En busca de la tragedia

“Galilea”, de Ronaldo Correia de Brito. Traducción de Claudia Solans. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires, 2010.

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Por Raúl Fedele

El gran sertao tiene una gran literatura, y “Galilea”, de Ronaldo Correia de Brito, es una prueba de que esa gran literatura no se agota en el supremo Joao Guimaraes-Rosa.

El narrador de esta novela, Adonias (o Adonías, nombre bíblico, cuarto hijo de David, que Haguit dio a luz en Hebrón) cuenta que con dos primos marchan desde Recife hacia tierra adentro, a la tierra familiar, para asistir al cumpleaños y la agonía -y quizás ya al velorio- del abuelo Raimundo Caetano. Tienen que atravesar la región del sertón de Inhamuns, y gran parte de la primera parte de la novela relata este viaje, donde algunas irrupciones de violencia, de lo siniestro y datos sobre la familia interrumpen el devenir monótono y minimalista del viaje. Acompañan al narrador, médico y escritor, sus primos David, músico frustrado, e Ismael, un indio adoptado por Raimundo Caetano contra la voluntad de todos, incluida la abuela Raquel, y odiado por todos, hasta por su supuesto padre, el tío Natán.

Los nombres bíblicos provienen de la obstinación del abuelo, nacida del empecinado rechazo de un cura por bautizarlo con el nombre que habían querido sus padres, Abraham (“¡Abraham no es nombre cristiano!”, había gritado el fanático). Bautizado como Raimundo Caetano, al crecer se convirtió en un lector compulsivo de las Escrituras, y así surgió la estirpe de los tíos: Natán, Salomón, Josafat, y de los descendientes. Nombres que no serán casuales al presentarse este mundo familiar de líneas confluyentes con la historia del rey David y sus avatares de incesto, odio y asesinatos.

Con la inclusión de computadoras y celulares (sin señales, sin embargo, en el espacio mítico de Galilea, la hacienda familiar) la reactualización de esta saga funciona también a nivel formal y teórico. Bajo la sombra tutelar de William Faulkner y Guimaraes-Rosa, la novela no deja de ser atrapante y original, y en varios momentos se plantea el tema del regionalismo con la recurrencia de la inutilidad o necesidad de conocer el nombre de las numerosas especies arbóreas y de pájaros del sertón. El narrador (que, recordemos, es también escritor) a menudo recuerda que su padre lo obligaba a memorizar todos esos extraños nombres. En las últimas páginas le pregunta a un taxista nativo si conocer a muchos pajaritos y árboles tiene alguna utilidad. “Nunca pensé en eso. Los conozco porque nací y me crié aquí”, responde el hombre.

Gran parte de la novela transcurre en Galilea, en un vértigo de pasado, presente y futuro, como en los círculos infernales de Dante. En una entrevista Correia de Brito confesaba que durante la escritura de “Galilea” lo persiguieron los versos de “Laberinto”, de Borges: “No habrá nunca una puerta” y más adelante: “No existe. Nada esperes. Ni siquiera / en el negro crepúsculo la fiera”.

“¿Por qué volví a Galilea? Repito la pregunta a cada paso. ¿Por qué volvía a Galilea? ¿Por qué retornamos a los lugares que nos expulsan como abortos indeseados? Sólo a cometer el crimen que la familia premeditó hace años. Ser el Caín elegido, el que arroja la pedrada contra el hermano”, piensa Adonias después de atacar a Ismael. Una historia centrífuga, vertiginosa y claustrofóbica, con un final que recuerda a las imágenes de la pareja de ingleses separados y perdidos en el gentío de una precesión en Nápoles, en “Viaje a Italia”, de Roberto Rossellini. Y sin embargo, como el narrador alucina en algún momento: “Pero no es sólo aquí en Galilea que ocurren estos crímenes. No es sólo en Galilea, no es sólo en Galilea, no es sólo en Galilea... En cualquier lugar del planeta las personas se odian, pero no siempre están a la altura de su odio. Nosotros, los de la familia, nos elevamos por encima de la mediocridad que nos rodea, y nuestro odio aflora en busca de la tragedia”.

Obra de Cândido Portinari.