Una fortaleza que se desvanece

Desde la devaluación del peso tras la crisis de 2001, el tipo de cambio competitivo y los superávit de las cuentas públicas y de la balanza comercial del país, fueron los pilares declarados -y reconocidos- por el gobierno del modelo de gestión administrativa y de desarrollo de la producción por sustitución de importaciones.

Los denominados “superávit gemelos” de las cuentas públicas y de cuenta corriente permitieron acumular recursos y financiar el “desendeudamiento”. Hoy, según las cuentas oficiales, el país debe apenas el 48 % de su PBI, al tiempo que la mitad de las acreencias está en manos del Banco Central, la Anses y el Banco Nación.

Sin embargo, estas fortalezas tienen su contracara; la más evidente es la inequidad que supone que la caja de los jubilados pobres sea la que financie buena parte de las deudas de los argentinos. Pero peor aún es el efecto inflacionario que, más allá de la negación del discurso oficial, produce una mayor emisión monetaria para financiar al Estado.

En el mercado interno, tantas veces reivindicado desde el atril gubernamental, esa inflación supone más indigentes porque encarece más a los alimentos que componen la canasta básica: en las cuentas de Ecolatina, el mecanismo encareció la mesa de los argentinos en un 162 % desde enero de 2007.

En la ecuación de beneficios y costos del modelo, el retraso relativo del tipo de cambio es otro problema que se acrecienta. El cepo cambiario como ancla para contener la inflación que se niega, desmiente al mismo tiempo el discurso del dólar caro para sustituir importaciones; por el contrario, las exportaciones argentinas pierden competitividad y el balance comercial del país se ve afectado.

En medio de estas tendencias, aparece además un resultado fiscal negativo. Lo que recauda el Tesoro alcanza para pagar sus gastos crecientes; pero se convierte en déficit si, además, hay que cubrir las cuotas de la deuda pública. Esa faltante sería de hasta el 1,8 % del PBI para el año próximo, según estimaciones privadas.

Lo cierto es que más allá de los indicadores oficiales, las fortalezas que hasta aquí fueron obvias, hoy se convierten en rumores equívocos que no alcanzan a disimular los números tergiversados a designio.

Este mismo gobierno nacional que rescata en su beneficio el contraste entre los ‘90 y la actualidad, no debe perder de vista las razones internas que alimentaron la crisis de 2001. Más allá de que el escenario internacional no ofrecía los “vientos de cola” que hoy vuelven a soplar, en aquel entonces fueron los desenfrenos electorales de Carlos Menem y Eduardo Duhalde los que produjeron desmesurados rojos fiscales de la Nación y de la provincia de Buenos Aires.

El país está en la antesala de un nuevo proceso comicial. Quienes se postulen, como oficialistas u opositores, no pueden ni deben perder de vista la experiencia que llevó al país hacia un gravoso default. De reeditarse la experiencia por otra vía volveríamos a hipotecar nuestro futuro.

Ante un nuevo proceso comicial, quienes se postulen -como oficialistas u opositores- no pueden ni deben perder de vista la experiencia que llevó al país hacia un gravoso default.