Tribuna política

Kirchner ¿fue un progresista o un caudillo conservador?

Hugo E. Grimaldi

DyN

Primero, es el tiempo del dolor. El de la conmoción que han sentido los familiares, amigos y seguidores de Néstor Kirchner, quienes deberán respirar hondo desde la pérdida y buscar la forma de seguir adelante, sin tener más a su lado a una personalidad política tan arrolladora como la del ex presidente, un hombre que hizo del centro de la escena su lugar preferido en el mundo. Por eso, en un segundo escalón que siga a la reflexión que siempre impone la muerte, el marco de análisis tiene que incluir a la política y debe mirar necesariamente hacia el futuro. En ese plano, el grave inconveniente del luctuoso episodio que sucedió en El Calafate es que la esposa de Kirchner es hoy la presidenta de la Nación y que Néstor era su jefe político, su punto de apoyo, la viga maestra de un entramado que él y sólo él tenía en la cabeza. La prueba más contundente de la dependencia matrimonial es que el gobierno actual ha sido en nombres y estructuras, casi un calco del anterior, salvo en cuestiones que hacían a la fortaleza del modelo, que se han perdido, como casi el superávit fiscal y la aparición rutilante, con el consabido disimulo estadístico, del flagelo inflacionario. Aún en su declinación física, Kirchner pensaba todas las jugadas del modo que siempre le gustó hacerlo, con una mirada bien de corto plazo que le permitiera hacer en el medio todos los virajes que su propio espíritu pragmático le imponía.

Luego, Cristina ejecutaba, aunque en el último tiempo lo hacía con su propio criterio en muchos temas, ya que la gimnasia presidencial había comenzado a facilitarle una mayor cintura a su gestión y al modo de comunicar, más allá de que su capacidad intelectual siempre le ha permitido ver mucho más hacia el horizonte que su propio marido. Precisamente, por su formación y experiencia, el recuerdo de Isabel Perón no parece ser el más adecuado para encuadrar el tiempo que le falta de mandato a la presidenta y habrá que ver ahora si, en la soledad de Olivos, ella puede decidir cómo seguir, a partir del mandato que le ha dejado la personalidad real de su esposo, que ella conocía como nadie. Para muchos argentinos, Kirchner fue en vida un progresista transformador, dedicado de lleno a la inclusión social, mientras que para otros, el santacruceño ha sido el último gran caudillo conservador de la Argentina, preocupado más por el clientelismo que por las instituciones. En paralelo, deberá observarse si aparecen en Cristina sus dotes de liderazgo y también si ella logra detectar a quienes le obedecen para seguir adelante genuinamente con el proyecto y separar a quienes busquen entornarla, complacerla y traicionarla. Por todas estas circunstancias es mucha la pérdida para Cristina. Pero también lo es para el país, más allá de los reparos que a muchos le puedan producir sus modales o las ideas que tenía el ex presidente sobre el capitalismo de amigos, el rol abarcativo del Estado o la entereza moral de los hombres y su apego al dinero. Lo que parece irrefutable es que la Argentina, que salió de la oscuridad de los gobiernos militares, deberá reconocer inevitablemente tres hitos mayúsculos de abandono de viejas prácticas que son ejemplo de fortaleza y prosperidad en otros países exitosos, valores impuestos por tres presidentes de vibrante personalidad: la democracia de Raúl Alfonsín, la estabilidad de Carlos Menem y el apego al superávit fiscal de los primeros tiempos de Néstor Kirchner. Lamentablemente, hoy esos tres pilares están algo desteñidos por los apuros que imponen las necesidades electorales que socavan instituciones, desalinean precios y hacen que se gaste más de lo que se recauda, pero este concepto de base del modelo kirchnerista es ultraválido en un país que casi nunca antes se había preocupado por cuidar obsesivamente la caja. En el caso de Kirchner, una persona que ha hecho oscilar a la opinión pública entre dualidades extremas no es alguien que no vaya a dejar su marca en una sociedad que no termina de encontrar su rumbo, que está cruzada en todos los niveles sociales por la inseguridad y que oscila casi por mitades entre los beneficiados por el modelo, que consumen y estudian, y entre quienes aún se degradan en la pobreza, viven de planes sociales y no logran ver un futuro esperanzador para sus hijos. Por ahora, es tiempo de respeto y reflexión. Las preferencias sobre el programa económico, los modos de gestión, las virtudes y las carencias serán materia opinable para la ciudadanía en octubre de 2011.

Argentina deberá reconocer tres hitos mayúsculos: la democracia de Raúl Alfonsín, la estabilidad de Carlos Menem y el apego al superávit fiscal de los primeros tiempos de Néstor Kirchner.

Para muchos argentinos, Kirchner fue en vida un progresista transformador, dedicado de lleno a la inclusión social, mientras que para otros, ha sido el último gran caudillo conservador de la Argentina.