Entrevista a Pablo De Santis

El hacedor de enigmas

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Pablo De Santis: “Cuando recordamos, imaginamos; y cuando imaginamos, recordamos”.

Foto: Gentileza Planeta

 

Por Augusto Munaro

El escritor Pablo De Santis (Bs. As., 1963) se ha encargado en pleno siglo XXI de continuar una de las tradiciones literarias más exigentes posibles: la novela policíaca o detectivesca, sorteando siempre la reiteración de mecanismos que suelen acosar al género, o las viejas manías que le afloran y suelen entorpecer a las historias, o el abuso de fórmulas. Si bien De Santis, desde su primer libro perfiló un mundo de normas rígidas y estructuras sólidas, lo hizo siempre con el fin de crear ficciones exactas, imponiendo una realidad imaginaria tanto más potente que la fotografía del mundo habitual. “La traducción” (1997), “Filosofía y Letras” (1998), “El teatro de la memoria” (2000), “El calígrafo de Voltaire” (2001), “La sexta lámpara” (2005) y “El enigma de París” (2007) trazan una sostenida ambición por cultivar una lógica que lo llevaron a replantear aspectos fundamentales del género. Esta observación vale si nos atenemos a la sutil mecánica interna con que cada historia se despliega sin ripios, consolidando un continuo logro estilístico.

Con su última novela, “Los Anticuarios” (Planeta), De Santis amplía su capacidad de absorber el mundo para ficcionalizarlo. La vida monótona de su joven protagonista, el periodista Santiago Lebrón, se ve interrumpida por una serie de percances, que lo lanzarán a una carrera sesgada hacia lo inesperado. Hay lugar para extrañas circunstancias: viejas redacciones, muertes, vampiros, todo un mundo ficcional que ha creado sus propios paradigmas. Asimismo el libro puede leerse como una indagación sobre los enigmas de épocas convulsas y de personajes oscuros.

—La novela transcurre en dos ambientes disímiles: el ambiente de las grandes redacciones donde reinan las máquinas de escribir, y el de las librerías de viejo, de los coleccionistas...

Pablo De Santis: —Son dos ambientes muy familiares para mí. En el ambiente de Últimas Noticias transcribí mis experiencias de la editorial Abril, una gran editorial en la que trabajé a mediados de los años ochenta y que editaba revistas como Vosotras, Siete días, Radiolandia, Antena, Claudia... Era el mundo del periodismo anterior a las computadoras, cuando google no existía y para saber de alguien había que ir a “hacer archivo” y enfrentarse con recortes amarillentos. No había quién jerarquizara los materiales por uno; era uno mismo quien resolvía qué era lo importante y qué no. Por otra parte, las librerías de viejo son un ambiente familiar para mí desde el momento en que terminé el primario y empecé a ir solo al centro, en el subte A (el de los vagones de madera y los espejos biselados) para buscar en las librerías de viejo. En esa época abundaban los libros de la editorial Tor, ediciones tan baratas que se vendían de a diez. Los vagones de madera del subte fueron durante muchos años mi lugar de lectura favorito. Y vivo a una cuadra del enorme galpón donde los guardan, junto a los “tranvías históricos” que son un pequeño paseo turístico.

—Si bien se trata de una novela fantástica, el policial está presente en “Los anticuarios”, aunque de un modo atenuado. Tal vez sea ésta una de sus mayores virtudes, al igual que su fluida legibilidad. ¿Corrige mucho lo que escribe?

—Corrijo mucho, y esta novela en particular tiene varias reescrituras, ya que las primeras páginas son de al menos diez años atrás. Hay un momento de la corrección en que uno aspira a una autoconciencia total; y otro momento en que uno trata de que todo resulte natural, “hablado”. Creo que es importante en la corrección olvidarse de la idea de lo perfecto para llegar a la idea de lo vivo.

—Asimismo lo esotérico vertebra la narración. Lo fantástico como acontece en “El teatro de la memoria” y en “Filosofía y letras”, se deja filtrar.

