Al margen de la crónica

¿El huevo o la gallina?

 

La semana pasada, mientras esperaba que mi oculista admitiera que me había dado turno a las 5 y no una hora y pico más tarde, el televisor encendido en la sala de espera repetía escenas del show de Marcelo Tinelli de la noche anterior. Todo ese tiempo, en el programa de chismes que la secretaria espiaba entre la atención de uno y otro paciente, -todo sin alejarse del control remoto-, se debatía la pelea de “la Mole” Molli con Moria Casán. Resulta ser que estos señores habían protagonizado otra de las peleas con las que se alimenta un rating de más de 30 puntos. El boxeador y la ex vedette que no se resigna al paso del tiempo vociferaban cataratas de insultos y bajezas. Los panelistas, hinchas de uno u otro adversario, cuidadosamente repartidos, atacaban o defendían siguiendo cada uno de ellos un guión torpemente estudiado. A intervalos se mostraba al soberbio millonario, cuyo mayor mérito es ser heredero de una inacabable fortuna, negando ser gay y alardeando con lo que había gastado en un reciente viaje de shopping a Miami.

En la televisión de muchos países resulta habitual asistir a concursos de canto y baile, y los primeros intentos locales se les parecían. Pero para fortuna en los negocios del dueño de este circo se descubrió que el filón argentino radica en otros yacimientos. Mujeres cada vez más jóvenes, con cuerpos siliconadamente parecidos, personajes marginales, actrices resucitadas del olvido, cachondeos interminables y un histeriqueo generalizado condimentan la mezcla que empieza a la noche, se prolonga durante los días siguientes, sin respetar horarios de protección al menor, y continúa sin solución de continuidad los fines de semana.

Me pregunto: ¿qué es primero, el huevo o la gallina? Este tipo de fenómenos, ¿inducen a la estupidez social o reflejan la estupidez generalizada?

Allí están el culto a la eterna juventud hace que muchas de las personas de cierta edad que aparecen allí se destaquen por patéticas; la ostentación de riqueza que parece estimular el deseo de los ávidos perseguidores de placeres de satisfacción rápida, o la persecución de 30 segundos de fama incluso a costa de exponer las miserias mejor guardadas.

Quienes deploramos de estos espectáculos, ¿sufriremos de puritanismo tardío? Un señor sentado a mi lado está absorto mirando la pantalla y pienso “a éstos va dirigido el circo”. Pero el hombre me sorprende. De una, se da vuelta, me mira y dice “tengo dos hijos adolescentes. No sé cómo evitar que vean esto. Me negué a poner cable y tuve que ceder y ahora estiro la batalla que sé que voy a perder, de poner Internet en mi casa. ¿Cómo hago para que mis hijos entiendan que la vida no pasa por culos y lolas armadas con plástico, ni por discutir sobre elección sexual de cada uno, ni por competir para ver quién es el que hace la apuesta más alta?”.