En carpa

En carpa

En una época de la vida, en una época del año, en algún momento a la gente se le ocurre andar en carpa. Es una experiencia diferente y contradictoria, porque tanto nos remite a un ámbito más primitivo como a la añoranza directa de la tecnología y comodidades que dejamos momentáneamente atrás. Una sola cosa voy a decir: yo no fui.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

 

Es una generalización injusta y arbitraria, pero por algún lado hay que comenzar: la época de andar en carpa está ligada a la juventud, a la falta de familia y de preocupaciones, a la idea de andar ligeramente, de conectarse con la naturaleza y lo básico, de no necesitar mucho.

Son ideas poderosas que -ojalá, con el correr de la vida- no perdamos del todo, aunque progresivamente los años nos quitan espíritu aventurero y reclamamos para nuestro período de ocio mayores comodidades. Hay gente que no pisa otro destino si no lo espera un baño como la gente, un buen sommier, y unas cuantas vidrieras cerca...

Pero estamos en carpa. Lo primero que notamos es que a los mejores lugares ya se los eligieron los otros y uno cae al camping o al lugar elegido ya acomodándose a una situación no deseada (la adaptación, funcionar igual aunque no sea en las mejores condiciones es una de las premisas de este tipo de experiencia), pero igualmente mantenemos el optimismo en su punto más alto: vamos a pasarla bárbaro, nos juramos.

La otra cosa inmediata que sabemos es que no sabemos un corno de armado de carpas; tenemos esta carpa nueva (o una prestada, cuyo conocimiento íntimo desconocemos), jamás leímos las instrucciones (y hacerlo allí es una dolorosa derrota pública, inadmisible) y acá estamos mal poniendo estacas y fallando en cuestiones elementales.

También percibimos de inmediato que felizmente en el grupete de amigos, o en la carpa de al lado, hay por lo menos uno que la manya lunga y nos auxilia. En sus manos, el armado de carpas es un juego de niños y así finaliza la penosa experiencia que intentamos sobrellevar con falsa hidalguía...

Que las carpas se tensan por las diagonales, que las estacas deben ir inclinadas, que el terreno debe estar liso y sin palitos que, por más mínimos que sean, se clavarán luego en nuestra espalda cuando intentemos conciliar o reconciliar el sueño y si uno quiere hacer eso es porque se ha peleado con el sueño en cuestión-, que hay que hacer canaletas, que hay que ventilar después de varios días de convivencia con tus cinco amigos, en un momento pedís a gritos que no ventilen más nada- y tantas otras cuestiones que están muy alejadas de nuestra vida cotidiana y “normal”.

Al rato te das cuenta también que es equivocado el dicho de “cerrá la puerta o vivís en carpa”, casualmente porque la puerta de la carpa suele estar siempre cerrada para que no entren alimañas de ningún tipo, a excepción de la señorita blonda que cohabita con otras congéneres en la carpa anaranjada, allá, cincuenta metros más allá.

Otra cosa que te percatás al toque es la notoria incompatibilidad entre el tamaño de la carpa y el colchón inflable de última generación que te compraste y que ocupa más de la mitad del espacio. Al final, en qué quedamos: vas a dormir en carpa o vas a tener un súper colchón.

El resultado final es una claustrofobia de novela y por la falta de espacio (te queda un mínimo triangulito libre en el extremo alto de la carpa y por allí además tenés que pasar, una especie de útero del que salimos como en un nacimiento...) al final terminás durmiendo para el lado de la mona, otra que blonda...

La otra cuestión es que tus pies inexorablemente quedan afuera. Jodido estar descansando o haciendo otras cosas si fuiste de campamento con tu pareja y que tus patas (la carpa es un camino hacia la animalidad, como se sabe) queden al desgaire, a la buena de Dios, sin saber si serán interpelados, intervenidos, lamidos, mordidos o vaya a saber qué y por qué. De sólo pensarlo no duermo nada no sólo hoy sino los dieciocho días programados de acampe.

Pero no hay que ser tan flojo de espíritu, che. Pongámosle un poco más de onda porque esto recién empieza. Dos cosas más voy a decirles a todos. La primera es que no vengo más a este sitio en medio de la naturaleza hasta que no coloquen wi fi. Y la segunda es que no cocinamos más de acá hasta el final guiso de lenteja.