crónicas de la historia

Manuel Moreno

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Foto: archivo el litoral

Rogelio Alaniz

Manuel Moreno murió el 28 de diciembre de 1857. Desde hacía cinco años vivía en Buenos Aires, ciudad donde había nacido el 31 de marzo de 1781 y de la que se había ausentado en diferentes circunstancias, todas relacionadas con la política, pasión a la que le dedicó su vida. Su último retorno a Buenos Aires fue en 1853, después de Caseros. A diferencia de ciertos rosistas de paladar negro que al otro día de la derrota de Rosas se unieron a sus enemigos y cambiaron la divisa punzó por la celeste, Moreno volvió a su país y retirado de la vida pública dedicó sus últimos años a poner en orden sus papeles y mejorar la redacción de algunos textos publicados en otros tiempos, sin renegar de su condición de funcionario diplomático de Rosas ni de su filiación federal.

En realidad, y con los cuidados teóricos del caso, a Moreno habría que calificarlo como federal antes que rosista. Con Pedro José Agrelo y Manuel Dorrego son reconocidos como los fundadores del federalismo porteño. No son estas las exclusivas singularidades de una vida cuyo itinerario se confunde con el de la Nación. En principio, a Manuel no le debe haber sido fácil ser el hermano menor de Mariano. En vida, porque la personalidad del secretario de la Primera Junta era avasallante y absorbente; y después de muerto, porque siempre es muy complicado para un hermano menor luchar contra un fantasma, mucho más si ese fantasma es uno de los grandes próceres de la Nación.

De todos modos, dejemos para los psicoanalistas indagar sobre estos temas e intentemos reflexionar sobre datos mas objetivos que los celos bíblicos entre el hermano mayor y el menor. Como se desprende de la cronología, la fecha de nacimiento de Manuel casi coincide con la del inicio del virreinato del Río de la Plata, y su muerte se produce cuando la clase dirigente ya ha tomado conciencia en clave liberal de la necesidad de promover la organización nacional bajo un modelo de acumulación económica que le permita a la Argentina insertarse en el mundo aprovechando sus ventajas comparativas.

Manuel Moreno fue hijo de Manuel Moreno y Argumosa y de María Ana Valle. Estudió en el Colegio San Carlos y se desempeñó como empleado del Consulado. Cuando se produjeron las invasiones inglesas combatió en Montevideo y Buenos Aires. No hay registro de que haya participado en el procesos revolucionario que culminó el 25 de mayo de 1810 con la conformación de la Primera Junta, pero que no haya documentación no quiere decir que durante esas jornadas se haya quedado en su casa vistiendo santos. Sí se sabe que cuando su hermano Mariano integró el primer gobierno patrio, estuvo a su lado y colaboró en cargos menores.

Lo demás es historia conocida. En los primeros días de 1811 viajó con su hermano a Inglaterra decidido a compartir esa suerte de exilio promovido por sus enemigos internos. Acerca de ese viaje no hay mucho que agregar, salvo recordar que Mariano muere en alta mar como consecuencia de un medicamento mal administrado por el capitán del barco, lo que ha dado lugar a suspicacias. Mariano muere acompañado por su hermano Manuel y su amigo Tomas Guido. Ambos, en el futuro, desempeñarán responsabilidades de primer nivel en los diferentes gobiernos patrios, además de compartir el ideario federal, la actividad diplomática y las tenidas masónicas.

En Londres, Moreno se dedica a cultivar relaciones políticas, asistir a las tenidas de las logias masónicas y escribir su libro “Vida y memoria de Mariano Moreno” donde responsabiliza a Saavedra de la “sospechosa” muerte de su hermano, imputación que de todas maneras no logra probar y que para más de un historiador revela el espíritu faccioso de Manuel, su predisposición a la lucha política y la intriga, virtudes o vicios que lo habrán de distinguir luego transformándolo en uno de los polemistas más temibles del Buenos Aires rivadaviano.

En 1812 regresa a Buenos Aires y se suma a las persistentes y enconadas luchas políticas de entonces. En esos años afina sus percepciones políticas, descubre las virtudes del federalismo y se inicia en otro de sus oficios persistentes: el periodismo. Su principal aliado político es Vicente Pazos Kanki, con quien comparte el rechazo a las soluciones monárquicas impulsadas por quienes suponen que la mejor alternativa política para una región cada vez más acorralada y fracturada es la monarquía.

