Preludio de tango
Preludio de tango
“Madrugada”

Manuel Adet
El tango fue escrito en 1966. El autor de la letra y la música es Fernando Rolón, el mismo que un año después escribirá junto con Arturo de la Torre y Ernesto Baffa “El conventillo”, un tema que estrena Edmundo Rivero con su habitual maestría acompañado por la orquestas de Aníbal Troilo. Rolón murió en 1967 y no se conocen más temas de su autoría. De todos modos, con “Madrugada” no sólo que demuestra una interesante vena poética, sino que podría decirse que junto con “El último café” constituyen las últimas letras de tango escritas respetando las tradiciones en un tiempo en que éstas eran impugnadas desde diferentes poéticas
A “Madrugada” lo llevó a la fama Miguel Montero acompañado por la orquesta de Eduardo Corti. Muy afinado, expresivo, tal vez algo sentimental, fue un cantor que despertó grandes adhesiones entre el público tanguero. Conocido como el “Negro de oro” había nacido en Tucumán en 1922 y como cantor se desempeñó en las orquestas de Pedro Maffia, Juan Carlos Cobián, Mario de Marco y Osvaldo Pugliese, donde popularizó “Antiguo reloj de cobre”.
Eduardo Corti fue bandoneonista en 1957 de la primera orquesta que organizó ese notable y digno pianista que fue Fulvio Salamanca, y posteriormente integró la fila de bandoneones de la orquesta de José Basso. El tema “Madrugada” fue un éxito artístico y discográfico y a mi modesto criterio muy superior al de “Antiguo reloj de cobre”.
“Madrugada” retoma el tema del trasnochador, del calavera que en algún momento de su vida reflexiona y sus reflexiones no son lo que se dice complacientes. Hay muchos tangos que tratan este tema, pero el de Rolón es uno de los mejores. Se trata de una suerte de monólogo hecho a las “cinco de la matina”. El personaje está sentado a su mesa y la música que le llega desde algún lugar es un tango, pero a ese tango, salvo él, nadie lo escucha.
“Hay un recuerdo que me hace burla”, dice casi al final de la primera estrofa. El recuerdo seguramente será el de un amor perdido, el de una mujer que abandonó o lo abandonó, pero el poema nada nos dice al respecto y está bien que haga silencio, que sugiera. La puesta en escena es modesta, pero nada falta: la madrugada, el bar, la mesa, el ventanal, la “ginebra aburrida”. La ceremonia para celebrar el mito tanguero está servida. Después vienen las enumeraciones, los estaños nocheros y los escolasos, la rutina clásica del calavera, del hombre de la noche que al final del camino descubre, como lo está haciendo ahora, que “palmó” una vida casi vacía y “hoy que hago cuentas no tengo nada”.
La vida a contramano de la gente común, la noche como inicio de la hombría y de una particular sabiduría, son constantes en muchas letras de tango. El contraste con la vida normal, con la vida de los laburantes está presente como imagen; “Y detrás del ventanal, el desfile matinal de los que ganan su pan”. Toda una sociología del tango puede concentrarse en esa imagen, la del trasnochador solitario tomando ginebra en el bar antes de irse a dormir, mientras en la calle la gente normal camina hacia sus trabajos, la gente que se ha acostado temprano, que vive de un sueldo y que no conoce los encantos y los peligros de la vida nocturna porque son “giles”.
Los últimos versos amplían la imagen reciente: “La noche ya larga el mazo y talla la madrugada”, una singular metáfora tanguera, que recurre al naipe para ilustrar un instante. Después está el sol algo aburrido y el inevitable, anacrónico y ausente botón de la parada. El ventanal es el observatorio del hombre que ve desfilar al mundo delante de sus ojos. Su última imagen es como un espejo donde se insinúa el mismo, porque lo que distingue es “al punto trasnochador que de silbo y taco al compás se va de atorro al convoy”. El poema está muy bien logrado, la puesta en escena es correcta, los recursos del lenguaje están muy bien administrados y la sensación de soledad, cansancio y fracaso está transmitida con precisión poética.