—Sí, es una novela que retoma uno de los temas más viejos del género, la relación con lo muerto. En la novela aparece a través de la noción de una sobrevida y de los vampiros, pero también de la presencia del poder que tienen los personajes de proyectar para los demás la imagen de alguien que ha muerto. Es como si tuvieran un pacto con todo lo que ya pasó, lo que no existe, lo que está en el fondo de la memoria. Y el esoterismo siempre me interesó como narrador, porque escritores y ocultistas tenemos metas parecidas: vincular lo grande con lo pequeño, lo particular con lo universal.

—A la hora de escribir, ¿utiliza sus recuerdos y vivencias o recurre principalmente a la imaginación?

—Cuando recordamos, imaginamos; y cuando imaginamos, recordamos.

—¿Qué importancia da al desarrollo de la intriga?

—La intriga es el corazón mismo de la escritura, lo que sostiene las palabras. La intriga es la literatura puesta a soñar. Cuando soñamos, ¿qué otra cosas soñamos más que argumentos? ¿Alguien soñó alguna vez sólo con una palabra, o con una silla en una habitación vacía?

—Llegamos al quid de su narrativa. ¿En su caso particular, le resulta arduo crear el enigma, el misterio central de sus libros, aquello que sustenta la estructura misma de la narración? ¿Cómo se decide ante las opciones? ¿Por descarte ante otras menos verosímiles?

—Sí, me cuesta mucho resolver el enigma o el centro de una novela. Si una novela tiene una intriga de tipo policial, el peligro está en resolver mal el misterio y echar abajo toda la trama. Si la novela es fantástica, el peligro está en inventar algo que resulte inverosímil. Borges decía que no tenía poética, que tenía algunas “astucias” de narrador; yo creo que con los años uno va aprendiendo algunas astucias a las que sería un error entronizar como leyes universales.

—Al escribir, y llegado el caso, ¿preferiría sacrificar el estilo en que narra la historia o el argumento de la misma? ¿Por qué?

—Inventar un argumento es inventar el modo como se va a contar ese argumento. La separación entre forma y contenido es irrelevante para la literatura o sólo aparece cuando uno de los dos falla. Los neurólogos sólo pueden estudiar las funciones normales del cerebro a través de personas que han recibido algún daño.

—¿Aún le sigue resultando fundamental que sus libros puedan ser leídos en el plano del entretenimiento?

—Un libro es o debe ser, muchas cosas a la vez; no sé si creo en la obligación del entretenimiento, pero creo menos en la obligación del aburrimiento.

—También en esta novela, como en las anteriores, hay una insistente preocupación por la espacialidad. La acción sucede en espacios por lo general cerrados, lo que ayuda a incrementar el grado de claustrofobia. ¿Siente así un mayor control...?

—El espacio irrespirable de toda gran novela, escribió Calvino. En la ficción en general el espacio es esencial, porque es una concentración del mundo. Pensemos en la novela policial, donde el espacio reúne a los personajes. Siegfried Kracauer, el primer crítico que escribió sobre el género, allá por los años veinte, señaló que el hall del gran hotel era la catedral del género, donde el detective, ese sacerdote laico, desarrollaba su sermón. No unía a Dios con la comunidad, sino a la razón con los hombres. Y en la literatura gótica los espacios son también fundamentales: castillos, laboratorios, catacumbas. Creo que hace bien a la narración que todo transcurra en espacios sugestivos, expresivos, que no sean menciones al pasar, que estén “escritos”, marcados.

—¿Qué postura sostiene con respecto a los géneros literarios? ¿Hay que leer desprejuiciadamente, sin creer en la jerarquización de autores y criterios canónicos?

—El que habló de canon fue sobre todo Harold Bloom, una autoridad en materia de tonterías, errores y prejuicios. Creo que los lectores debemos descreer de esas cosas, porque muy a menudo el tiempo le ha dado la razón a los lectores más que a los críticos. Por ejemplo a Kipling, Chesterton, Somerset Maugham, nadie los tomó en serio. Hoy Stephen King está considerado como un mero autor de best sellers, pero sus mejores libros son extraordinarios.

—Por último, ¿cree que la novela sea un género cargado de futuro?

—La novela va a seguir porque es sobre todo un modo de leer: es las ganas de entrar en una historia y permanecer un tiempo allí y ver cómo un personaje se transforma. La novela va a seguir mientras existan las esperas y los viajes.