Durante el Directorio de Juan Martín de Pueyrredón, Moreno -y lo que ya empieza a conocerse como el “Partido Federal”- se dedican a ejercer una oposición sistemática. Uno de los cuestionamientos más serios que le hacen a Pueyrredón es el de haber sido cómplice -pasivo o activo- de la invasión portuguesa a la Banda Oriental. Las disidencias y las denuncias escandalosas de los federales porteños dan lugar a que Pueyrredón decida expulsarlos de Buenos Aires. El primero es Dorrego, que elige a Estados Unidos como destino. A los pocos meses se le suma Moreno.

En los Estados Unidos, los exiliados perfeccionan su federalismo doctrinario y descubren las virtudes del republicanismo y el agrarismo. Por su parte, Moreno aprovecha las circunstancias del exilio para estudiar Medicina en al Universidad de Maryland, donde adquirirá el título de médico dos años después.

Para 1821, es decir después de la crisis política de 1820 que produjo el derrumbe de todas las instituciones políticas creadas a partir de 1810, Moreno regresa a Buenos Aires y, fiel a su destino, se mete de lleno en las agitadas y facciosas luchas políticas de entonces. El gobierno de Martín Rodríguez es el producto de un acuerdo político entre comerciantes urbanos y propietarios rurales. La Junta de Representantes creada en esos meses será el espacio institucional donde se expresan estos acuerdos.

Rivadavia, el detestado Rivadavia, es el super ministro del acuerdo, el oráculo económico y financiero que promoverá la creación de un conjunto de instituciones que los federales -y muy en particular, la incipiente pero codiciosa clase terrateniente- aprovecharán para apropiarse de tierras. Juan Manuel de Rosas milita en esa causa, y cuando años después se presente como el “Restaurador de las leyes”, hará referencia a las leyes e instituciones promovidas por Rivadavia en esos años, tramo al que un historiador calificó como “la feliz experiencia”.

Manuel Moreno será en el inicio de esta acción de gobierno un aliado de Rivadavia, motivo por el cual será convocado como docente, y se lo designará director de la Biblioteca Nacional y miembro de la flamante Academia de Medicina. Desde el punto de vista académico le corresponde el honor de haber fundado en estas tierras la primera cátedra de Química. Un experimento realizado en su laboratorio -consistente en encender cuatro lámparas de gas- le otorgará fama de científico y hombre sabio.

De todos modos, ninguna de esas “distracciones” docentes lo apartarán de la política, actividad que en aquellos años se hacía con las armas o con la pluma. Para Moreno, el periodismo el recurso elegido para dar a conocer sus ideas. Desde el “Argos de Buenos Aires” y “La Abeja” se dedica a atacar a la gestión ministerial de Rivadavia, señalar sus incoherencias y su incapacidad para defender la Banda Oriental. Habitualmente, los textos de historia aseguran que a Rivadavia lo derrotaron los caudillos de las provincias. No es este el momento para dirimir ese debate, pero en principio basta con saber que para algunos historiadores los que más contribuyeron a erosionar el prestigio de Rivadavia fueron los periodistas, con sus pullas, sus críticas aceradas y sus caricaturas burlonas.

A Manuel Moreno le corresponde el honor de haber sido el primer diplomático de la patria. Formalmente, en 1827 Dorrego lo designa ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, pero desde esa fecha y hasta Caseros nunca dejará de atender los negocios diplomáticos de la Confederación en el mundo o, para ser más precisos, en Inglaterra y Estados Unidos. Juan Manuel de Rosas, pero también Vicente López y Planes, Viamonte, Maza y Balcarce requerirán de sus servicios, de sus conocimientos de las cancillerías de las principales potencias del mundo y de su sagacidad y prudencia política, virtudes reconocidas hasta por sus adversarios más enconados.

Su célebre y belicosa polémica con San Martín no desdibujó su talento y hombría de bien. Algunos de sus adversarios le reprocharon en su momento haber calumniado al General, pero no bien se leen las cartas que se cruzan estos dos hombres se arriba a la conclusión de que se trató más de un mal entendido o, si se quiere, de una imprudencia menor de Moreno, que de una pelea definitiva. Es en el transcurso de esa rencilla epistolar, que Moreno se permite hablar de su vida, de su compromiso con la Nación y del orgullo que le inspira su hermano mayor.