al margen de la crónica

Estrenos en el living

Un cable noticioso de la agencia EFE informó que la empresa californiana Prime Cinema negocia actualmente con los estudios de Hollywood la puesta en marcha de un exclusivo servicio que llevará los estrenos de cartelera a los hogares cuando debutan en la gran pantalla. Este proyecto de cine en casa está pensado únicamente para clientes con alto poder adquisitivo dispuestos a pagar 20.000 dólares por la suscripción y 500 dólares por el alquiler de cada película. E, increíblemente, los directivos de Prime Cinema consideran que a pesar del elevado precio podrían tener el servicio instalado en 250.000 viviendas en un plazo de cinco años.

La iniciativa, obvio, ha generado disputa entre las compañías productoras porque uno de los mayores riesgos es la exposición a la piratería. Y es que en los Estados Unidos el robo de software, películas y canciones es alto -no tanto como en la Argentina- y hasta desbarrancó un negocio que parecía indestructible como Blockbuster que hace unos meses solicitó la quiebra.

De todos modos, lo increíble es la cuestión del vértigo. Aunque limitado a un grupo minoritario de ricachones de la costa oeste, el negocio está planteado para que el estreno esté, en minutos, en sala de proyecciones de la mansión hollywoodense. Eso por ahora. Si la cuestión prospera serán otros los interesados y seguramente se extenderá por todo el país y, desde ese punto, el salto hacia Europa será inevitable.

El estreno en casa a minutos de ser lanzado en las pantallas del mundo. Parece algo imposible más aún para la generación que se crió yendo a las salas cinematográficas para ver los “estrenos” que ya acumulaban meses y, en el mejor de los casos, semanas de ser vistos en el exterior. Una generación que se crió mirando películas en las sesiones de matiné, familiar y noche pero que se lamentaba cuando hojeando El Litoral se enteraba que no podría ir a ver la última de John Wayne porque “Mañana no hay función. La sala descansa”.

Hoy el cine no tiene reposo, no descansa. Los multicines vuelven a atraer a los más chicos al espectáculo cinematográfico pero con la carnada del pochoclo y la coca o el sistema de 3 D. Más aire acondicionado y butacas anatómicas. Claro, así es fácil. El asunto era cuando sólo existían algunas pastillas Renomé o DRF; un maní con chocolate (había que rogar que estuviera fresco), butacas de madera y zumbido de los ventiladores de pared. Ningún surround o dolby. No, qué macana. Y en algunas salas, si se llegaba tarde, convenía pasar la mano por el asiento no vaya a ser que algún gracioso hubiese dejado un chicle pegado a la madera.

Aquellos millonarios del Bel Air, mientras sorben un bourbon, tendrán en su comedor el estreno al minuto pero no saben que esa industria se alimentó con las ilusiones que se enhebraron en lugares con nombres que les resultarán extraños y remotos: Esperancino, Doré, Moderno, el Avenida, el Belgrano o el Ideal. Estarán más cómodos, gastarán más, pero no tendrán recuerdos eternos.