“Madrugada” fue interpretado también por Rafael Rojas -considerado, tal vez con algo de exageración, como el “Gardel chileno”- Diego Iglesias y Eva Bruna. En 1995 graba el tema Luis Cardei acompañado por el bandoneón de Antonio Pisano. La interpretación de Cardei, como no podía ser de otro modo, es excelente y para más de un observador, superior a la de Montero .
Hay varios tangos de excelente calidad que relacionan la vida del calavera con la madrugada, no tanto como una referencia horaria sino como un estado de ánimo. Me refiero a “Mis consejos” escrito por Héctor Marcó, “Escolaso” con letra de Francisco García Giménez y música de Anselmo Aieta y “Cómo se pianta la vida”, escrita por Carlos Viván e interpretada por él en 1930 con la orquesta de Pedro Maffia.
”Escolaso” y “Mis consejos” han sido interpretados magistralmente por Edmundo Rivero. “Cómo se pianta la vida” tiene versiones muy buenas de Roberto Goyeneche, Héctor Mauré y, por supuesto, Edmundo Rivero, la voz justa para evocar en tono de tango el cansancio de vivir del hombre que dice haber vivido todo. En “Escolaso”, después de divagar sobre el sinsentido de la vida nochera, el poeta concluye diciendo “Yo sé bien cómo se vuelve de la última parada, con un gris de madrugada y un dolor de soledad”. En este poema la metáfora esencial no es la madrugada, es el escolaso, esa particular filosofía del timbero que juega a pesar de que sabe que va a perder, el hombre que ha dejado de creer en todo y que no espera nada y, sin embargo, a esa soledad, a esa derrota es capaz de arrancarle astillas de verdadera poesía. La metáfora es el naipe, pero el escenario es la madrugada
En “Mis consejos”, un hombre de la noche, un hombre que “tambalea madrugadas con diez copas o algo más”, le advierte a un muchacho que recién se inicia sobre los riesgos de la vida nocturna, con esa imagen terrible que dice “La vida, la vida del calavera es un frágil cigarrillo de traidoras espirales, primero da fuego y brillo, después te aprieta los grillos hasta hacerte gritar madre...”. (Comentario al margen: en la mayoría de los casos, cuando el tango alude a la madre fracasa, cae en el lugar común, la cursilería, en sentimentalismo vacuo, justificando aquella frase de André Guide que dice “el camino al infierno está plagado de buenas intenciones”)
“Como se pianta al vida”, insiste en las metáforas timberas, pero el tema es invariablemente el mismo: la reflexión amarga, desencantada y tal vez dolorosa de quien se da cuenta que ha desperdiciado su vida consumiendo espejitos de colores. En todos los casos, el personaje hace un doloroso ejercicio de introspección para responder a la gran pregunta de todos los tiempos: “¿Qué has hecho de tu vida?”
“Acquaforte” escrito por Marambio Catán en 1932 trabaja la misma obsesión. Gardel, Magaldi, Rivero y Cardei, entre otros, lo hacen muy bien, cada uno en su estilo y a su manera. “Cuarenta años de vida me encadenan, blanca la testa, viejo el corazón/ hoy puedo ya mirar con mucha pena, lo que en otros tiempos miré con ilusión”. “Pa lo que te va a durar” es de Celedonio Flores con versiones insuperables de Rivero y Goyeneche: “...cuando te des cuenta exacta, de que te has gastao la vida, en aprontes y partidas, muchacho te quiero ver...”
Seis tangos y seis poetas que reflexionan sobre lo mismo: la “dolce vita”, el mito de la madrugada contemplada por el trasnochador, el calavera, el hombre que supuso que la sabiduría, el aprendizaje viril y el placer se encontraba en los senderos de la noche y descubre, tarde, que se equivocó. En esa derrota, en esa caída, hay cierta grandeza, cierta cultura del dolor muy masculina, muy tanguera. Es, como dice García Giménez: “Y pensar que condenado por la ley del escolaso, juego igual si al mismo mazo, me lo tiran otra vez”. O como se lamenta Rolón: “Y la bronca de saber que los años que se van ya nunca van a volver”.