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Orson Welles, que en los años ‘40 y ‘50 adaptó obras de Shakespeare como “Macbeth”; y “Othello”, al final de su carrera rodó en España “Chimes at Midnight”.

Un Shakespeare renovado

La tempestad, con la controvertida sensibilidad plástica de Julie Taymor, y “Coriolanus”, el debut en la dirección de Ralph Fiennes, recuerdan cuán amplio es el espectro de adaptaciones del bardo inglés, abordado anteriormente desde el purismo de Kenneth Branagh y Laurence Olivier, o desde la heterodoxia de Baz Luhrmann.

 

TEXTOS. MATEO SANCHO CARDIEL. FOTOS. EFE REPORTAJES.

“Estamos hechos de la misma materia que los sueños. Nuestro pequeño mundo está rodeado de sueños”, escribía Shakespeare en “La tempestad”. Y el cine, o sobre todo Hollywood, es desde hace 115 años la fábrica por antonomasia de ese tejido onírico al que se refería el literato inglés, lo que ha creado un matrimonio literario-cinematográfico de los más fértiles.

“The Tempest” es el “segundo round” de la estadounidense Julie Taymor con el escritor tras “Titus”. Reconocida por su poderoso, casi operístico sentido de la estética y experta en hacer de lo anacrónico una virtud, adapta ahora la famosa obra protagonizada por Próspero... pero convirtiéndole en mujer con los rasgos de Helen Mirren. Música contemporánea -con partituras de su marido, Elliot Goldenthal-, estética futurista e inglés antiguo configuran este explosivo cóctel temporal que, entre lo genial y lo descabellado, cerró la Mostra de Venecia.

En la Berlinale, en cambio, se estrenará el debut del actor Ralph Fiennes en la dirección. El actor, que está familiarizado con Shakespeare por interpretar obras como “Julius Caesar” sobre las tablas, mostrará en febrero su esperado “Coriolanus”, que adapta la cruenta batalla narrada por Shakespeare entre romanos y los volscos (un pueblo del centro de Italia) a las dinámicas bélicas de hoy en día.

Fiennes se otorga el papel protagonista junto a Gerald Butler y, si bien la empresa parece ambiciosa, quizá el ahora director aplicó lo que escribió el propio Shakespeare: “Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte. Los valientes prueban la muerte sólo una vez”. ¿Sobrevivirá?.

Valentías u osadías similares perpetraron Baz Luhrmann, con su muy exitosa “Romeo+Juliete”, en la que Leonardo DiCaprio brilló en medio de una estética total y brillantemente desmelenada y, ya puestos, cabe mencionar la cinta de artes marciales “Romeo Must Die” (Romeo debe morir), protagonizada por Jet Li. “No tratéis de guiar al que pretende elegir por sí su propio camino”, decía Shakespeare... y se lo tomaron de manera demasiado literal.

DE AUTOR

Como el príncipe danés, Orson Welles se dijo: “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”. Y así, cuando después de su espectacular debut con “Citizen Kane” (El ciudadano) empezó a llevar su monumental talento por los cauces de la ruina económica, se convirtió en dueño, señor y gestor de su cine e hizo personalísimas, baratas, oscurantistas y, en su mayoría, geniales adaptaciones de Shakespeare.

En contra de los corsés de la escuela británica, el estadounidense apostó por la pulsión trágica desatada. Su “Macbeth” -obra que también adaptaría un poderoso autor, Roman Polanski- o su “Othelo” son verdaderos clásicos. Pese a su irregularidad, se encuentra entre sus filmes de culto “Chimes at Midnight”, que condensaba cinco relatos del bardo. Y nunca llegó a acabar su adaptación de “El mercader de Venecia”.

Pese a ser muy literal, también hizo netamente suya Joseph Leo Mankiewicz la adaptación de “Julius Caesar”, apoyado en un reparto encabezado por Marlon Brando, pero en el que también estaban James Mason, Deborah Kerr, John Gielgud y Louis Calhern. Y Akira Kurosawa, el maestro japonés que más bebió de influencias occidentales, ofreció en “Ran” una apasionante a la vez que comedida traslación de “The King Lear”.

Volviendo al Reino Unido, el gurú del cine experimental filogay de los años ochenta Derek Jarman, también se aproximó a “The Tempest” con una sensualidad exacerbada hasta los kitsch. Desde Rusia, Grigori Kózintsev realizó primorosas adaptaciones de “Hamlet” y “El Rey Lear”. Y quien considerara que el cine no había encontrado su lenguaje definitivo hasta que él apareció en escena, Peter Greenaway, adaptó “La tempestad” sin límites de ningún tipo -y con un actor tan shakespeariano como John Gielgud- en “Prospero’s Book”.

