En Familia

Los agravios y el clima familiar

Rubén Panotto (*)

[email protected]

El siglo pasado nos dejó innumerables y valiosos logros científicos y tecnológicos que favorecen a un mejor estilo de vida, aunque por otra parte se llevó valores éticos y morales, herencias generacionales muy difíciles de reemplazar. El voraz materialismo globalizado nos ha impulsado, como sociedad, a la búsqueda del placer por encima de todo y cueste lo que cueste. Para aproximarse a ese estado de disfrute total, nos hemos concedido nuevos códigos, entre los principales, el permisivismo, que nos desliga del respeto y la estima hacia el otro.

Pareciera que las buenas costumbres que siempre llegaron a la sociedad, desde el hogar y la familia, han sido reemplazadas por el frenesí del goce ilimitado. La permisividad propone una vida sin fronteras ni inhibiciones, donde sólo hace falta el coraje para llegar un poco más lejos, cada día, aunque eso signifique abrirse camino con los codos, sin certezas ni convicciones de lograr algo satisfactorio para la trascendencia de nuestra propia existencia.

Como dice Enrique Rojas en su libro “El hombre light”: “Una persona así es cada vez más vulnerable, no hace pie y se hunde; por eso, es necesario rectificar el rumbo, saber que el progreso material por sí mismo no colma las aspiraciones más profundas de aquel que se encuentra hoy hambriento de verdad y de amor auténtico”. La falta de valores va permeando la voluntad del que resiste, y se instalan la decepción y el malhumor, mezcla explosiva para que aflore la insolencia y el agravio.

Convivencia en el hogar y relaciones interpersonales

El ambiente familiar es básico en nuestra formación como personas, al punto tal que se refleja en nuestra vida social. He aquí algunos preceptos a tener en cuenta:

* El clima familiar: cada grupo familiar en convivencia genera su propia atmósfera que lo identifica, donde se mezclan necesidades afectivas, económicas, sociales y espirituales. Es en ese clima donde cada sujeto aporta lo suyo, y según sea la calidad de lo que comparta, volverá como un bumerán trayendo resultados o consecuencias que se cargarán en la mochila de la vida. Durante mi niñez, en mi hogar, existían y se respetaban reglas; como eran justas y parejas, no resultaban pesadas para ninguno. Una de esas reglas de oro se basaba precisamente en sancionar actos de insolencia y de agravio. Claro está que los adultos que determinaban esas normas eran los primeros en respetarlas. Hoy ese método entró en desuso, por lo que se ha instalado la práctica generalizada de tales excesos en nuestras relaciones cotidianas. En América Latina y en otras regiones del mundo, los argentinos estamos catalogados como campeones de la arrogancia, haciendo alarde de saberlo todo, ser dueños de la verdad hasta morir y no aceptar escuchar las razones de los demás. En el año 2000, la encuestadora Moreno & Pereyra, mediante un cuestionario que analizaba el clima social y familiar en nuestro país, indicó que encontraron diferencias importantes con respecto a las actitudes de venganza y perdón entre los grupos encuestados procedentes de diversos climas familiares. Los que percibieron un clima desfavorable, más propensos a la insolencia y al agravio, mostraron más predisposición a la venganza y al resentimiento, y menos tendencia al perdón ante la ofensa, en los ámbitos del trabajo, la amistad, los padres y con relación a Dios. Las actitudes ante el agravio más agresivas se vieron afectadas por la percepción negativa del clima familiar. Las actitudes prosociales se relacionaron con un ambiente más favorable. Los resultados obtenidos parecen estar de acuerdo con el modelo que plantea: que un buen clima familiar hace posible el aprendizaje de los valores y habilidades para las buenas relaciones interpersonales, en los diferentes ámbitos que frecuentan.

* Cómo mejorar el clima familiar: fundamentalmente se logra evitando discusiones innecesarias; desechando el lenguaje de la crítica y la murmuración entre cónyuges; aportando inteligencia en el matrimonio o en la pareja; analizando los hechos en forma objetiva; motivando la voluntad para establecer conductas sanas y maduras.

Lo primordial: abandonar la lista de agravios, esencialmente no sacando asuntos negativos del pasado de la otra persona, cada vez que se produzca una discusión. Reconciliarse con el pasado lleva a la sanidad mental y emocional de la persona. Quien vive recordando lo malo que recibió, termina convirtiéndose en un ser insoportable y resistido. Se deben cerrar las heridas, dar vuelta la página y borrar las ofensas del pasado que no dejan vivir el hoy. Practicar el valor de la mutua estima entre los padres y adultos de la casa, que es nada menos que apreciar al otro por su calidad y don de sí; es comprender y aceptar el lugar que el otro tiene en mi vida y es tolerar los errores y defectos que todos tenemos. Voltaire manifestó que “la tolerancia es la gran herramienta de la vida en común, mediante la cual el hombre y la mujer son capaces de coexistir pacíficamente en medio de las más diversas ideologías”. La Biblia, considerada con todo respeto por sus lectores como “El Manual del Fabricante”, declara que las guerras, los pleitos y los agravios no se generan fuera, sino dentro mismo y en la intimidad del ser, como consecuencia de la codicia insaciable de establecer dominio sobre los demás antes que el dominio propio.

(*) Orientador familiar.

Pareciera que las buenas costumbres que siempre llegaron a la sociedad, desde el hogar y la familia, han sido reemplazadas por el frenesí del goce ilimitado. La permisividad propone una vida sin fronteras ni inhibiciones.

x.jpg

Reconciliarse con el pasado lleva a la sanidad mental y emocional de la persona. Quien vive recordando lo malo que recibió, termina convirtiéndose en un ser insoportable y resistido. Se deben cerrar las heridas.