Panorama nacional

Un año imprevisible

En la Argentina actual, la dificultad de predecir el futuro está potenciada por la manía oficial de reinventar el pasado y desfigurar el presente.

Sergio Serrichio

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“Hacer predicciones es muy difícil, sobre todo cuando se trata del futuro”. (Niels Bohr, Premio Nobel de Física del año 1922)

“En estos días hablar es peligroso; nuestro pasado se ha vuelto impredecible”. (Proverbio ruso, muy de moda tras la muerte de Stalin).

La mezcla de humildad e ironía del científico danés, uno de los genios del siglo XX, sobre la intrínseca imprevisibilidad del porvenir, y la pícara advertencia rusa sobre el riesgo de dar pasos en falso en un clima de intriga y paranoia, se mezclan en la Argentina, donde las previsiones para 2011 de los economistas y analistas políticos (crecimiento menor, pero respetable; inflación alta, pero contenida; panorama electoral confuso, pero favorable al oficialismo; ausencia de crisis) chocan con un paisaje de conflictos sociales, aumento de la violencia e incapacidad para prever cuestiones básicas y de alta demanda a fin de año, como nafta y billetes.

A fines de 2009 la visión de los economistas sobre lo que venía era negativa. La recesión de ese año había marcado ánimos y previsiones. Nadie preveía que la recuperación, iniciada sobre fines de ese año, sería tan fuerte, al punto que 2010 cerrará con una expansión del PIB cercana al 8 por ciento. Y por el mismo efecto de la recesión, las previsiones sobre inflación estaban adormecidas. Los pronósticos pifiaron de cabo a rabo.

La historia oficial

De cara a 2011, la manía oficial de reescribir el pasado y desfigurar el presente complica aún más las cosas.

Ejemplo de lo primero fue la canonización política de Néstor Kirchner, consumada en los últimos dos meses por el aparato mediático oficial, que convirtió una cardiopatía en un acto de heroísmo. El decreto presidencial 1560, que dispuso el duelo nacional por tres días en ocasión de la muerte del ex presidente, había iniciado la invención de un pasado a medida, al afirmar, contra toda evidencia, que el difunto “desde su juventud fue un defensor incansable de los derechos humanos” como abogado “en los períodos dictatoriales durante los que dichos derechos fueron vulnerados sistemáticamente”.

En cuanto al presente, si uno se atiene a los datos de inflación y a las estadísticas socio-económicas del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), el actual nivel de conflictividad es inentendible.

Cuando Amado Boudou dijo hace unos meses que la inflación no preocupaba a los más pobres, sino a las clases más acomodadas, cometió uno de los disparates más fenomenales que se recuerde de un ministro de Economía, pero también juntó dos partes de un todo perverso.

Es cierto que las clases media y alta se quejan del aumento de precios, pero para eso tienen al menos dos defensas: el aumento de sus ingresos y el anticipo preventivo del consumo, que refuerza la expansión a corto plazo. Y si queda resto, lo canalizan a la “inversión” inmobiliaria. Así, los pobres no sólo reciben el primer impulso de la inflación, sino también el derivado de la orgía del consumo de otros y el encarecimiento, a niveles muy superiores a los de los demonizados 90s, de la tierra y la vivienda.

Aunque no evitó el aumento de la inflación (que de todos modos niega en las estadísticas) este año el gobierno sí evitó el desmadre de los precios manteniendo casi fijo el valor del dólar. Y aún así, coinciden tanto los panegiristas como los críticos oficiales, 2010 cerrará con un superávit comercial cercano a los 12.000 millones de dólares. Y en 2011 el saldo seguirá siendo muy positivo -soja, Brasil y China mediante- tal vez todavía por encima de los 10.000 millones de dólares.

Esa coincidencia de pronósticos pone casi todas las condiciones del crecimiento fuera de nuestras manos. La Argentina no tiene poder para dictar la política brasileña o china, mucho menos la suerte de sus economías. Su influencia sobre el precio de la soja es inferior a la que recibe de él. Y la producción agrícola depende de la siembra pero también del clima, que jugó a favor en la pasada campaña pero está en dudas para las cosechas 2011.

Con una ayudita de mis amigos, los bancos Sí es seguro, en un año electoral, que el gobierno seguirá apretando el pedal del gasto y poniéndole ficha al consumo, ayudado por un sistema bancario que ha resignado casi por completo su rol de canalizar el ahorro y financiar la inversión productiva, para dedicarse de lleno al crédito personal a los pudientes y a financiar la compra en cuotas de plástico a tasas asesinas.

La extraordinaria rentabilidad de los bancos es una de las características menos analizadas del “modelo” K. En 2003, precisó el economista Eduardo Levy Yeyati, los créditos hipotecarios eran el 25 por ciento de la cartera de préstamos del sistema bancario argentino y los personales el 16 por ciento. El año pasado, la proporción pasó a ser de 12 y 37 por ciento, respectivamente. En tanto, los créditos comerciales (a empresas, para inversión), que eran el 60 por ciento del total en 2003, cayeron este año por debajo del 50 por ciento. Pan para hoy y hambre para mañana.

La cuestión es hasta qué punto el gobierno y los bancos podrán sostener el gasto y el consumo. Este año termina con un gasto público consolidado de 160.000 millones de dólares, que hizo insuficientes los altos ingresos fiscales y llevó al gobierno a recurrir, cada vez más, al aporte del Banco Central (emisión monetaria) y de la Anses (el dinero de los jubilados).

Para apreciar la acelerada emisión ya no hace falta recurrir al balance del Banco Central. Basta mirar los billetes de cien pesos. Hace ya tres meses se inició la serie S, cuando en la historia monetaria argentina los billetes de más alta denominación se emitían sólo hasta la L. Ahí está también la contratación de apuro de la Casa de la Moneda brasileña para que emita dinero argentino. O el simple faltante de billetes. Hace rato que se deberían emitir billetes de quinientos pesos. Pero eso iría contra el “relato” oficial. Mejor mantener las apariencias, aunque ya nadie les crea.