Sin embargo, no resulta sencillo encontrar estadísticas o estudios sociales serios que demuestren una relación directa entre aquellas migraciones y la escalada de violencia que comenzaba a sacudir a los santafesinos.
Las estadísticas sobre tráfico de drogas tampoco son confiables, porque durante años los operativos para detectar cargamentos fueron apenas tibios en la provincia.
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