EN VERSIÓN “LIGHT”

William Shakespeare también ha sido base de comedias románticas para público adolescente, como “Diez cosas que odio de ti”, versión diluida de “La fierecilla domada”, “She’s the Man”, tres cuartos de lo mismo respecto a “Noche de Reyes”. Pero también ha servido para chispeantes retratos urbanos, como el que hizo Al Pacino en su película “Looking for Richard”, años antes de interpretar para Michael Radford “El mercader de Venecia”.

Sin dejar de ser liviana, “Shakespeare apasionado” logró los más altos honores -en los que a Óscar se refiere- jamás conseguidos por una película relacionada con el bardo de Stratford-upon-Avon. Sin adaptar ninguna de sus obras, sino “remezclándolas” en una fabulación romántica de su figura -interpretada por Joseph Fiennes-, el filme logró en 1998 siete estatuillas doradas.

Al rebufo de este hito, Michelle Pfeiffer, Rupert Everett y Stanley Tucci recrearon con encanto “Sueño de una noche de verano” -de la que existe una exquisita, artesana y no especialmente conocida adaptación de 1935 con James Cagney y Mickey Rooney-. Pero menos suerte corrió la comedia española “Miguel y William”, una disparatada trama que enfrentaba a Shakespeare y a Cervantes por el amor de una mujer. Como él mismo escribiría: “Hasta la propia virtud se convierte en vicio cuando es mal aplicada”.

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El británico Laurence Olivier fue el principal exportador de Shakespeare en Hollywood, donde consiguió el Óscar a la mejor película y al mejor actor con su “Hamlet”; en 1948.

La película “shakespeariana” con más oscar no es una adaptación de su obra, sino “Shakespeare apasionado”, protagonizada por Gwyneth Paltrow y Joseph Fiennes.

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Julie Taymor vuelve a adaptar a Shakespeare tras “Titus”; en “The Tempest”, donde cambia el sexo del personaje principal, Próspero, a quien ahora da vida Helen Mirren.

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La historia de “Romeo y Julieta” ha servido de base para películas muy distintas, como el musical ambientado entre las bandas puertorriqueñas de Nueva York “Amor sin barreras”.

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Kenneth Branagh, como heredero natural de Laurence Olivier, renovó el repertorio shakespeariano a finales del siglo XX con “Henry V”, “Hamlet” (en la imagen), o “Mucho ruido y pocas nueces”.

PARA PURISTAS

Ser o no ser shakespeariano fue durante mucho tiempo la cuestión que marcó la diferencia en el teatro y el cine británicos. Y el príncipe de ambas disciplinas fue Laurence Olivier, quien asumió protagonismo y dirección de las más graves adaptaciones cinematográficas de Shakespeare en el Hollywood dorado.

Aunque había explorado casi todo su repertorio en el West End londinense, Olivier quiso ser ejemplarizante en un Estados Unidos con tendencia a simplificar la tragedia neta. Comenzó con “Henry V”, que se ganó el prestigio de la crítica mundial. Y remató ganando el Óscar como mejor actor y mejor película en 1948 con “Hamlet”, la primera cinta no estadounidense en alzarse con el máximo honor.

Eso sí: cuando quiso completar la trilogía con “Richard III” no tuvo el mismo éxito, de tal manera que ya para “Otelo” sólo intervendría como actor. “Yo soy Inglaterra. Eso es todo”, diría Olivier en una ocasión.

Algo así debió proponerse, a pesar de ser irlandés, el joven Kenneth Branagh quien, tras conquistar todos los honores de las tablas desde la Royal Shakespeare Company, centró sus esfuerzos en el séptimo arte. Como el propio Olivier, comenzó por “Henry V” en 1989 y los Óscar le dieron su bendición nominándole como actor y director. Entonces se abrió la fábrica de adaptaciones: más ligeras, como “Much adoe about Nothing” (Mucho ruido y pocas nueces) ; más ambiciosas, como su “Hamlet” de casi tres horas; metateatrales como “In the Bleak Midwinter” o incluso en versión musical, con “Love’s Labour’s Lost”.

Por último, un director más reconocido por su capacidad de popularizar (por no decir descafeinar) la base literaria de Shakespeare es Franco Zeffirelli, que tras bregar con el matrimonio de Richard Burton y Elizabeth Taylor en “La fierecilla domada”, descubrió a toda una generación de adolescentes la pasión mortal de “Romeo and Juliet” -que unos años antes había tenido su adaptación a los barrios latinos de Nueva York en el celebérrimo musical “West Side Story”- y, en una pirueta final, convirtió a Mel Gibson en un improbable Hamlet.