En Familia

El vocabulario del siglo XXI

El vocabulario del siglo XXI
 

Rubén Panotto (*)

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Con gran satisfacción, celebro las jornadas de la Feria del Libro vividas recientemente en nuestra ciudad. Fue llamativa la variedad de actividades anexas a lo estrictamente literario, que abrieron el abanico comunicacional a través del dibujo, el diseño, la pintura y la música. Es que la ciencia, la religión y la psicología nos define a los humanos como seres bio-psico-socio-espirituales. De allí la necesidad permanente de perfeccionar los canales de comunicación entre las personas.

En muchos casos la tecnología produjo -y continúa haciéndolo- un inédito fenómeno a través de la comunicación satelital, fibra óptica, Internet y telefonía celular, que desborda la capacidad personal de aprovecharlo todo, en lo cotidiano. No obstante, una alarma está encendida respecto del vocabulario, su aplicación y utilización. Esto es específicamente en el ámbito de la educación y la familia, en que las palabras van sufriendo cambios y mutilaciones, que en determinadas ocasiones colocan a los interlocutores en estado de desolación y espanto, provocando como consecuencia un impacto de violencia verbal devastadora.

En 2003, la Academia Argentina de Letras editó el Diccionario del Habla de los Argentinos, incorporando más de dos mil trescientas palabras que incluyen más de seis mil quinientas acepciones o significados, muchos de los cuales tienen la observación “desusada” o “poco usada”. Lo insólito se presenta en un listado de mil palabras que no se registran en el Diccionario, pero que la Academia reconoce en el uso coloquial de los argentinos. Es importante también mencionar que la RAE (Real Academia Española) ya aceptó extranjerismos que están incorporados en el habla hispana, formando parte de la lengua de Cervantes. Como si esto fuera poco, hay registros de diferentes vocablos que tienen su origen en un entorno determinado. Precisamente tenemos: el chabón argentino, el de los tumberos en la cárcel, el gauchesco y otros en formación, así como una especie de código propio de los adolescentes, practicado en forma permanente en sus mensajes de texto por celular o chat. A esta cada vez más creciente reforma del lenguaje, los adultos no tenemos acceso, dado que tiene más similitud con un lenguaje robótico que convencional; además se le suman los interrogantes que surgen sin respuesta categórica: esto, ¿es bueno o malo?, ¿útil, contradictorio? ¿Nos acerca o disocia cada vez más?

Si consideramos las relaciones entre docentes-padres-hijos, sin dudas el vocabulario que los comunica está en crisis, contribuyendo a generar una suerte de sectores con identidad propia, ocasionando una brecha cada vez más grande entre sí.

Si analizamos el ámbito familiar, donde se originan las fuertes relaciones afectivas, la carencia de diálogo por falta de tiempo o de interés le están robando al hogar el espacio adecuado para aprender a escuchar, hablar y dialogar. También ha ido desapareciendo la buena costumbre de la lectura compartida de libros, revistas y periódicos, donde el comentario de los adultos enriquecía el pensamiento crítico de los jóvenes, haciéndolo también participativo, disfrutando de la riqueza de expresiones de nuestra lengua latina.

El Dr. Leopoldo Sáez, director de la Universidad de Santiago (Chile), propone “no perder el ritual de la sobremesa familiar, donde en el intercambio de opiniones y relatos se corrigen defectos en el uso de palabras, en un ambiente distendido y fraterno”. Está comprobado que los niños que comen en familia tienen un mejor y abundante vocabulario, son más comunicativos y sociales. El conocido y mediático chef Francis Mallman confiesa que “no es tan importante la comida como la sobremesa, porque es allí donde sale lo mejor de nosotros”.

Los padres y adultos estamos llamados a fomentar el encuentro familiar, evitando confrontaciones y tensiones que instalen un ambiente hostil, inapropiado para el diálogo y la reflexión. Mi abuela paterna, oriunda de Santa Rosa de Calchines, nacida en 1877, aprendió a leer y escribir con una vieja Biblia que le habían regalado. Fue interesante escuchar a la “nona” repitiendo frases y proverbios en un estilo sacramental. Reconociendo que el uso de la palabra más allá de su significado transmite una intención, en situaciones de rencillas y peleas infantiles solíamos oír una y otra vez su proverbio preferido: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera enciende el furor”.

(*) Orientador familiar