La vuelta al mundo

Carlos Andrés Pérez

Carlos Andrés Pérez

Carlos Pérez aparece rodeado de seguidores luego de salir de prisión en 2006. Foto : Agencia DPA

Rogelio Alaniz

Murió en el exilio. Tenía casi noventa años, estaba muy desmejorado físicamente pero los que lo conocían aseguraban que su cabeza seguía funcionando con la lucidez de siempre. No era la primera vez que se exiliaba. Es más, su biografía política podría escribirse tomado como referencia sus exilios durante más de sesenta años. Al respecto, no sería la primera vez que un historiador decide tomar a una personalidad política ejemplar como el testimonio de una época.

Carlos Andrés Pérez fue ese político ejemplar; lo fue con sus contradicciones, sus aciertos, también con sus equivocaciones. De todos modos en el balance, el juicio histórico siempre resultará altamente positivo. No se podría entender la democratización política de Venezuela, sus transformaciones económicas, su gravitación en la política internacional latinoamericana durante décadas al margen de su presencia. Por supuesto que no hizo todo lo que se propuso, pero bueno es saber que ningún político en el mundo puede hacerlo.

Miles de argentinos por lo pronto, le están muy agradecidos porque en tiempos de dictaduras militares, abrió las puertas del país a quienes escapaban de la dictadura de Videla. Lo mismo podría decirse de uruguayos, chilenos, bolivianos y brasileños. En un continente plagado por las dictaduras “burocráticas autoritarias”, Venezuela era el país donde la democracia funcionaba y los derechos humanos se respetaban. También estaban México y Costa Rica, pero la influencia política de Venezuela a través del prestigio personal de Carlos Andrés Pérez, marcaba una diferencia.

En los años setenta y ochenta Venezuela fue la voz disonante, la voz de los perseguidos. Todas las causas justas del continente contaban con la aprobación de Venezuela. Sus gestiones diplomáticas fueron decisivas para terminar con al dictadura de Somoza en Nicaragua. Desde Contadora respaldó todos los procesos de democratización y bregó por el reestablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba. Otro de sus aliados fue Omar Torrijos, a quien acompañó sin desmayos. Fue amigo de Carter y crítico de Reagan. Desde la Internacional Socialista fue el interlocutor privilegiado de Willy Brandt, Olaf Palme, Felipe González y Francois Mitterrand.

Por sobre todas las cosas, fue un político de raza, un político a tiempo completo con todas las virtudes y todos los defectos de esta profesión, oficio o pasión pública del mundo moderno. Su maestro, su guía, su referencia intelectual, fue ese otro gran político de Venezuela que fue Rómulo Betancourt, el fundador de Acción Democrática y el primer presidente de un proyecto democrático que habrá de durar con sus idas y venidas más de cuatro décadas.

Carlos Andrés Pérez -CAP para periodistas y seguidores- nació en 1922 en el seno de una familia de clase media. La pasión política se le metió en el cuerpo desde su primera juventud. Luchó contra al dictadura de Gómez y por ello padeció prisión y su primer exilio. Participó de la experiencia política liderada por Rómulo Gallegos y así como contribuyó a su ascenso también compartió la hora de la derrota y el exilio.

En la clandestinidad, arriesgando la libertad y en más de un caso la vida, luchó contra la dictadura de Pérez Giménez, a quien la movilización popular lo obligó dejar el poder en 1958. Rómulo Betancourt fue el primer presidente de la democracia política de Venezuela. Allí se estableció el acuerdo político entre los partidos populares para asegurar el consenso y la rotación en el poder.

Carlos Andrés Pérez fue el Ministro del Interior de Betancourt. Anteriormente se había desempeñado como secretario de estado y legislador. No, no era un improvisado y mucho menos un diletante. La gestión política de Betancourt, que llegó al poder luchando contra una dictadura, fue al mismo tiempo la que después de apoyar la revolución cubana rompió relaciones con ella cuando Fidel Castro anunció el giro al comunismo.

Entonces se dijo que estos eran los límites ideológicos de Acción Democrática y de los gobiernos “liberales burgueses” de América latina: estaban en contra de las dictaduras bananeras pero no estaban dispuestos a apoyar una revolución que supuestamente atacaba las raíces de la explotación y la dominación. Es lo que se decía entonces. Cincuenta años después este discurso parece anacrónico o por lo menos parcial. El proclamado giro a la izquierda de Castro no fue más que el el pretexto ideológico para afianzar la dictadura personal que es hoy la más prolongada del mundo; y la dependencia a la URSS, dependencia que profundizó los costados más arcaicos y retrógrados de la economía cubana, además de poner en evidencia la incapacidad del supuesto proyecto socialista para asegurar su financiamiento con recursos genuinos.

Las críticas de Betancourt a Castro, como las de José Figueres y la mayoría de los líderes democráticos de América latina, fueron justas y sobre todo coherentes con sus ideales. Paradójicamente, fue en nombre de esa misma coherencia que veinte años después estas “democracias burguesas” serían las que gestionarían el retorno de Cuba a la legalidad latinoamericana.

Fue durante la presidencia de Betancourt que el joven Ministro del Interior ordenó la represión a los movimientos guerrilleros impulsados desde Cuba. Durante años la izquierda venezolana le reprochó a Pérez haber sido el ejecutor de las acciones represivas contra los movimientos insurreccionales. El paso del tiempo demostró que tan equivocado no estaba y ese reconocimiento se lo dieron los propios jefes guerrilleros, la mayoría de ellos prudentemente reciclados en la democracia.

Carlos Andrés Pérez fue dos veces presidente de Venezuela. En todos los casos llegó al poder con el voto popular y gobernó respetando el estado de derecho y la libertades públicas. Su política económica fue intervencionista y moderada. Nacionalizó el petróleo y la iniciativa produjo millones de dólares para el país, pero también numerosos episodios de corrupción que empañaron su gestión.

Diez años después regresó al poder, pero las circunstancias no eran las mismas. Sus adversarios le reprocharon haber aplicado un plan de ajuste olvidando la pequeña diferencia de que en los setenta el barril de petróleo había bajado de 54 dólares a 11. Las protestas populares, la divulgación de reiterados episodios de corrupción minaron su credibilidad y prestigio. En ese contexto los militares reiniciaron su actividad conspirativa. Entre los conspiradores se encontraba un coronel gesticulante y bravucón. Se llamaba, se llama, Hugo Chávez.

Sin embargo no fueron las movilizaciones populares las que pusieron fin a su gobierno, sino una acusación por malversación de fondos. Su autoridad política estaba minada, pero la causa que lo derrumbó fue una imputación relacionada con los préstamos otorgados para financiar a la oposición nicaragüense contra Somoza. Es lo que nunca le perdonaron y es la factura final que le pasaron para poner fin a su carrera política.

Por supuesto, fue un opositor tenaz y sistemático al régimen chavista. Su cuarto de hora había pasado, pero ya se sabe que ningún político de raza admite ese aviso del destino. Cuando murió tenía 88 años, pero hacía casi diez años que estaba con la mitad del cuerpo paralizado. Fiel a su destino nunca dejó de interiorizarse de los avatares políticos de su país y nunca dejó de soñar con el retorno a Venezuela en los brazos del pueblo al que siempre se esforzó por representar.

Carlos Andrés Pérez fue dos veces presidente de Venezuela. siempre llegó al poder con el voto popular y gobernó respetando el estado de derecho y las libertades públicas.

Nacionalizó el petróleo y la iniciativa produjo millones de dólares para Venezuela, pero también numerosos episodios de corrupción que empañaron su gestión.