Gladiadores de celuloide

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mañana, “El ganador” -un filme sobre boxeo- competirá por el Oscar a la Mejor Película. Pero desde siempre este deporte fue materia prima para el cine. Un repaso por las grandes películas de este subgénero.

 

TEXTOS. JUAN IGNACIO NOVAK.

Su rostro está tan desfigurado por los golpes que apenas puede mantener sus ojos abiertos, pero sabe que ha logrado resistir hasta el final. La pelea terminó y aún permanece en pie, aunque nadie lo había presagiado. Aunque el ganador es el otro, cobra conciencia de que pudo derrotar al rival más duro: su miedo. Y en ese momento, la única palabra que puede pronunciar, en un grito, es el nombre de la mujer que ama.

Éste es el inolvidable final de “Rocky”, de 1976, el ícono más acabado de los boxeadores en el cine, que llevó a Sylvester Stallone al estrellato. La historia de un ignoto púgil ítaloamericano que logra afrontar de igual a igual al campeón mundial es la más conocida de las miradas que el séptimo arte proyectó sobre este deporte. Pero no fue la única, pese a su status de leyenda devaluada por la calidad de las posteriores sagas.

De hecho, entre los filmes que competirán por el Oscar figura “El ganador”, protagonizado por Christian Bale y Mark Wahlberg, que narra las vivencias del ex boxeador Dicky Eklund y sus intentos por levantar cabeza tras caer en las drogas y el crimen. Para eso, en los ‘80, entrenó al irlandés Micky Ward, quien bajo su tutela mantuvo tres épicos combates.

Tal vez sea por el ambiente que rodea este deporte, donde conviven los sentimientos más despiadados junto a los más sublimes, a que el ring suele ser el único lugar de redención para almas torturadas o porque los luchadores condensan todas las contradicciones de la naturaleza humana. Lo cierto es que -a lo largo del tiempo- la pantalla grande se pobló de historias de boxeadores.

PÚGILES NOIR

En los ‘40, por la determinante influencia de escritores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler, surgió la corriente conocida como cine negro o noir. Y fueron muchos los directores que observaron al mundo del boxeo que -con su “mezcla milagrosa”- se adaptaba con fluidez a las características del noir. Así, famosos actores interpretaron a luchadores introducidos, a su pesar, en espesas telarañas de engaños y traiciones.

Los ejemplos son profusos: ya en 1940, el entonces popular James Cagney se puso en la piel de un conductor de camiones que se adentra en el boxeo para ayudar a su hermano, a pesar de la oposición de un gángster neoyorquino, en la película “City of Conquest”, de Anatole Litvak.

Años más tarde, John Gardfield encarnó a un joven que aspira a salir de su vida de carencias en el ring, pero lo que en realidad pierde son sus escrúpulos en una madeja de corrupción, en el film “Body and soul”, de Robert Rossen. Y Kirk Douglas protagonizó “Champion”, de Mark Robson.

Pero el mejor film de boxeadores de esta época, en íntima conexión con el cine negro fue “The set-up” de Robert Wise, quien luego indagaría otra vez en el subgénero. Robert Ryan interpreta a un púgil veterano, cerca del retiro, que decide embarcarse en una última pelea para demostrar su valía. En tanto, su mujer se desespera para que abandone y su manager apuesta en su contra, convencido de que va a perder. El filme cosechó excelentes críticas por sus vibrantes escenas, la conseguida atmósfera y la magnífica interpretación de Ryan.

BRANDON, NEWMAN Y BOGART

Muchas de las películas que -de un modo u otro- dijeron algo sobre el boxeo en los ‘50 fueron muy amargas, pero no menos brillantes. Y mucho tuvieron que ver en esto los actores de la nueva generación, vinculada a las técnicas del Actor’s Studio, que dieron vida a estos personajes desolados.

