Panorama nacional
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Comercio exterior: “arrugue de barrera” con Brasil
En vísperas de la visita de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, un vistazo a los datos del comercio exterior y a episodios del pasado reciente.

Guillermo Moreno exceptuó las compras a Brasil en las restricciones de bienes que se producen internamente.
Foto: DyN
Sergio Serrichio
Los pronósticos económicos, de los que ya dimos cuenta en otras ocasiones, coinciden en que 2011 será un año de inflación alta, pero controlada, y con crecimiento más lento que en 2010, pero todavía robusto, en un marco de relativa quietud cambiaria (dólar cuasi-fijo), apuntalada por un superávit comercial cercano a los 10.000 millones de dólares.
Las cifras de comercio exterior que el lunes pasado difundió el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), sin embargo, echan sombra sobre el supuesto de que el superávit comercial seguirá siendo tan holgado como para garantizar tranquilidad en el frente cambiario.
Según las cifras oficiales, el año pasado cerró con un superávit comercial de 12.057 millones de dólares, producto de exportaciones por 68.500 millones y de importaciones por 56.443 millones.
Los altos precios de las materias primas (en particular, de la soja) explican el supuesto “boom” exportador de la Argentina en la primera década del siglo XXI. El propio Roberto Lavagna, el más durable ministro de Economía que tuvieron hasta la fecha los gobiernos K, calculó hace poco que el mismo nivel de compras y ventas, medido a precios de los años ‘90, da un déficit comercial de más de 5.000 millones de dólares, o de 11.000 millones si se toman los precios del período 1986/90, el peor del último cuarto de siglo.
Más sorprendente aún es que, pese a que el país contó con los mejores “términos de intercambio” de los últimos 60 años, el valor de las compras al exterior aumentó el año pasado a un ritmo que duplicó el de las ventas: 46 vs. 23 por ciento. Por eso el saldo, aunque siguió siendo positivo, descendió 29 por ciento desde el nivel récord de 16.888 millones de dólares que había alcanzado en 2009.
Más llamativas aún son las diferencias en los últimos meses. Por caso, en diciembre pasado el ritmo interanual de crecimiento de las importaciones triplicó al de las importaciones: 48 vs. 16 por ciento. De resultas, el saldo comercial del mes cayó, en términos interanuales, un 80 por ciento.
Es cierto que en materia de comercio exterior los meses clave para la Argentina son los que van de abril a septiembre, en los que se concentra casi el 60 por ciento de las exportaciones. Por caso, para este año se calcula que la venta de los principales productos agrícolas arrimará, por sí sola, más de 30.000 millones de dólares.
Pero si los ritmos actuales de ventas y compras externas se mantuvieran unos meses más, el plácido supuesto de un superávit comercial cercano a los 10.000 millones de dólares se desvanecería, dando nuevos ímpetus a un deporte nacional: la fuga de capitales. En tal caso, la inflación, ya alta, perdería el “ancla” de la tranquilidad cambiaria.
En alerta
Algunas instancias del gobierno son conscientes de ese riesgo. Ya el mes pasado el polémico secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, dio directivas a cadenas de supermercados y grandes importadores para frenar la compra al exterior de bienes que se producen internamente. Pero, a diferencia de acciones similares de hace poco más de un año, esta vez dejó expresamente de lado las compras a Brasil. Un relator de fútbol lo llamaría “arrugue de barrera”.
Se entiende: Brasil es el principal socio político y comercial de la Argentina, y no es fácil de llevar, pese a que en el intercambio bilateral registra un fuerte saldo a su favor. Hace más de un año, cuando Moreno cerró el grifo de las compras sin hacer distingos de origen, el gobierno del entonces presidente brasileño, “Lula” da Silva, respondió frenando en las fronteras el ingreso de camiones provenientes de la Argentina.
La situación se resolvió recién a fines de noviembre de 2009, con la visita a Brasilia de la presidenta Cristina Fernández, que abrochó la compra de 20 aviones del fabricante de aeronaves Embraer para renovar la flota de Aerolíneas Argentinas. La propia presidenta, contra los dichos de su ministro de Planificación, Julio de Vido, afirmó aquella vez que lo decisivo no era el financiamiento que otorgaba el BNDES (Banco de Desarrollo brasileño), sino una cuestión política, privilegiar al “socio estratégico” de la Argentina.
¿Qué pensaban, mientras tanto, los funcionarios brasileños? Uno de los cables del Departamento de Estado norteamericano difundido por Wikileaks precisa que el día en que nuestra presidenta llegaba a Brasilia, Stephen Liston, consejero político de la embajada de Estados Unidos en Brasil, se reunía con el jefe de la diplomacia brasileña para el Cono Sur, Joao Luiz Pereira Pinto, quien le confió que el objetivo central de la reunión entre Lula y Cristina era reducir las “tensiones políticas”.
Pereira Pinto le dijo a Liston que el gobierno argentino se creaba sus propios problemas y luego le echaba la culpa a Brasil y definió al gobierno de Cristina como “autoritario, pero sin ninguna de las herramientas del autoritarismo”.
La cuestión es que, días después de la cumbre de Cristina con Lula y de la compra de los aviones a Embraer, los camiones argentinos volvieron a entrar a Brasil sin tener que soportar largas y costosas amansadoras fronterizas.
Hace poco meses, el propio Moreno reconoció, en una de sus esporádicas charlas con militantes kirchneristas, que la relación con el socio mayor del Mercosur y, en particular, la cotización del real, son decisivas para la sostenibilidad del “modelo” K.
En vísperas de la visita a la Argentina de la nueva presidenta brasileña, Dilma Rousseff, habrá que ver cómo se plantea la relación con Cristina Fernández, y si, a la luz de la preocupante evolución de los datos del comercio exterior, el gobierno argentino mantiene su decisión de eximir a las compras a Brasil de sus purgas comerciales.