Al margen de la crónica

Segundos inolvidables

Hoy, 31 de diciembre, estamos recorriendo la última jornada de 2010, con sus 8.760 horas. Sin embargo, los preparativos están puestos en la singular atención que se le brinda a los primeros segundos del año nuevo: pavitas, lechones, asados, pollos o lo que se pueda para armar una suculenta mesa, junto con ríos de bebidas varias -según el gusto- más el final de postres varios, todo por unos pocos segundos. Mirado fríamente, el momento genera un gasto económico, de salud mental y de equilibrio emocional enorme e injustificado. Pero quienes se hunden en las miasmas del vitel toné, del puré de manzana o la salsa de ciruela, consideran a cada uno de los esfuerzos, altamente justificados para iniciar otro año con “mejor onda” que el que termina.

“Este año gasté una “bocha’ en los fuegos artificiales. Hasta el Papa se va a preguntar qué pasa en casa”, sostiene sonriente un hombrón que arrastra a la prole que venía por unas estrellitas y unas cajitas de chasqui bum, pero que terminan tributando a una serie de tubos que meten miedo de sólo mirarlos. Es que el ruido y el color es la otra cara de la fiesta. Es que no alcanza con los ojos rojos -por la ingesta o por los corchazos- que siembran el champán y la sidra, hay que marcar el terreno en la cuadra y nada mejor que hacer tronar el escarmiento vecinal luego de un año de desplantes varios.

Otros que gustan de vaciar su billetera en la presente jornada son quienes pretenden una mesa inolvidable y llenan de comida, bebidas la mesa, además de luces, adornos, velas, muérdago, antorchas de citronella, reflectores que apuntan a los árboles o a las cabezas de los comensales, servilleteros artesanales y manteles temáticos. Todo para que la reunión sea “un éxito” y que todos tengan motivos para hablar durante los meses venideros.

También están los que con la cabeza gacha por la resignación ofrendan su mayor tesoro: lo poco que les queda de paciencia, para soportar la familia política cruzando dardos con la propia, lo que constituye todo un clásico de las fiestas de fin de año. Obvio que quien más pierde es, siempre, el dueño de casa que abrió las puertas para tratar de que la fiesta sea lo mejor posible y que la insidiosa de la cuñada no comience con sus tiros por elevación que, como es habitual, rechaza con una chilena majestuosa algún miembro más curtido de su propia familia, y mientras los cruces siguen y el alcohol hace sus efectos, aparecen algunos pañuelos, miradas llenas de odio y alguno que se levanta de la mesa para no hacer algo peor.

Pero por suerte están los que entienden de qué se trata esta celebración pagana. Un ritual que procura juntar lo mejor de la familia y los amigos para hacer no una cena de la que todos los invitados quieren huir terminados los brindis, sino que se mantiene al calor de la música, los festejos y el buen humor. No son muchos los casos, pero son el motivo que alienta a que la esperanza se renueve año tras año y poder decir: ¡¡¡Feliz 2011!!!