De “Galilea”

El tío Natán cuenta la historia de Lorenzo de Castro

Por Ronaldo Correia de Brito

 

—Lorenzo de Castro, un primo del abuelo de ustedes, fue arrancado del fuego cuando Otaviano Teixeira incendió la casa del monte Alverne, para ejecutar una venganza. Sólo Lorenzo escapó a la masacre en que mataron a su padre, Bernardo de Castro, sus dos hermanos, una hermana y tres empleados más. Francisca, la madre de Lorenzo, había muerto de parto dos años antes de la tragedia. Si hubiera estado viva, seguramente habría sufrido el mismo destino que la familia. Otaviano Taixeira, que había perdido un ojo peleando con Bernardo, divisó al niño en medio de las llamas y, contra sus principios, resolvió salvarlo. Si hubiera sabido lo caro que pagaría por esa debilidad del corazón, habría dejado que el niño se quemara vivo, sin darle un tiro de misericordia. Otaviano y la familia se refugiaron en Piauí, temiendo a la justicia, y Lorenzo fue criado como hijo, hasta el día infeliz en que supo la verdad.

Francisco y Antonio de Castro, los dos hermanos hombres de Bernardo, si pensaron en venganza, enseguida olvidaron el propósito. No estimaban al hermano, y temían su genio tumultuoso.

Lorenzo aprendió a montar caballos, volteaba ganado como nadie, era valiente, y tenía una gracia que podría ser defecto: le gustaba cantar y hacer versos. Otaviano Teixeira amaba a Lorenzo más que a su propia vida, y mantenía a la esposa y las dos hijas bajo juramento de nunca revelar el secreto de su origen. Lorenzo era bonito y tenía conciencia de eso. Una tarde en que pidió a una de las hermanas que le cortara el cabello, Lorenzo la oyó responder que no era su criada, ni su hermana.

Por un motivo que desconozco, un germen de rechazo ocupa la mente de todos los hijos adoptados. Lorenzo, que nada sabía hasta entonces, reconoció que la hermana decía la verdad, y se sintió un paria dentro de la familia. Cuando buscó al falso padre, exigiendo que le revelara su origen, Lorenzo escuchó de Otaviano que la hermana había hablado con despecho, y que sería castigada y pediría disculpas. La semilla de la desconfianza había sido plantada, y en el terreno fértil donde se planta, nace. Lorenzo ya no se sentía un hijo, y hasta la bendición dejó de pedir a Otaviano. Las dos jóvenes fueron enviadas a casa de unos parientes, pero el mal no se remedió. Lorenzo no dormía, no comía, y se puso a escribir los versos que antes sólo cantaba. Se volvió frívolo. Se acostaba con las muchachas en las que ponía los ojos, pues ninguna se le resistía.

Llegó el desenlace de la historia, pues la desgracia atrae desgracia. Una de las muchachas abandonadas bebió veneno y se mató. Nada destacable, si no fuera hija de un pariente con quien Otaviano Teixeira asesinó a la familia Castro. Vicente Teixeira, el padre ultrajado, resolvió vengarse de la mejor forma; le contó la verdad a Lorenzo. No omitió ni un detalle de la historia. Dijo a Lorenzo su lugar de origen, la familia a la que pertenecía, los nombres de los parientes. El muchacho escuchó callado, y después desapareció. Se internó en la selva y nunca más se lo vio.

Vivió escondido un buen tiempo, pasando hambre y sed, asaltando y robando. Despreciaba el sufrimiento, y uno de sus versos decía así: Prolongo el hambre hasta matarla, desprecio su recuerdo y la olvido. Fue en las caatingas y descampados, andando solo sin destino, que tomó la decisión de matar a sus padres adoptivos, a las hermanas y a los parientes de su padre verdadero hasta completar el número diez. No perdonaba a los tíos Francisco y Antonio de Castro, pues había dejado que fuera criado por otra gente que no era su parentela.

En las tierras del Piauí mató la cuenta exacta de cinco: Otaviano, la madre, las dos hermanas adoptivas y Vicente Teixeira. Reservó los cinco dedos de la otra mano para la familia de los Inhamuns. No distinguía hombres de mujeres, como no habían distinguido a los suyos cuando los mataron. Se quemaba la piel bajo el sol, pero sentía desprecio por el dolor. Dicen que se volvió feo y repulsivo.

Cuando sus dos tíos supieron que venía en camino, temieron por su vida. Lorenzo era un enemigo peligroso porque mataba de emboscada, y con cualquier arma. En pocos días, mató a Antonio y a Francisco a tiros, y a garrotazos a los dos hijos mayores de Francisco. Quedaba sólo un sentenciado a muerte para completar la cuenta de diez cuando fue apresado por los primos. No quisieron quitarle la vida, sería blando después de lo que hizo. Le quebraron las piernas y dejaron que muriera lentamente, sin comida y sin agua, bajo el sol y la lluvia.

Lorenzo resistió un mes en ese sufrimiento, y hasta la hora en que expiró nunca emitió un gemido. Después de muerto, le negaron sepultura. Se pudría en medio del baldío para que todos lo vieran y los urubúes se lo comieran. Nuestro padre viajó al monte Alverne, y pidió enterrar a Lorenzo. Apeló a los lazos de sangre, recordó el infortunio del muchacho y los motivos de su venganza. Los parientes ahuyentaron a nuestro padre, como se ahuyenta a un perro. Lorenzo siguió insepulto, sin cumplir la promesa que había hecho.

Hasta el día en que llegó uno de los hijos de Antonio de Castro, llegado de lejos para saciar el odio. Al ver el resto de Lorenzo, escupió encima y lo pateó. Una astilla de hueso penetró en su carne y le provocó una infección grave que lo mató en pocos días. Así Lorenzo cumplió el juramento, y nos legó esta historia.

(De “Galilea”, op. cit.)

El tío Natán cuenta la historia de Lorenzo de Castro

“Cangaceiro”, de Cândido Portinari. Obra de Cândido Portinari.

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“Retirantes”, de Cándido Portinari.