Nueva traducción de los cuentos completos de Poe

Por Raúl Fedele

“Cuentos completos”, de Edgar Allan Poe. En dos tomos. Traducción, notas e introducción de Rolando Costa Picazo. Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2010.

La canónica traducción al castellano de los cuentos completos de Poe era hasta hoy indudablemente la de Julio Cortázar, en líneas generales correcta aunque sin una firme compenetración con la (valga el oxímoron) calibrada desmesura de Poe. Rolando Costa Picazo, a quien debemos una nueva edición en dos tomos de los cuentos de Poe, recordaba en alguna ocasión que Borges, a propósito de la versión del “Rubayyat” que hizo Edward Fitzgerald, decía que una traducción literaria constituye una colaboración, y toda colaboración es misteriosa; muchas veces no se da, y no porque haya errores de equivalencia o de significado, sino porque falla algo imponderable. No es fácil captar a Poe, que es muy versátil, con mil facetas, pero el misterio aflora o no en cuentos paradigmáticos, como “Ligeia” o “La caída de la casa de Usher”. En la traducción pueden estar todas las palabras en los lugares correctos, pero aun así el resultado puede no ser Poe. Es en esos cuentos donde está toda su alma. Analizando el corpus de sus cuentos completos, hay varios cuya existencia sólo se explica por el contexto de miseria en que debió producir un escrito tras otro para comer y alimentar a aquellas dos mujeres que representaban un hogar para ese huérfano crónico en busca de hogar y de amor, y que odiaba a todos los “triunfadores” de Nueva Inglaterra. En un carta confiesa: “No sólo he trabajado únicamente para el beneficio de otros (recibiendo un sueldo miserable), sino que me he visto obligado a conformar mis pensamientos a la voluntad de hombres cuya imbecilidad era evidente para todos, excepto para sí mismos”. Y Costa Picazo señala que Poe “sabía que -ya entonces- la literatura se había convertido en un artículo de comercio, y que debía adecuarse al interés del mercado y a la oferta y la demanda. La obra de Poe parece alejada de lo material, pero de hecho se va adecuando a lo material. Por ejemplo, él consideraba a la poesía como la máxima expresión literaria, pero muy pronto la abandona porque no podía subsistir con ella, y empieza a escribir cuentos”.

Esta edición de los cuentos completos de Poe suma dos textos que no figuran en la realizada por Cortázar: “La filosofía del mobiliario”, que le gustaba citar a Borges cuando hablaba de los espejos, y “El faro”, el último inconcluso cuento de Poe.

La traducción de Costa Picazo se destaca, además, por conformar una edición crítica, con amplias notas referidas a datos de edición, fecha de composición, referencias, características literarias, y explicaciones de términos, alusiones e intertextos. Suele soslayarse un aspecto esencial del mundo de Poe, y es que poseía una erudición no común para la época y para el lugar desde donde escribía, un país alejado literariamente de los centros europeos, carente de tradición, y que a la vez lo cargó con un hondo sentido de inferioridad y con un ansia de conocimiento y una curiosidad insaciables. ¿Cómo medirse con Byron, Coleridge, Dickens, Walter Scott? ¿Él, un provinciano sin dinero? Se veía rodeado de connacionales que consideraba mediocres, pero que tenían éxito, mientras que él era siempre postergado. Por eso lanzaba ataques, algunos injustificados, contra escritores de Nueva Inglaterra; ataca a Longfellow, a Bryant, a Cooper, “e insulta al sistema literario cuando dice, por ejemplo, que a Hawthorne no se lo reconoce porque es pobre y no es un charlatán”, como señala Costa Picazo.

En efecto, muchas de sus referencias en los cuentos resultan oscuras, e incluso algunos cuentos no tienen sentido si no se cuenta con ciertos datos certeros. Hay referencias satíricas que hay que localizar y explicar. Explicaciones, datos y referencias que la edición de Costa Picazo ofrece con atinada y apasionada habilidad.

Poe llevaba a cabo una guerra privada contra quienes le ponían obstáculos, los editores de las revistas que le publicaba los cuentos y le pagaban centavos, o, peor, los que lo rechazaban, y a menudo -como el propio Costa Picazo admite- el placer de indagar en tales circunstancias biográficas resulta una operación similar a la que Poe mismo aplica en algunos de sus cuentos, empeñado en descifrar claves y misterios. La traducción crítica y la traducción pasan a ser una especie de duplicación de, por ejemplo, “El escarabajo de oro”, cuento que Poe “publica en dos partes: la primera es puramente narrativa y cargada de misterio y de suspenso; la segunda, que precede a la primera en tiempo narrativo, es una explicación, contraria a la convención narrativa, en la que Legrand revela cómo descifró el criptograma y llegó al tesoro. En otro sentido, la segunda parte presenta una lectura crítica de la primera, e induce al lector a releerla con una actitud reflexiva, propia de un texto discursivo, no narrativo. El lector, entonces, se enfrenta a un texto que ha perdido irrevocablemente su efecto estético, que es como el tesoro escondido del cuento”.

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Rolando Costa Picazo.

Foto: M. Pardo

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Edgar Allan Poe en 1848, en un daguerrotipo de W.S. Hartshorn.