En “Nido de ratas”, la polémica obra de Elia Kazan de 1954, Marlon Brando interpreta a Terry Malloy, un joven ex púgil que trabaja en los muelles. En un momento le confiesa a su hermano (en una mítica escena que transcurre dentro de un coche) su frustración por haber perdido su oportunidad tras perder una pelea por dinero. “Yo pude ser alguien”, dice.

Dos años más tarde, otra vez Robert Wise, un cineasta todo terreno que indagó en todos los géneros, consumó una obra maestra: “Marcado por el odio”, biopic del boxeador Rocky Graziano que muestra cómo su difícil existencia, signada por la violencia callejera y los reformatorios, fue moldeando su carácter en el ring. Paul Newman interpreta al púgil que alcanzó la corona de los pesos medios.

Pero también hubo un actor de la vieja guardia que se despidió en un film sobre el mundo del boxeo: Humphrey Bogart, quien interpretó no a un luchador sino a un periodista en “Más dura será la caída”, de Mark Robson. Allí su personaje es reclutado por un empresario para que haga popular a Toro Moreno, aspirante a boxeador (que curiosamente es argentino). Al final, en una escena conmovedora, Bogart le entrega sus propios honorarios al joven cuando éste es repudiado.

SEMENTAL ITALIANO Y TORO SALVAJE

Entre fines de los ‘60 y principios de los ‘70, el cine, en particular el norteamericano, exigía una renovación: los géneros clásicos estaban agotados, la TV había logrado un lugar trascendente y el tiempo de las grandes estrellas había pasado. En esta década, el cine de boxeadores no decayó, por el contrario generó obras emblemáticas, como “Rocky”.

Otro gran film de la época es “Fat City”, con Jeff Bridges y Stacy Keach, bajo las órdenes de John Huston. En una población californiana, un viejo boxeador que apenas sobrevive como trabajador agrícola, descubre a un joven que aspira a subir al ring y se lo encomienda a quien fuera su manager. Al igual que en otras tantas películas “hustonianas”, el director muestra la dignidad en la derrota de sus personajes, siempre al límite.

Así como en los ‘40, los filmes de boxeo habían emanado del noir, con los años se fueron asociando a otros géneros. Esto quedó manifiesto en “El campeón” (1979) de Franco Zeffirelli. Jon Voight interpreta a un ex campeón alcohólico y jugador que apuesta a cambiar de vida por su pequeño hijo en esta película que, pese a su éxito, peca de empalagosa y manipuladora. Pero, se sabe, en Hollywood las lágrimas son sinónimo de recaudación. O lo eran hace 30 años.

Pero fue por la misma época que Martin Scorsese dirigió la que está considerada por muchos la mejor película de boxeo: “Toro salvaje”. El status de obra maestra que se le adjudicó no es caprichoso: en este biopic de Jake La Motta confluyen varios talentos, desde Scorsese en la dirección, hasta Robert De Niro en el vibrante protagónico, pasando por Paul Schrader en el guión y Thelma Schoonmaker en el montaje.

ÚLTIMAS DÉCADAS

Aunque nunca más alcanzaron las cumbres de Ryan, De Niro o Stallone, en las últimas décadas el box siguió siendo materia prima para la “fábrica de sueños” del cine, con combates antológicos como el de Rocky con Iván Drago en “Rocky IV”. Vale la pena un repaso breve por algunas.

“El boxeador” (1997) fue protagonizada por Daniel Day Lewis, quien interpreta a un ex convicto que trata de redimirse al abrir su antiguo gimnasio para entrenar a jóvenes aspirantes a boxeadores. “Huracán” (1999) encuentra a Denzel Washington como Rubin Carter, púgil negro acusado injustamente a prisión perpetua y “Ali” fue, en 2001, la mirada de Michael Mann sobre Muhammad Ali, al que encarnó Will Smith.

A esta lista se sumaron en el último lustro trabajos menores como “El luchador”, que cuenta la vida de James L. Braddock quien en la Gran Depresión debió volver al ring para alimentar a su familia, o “El último asalto”, con Samuel L. Jackson como un boxeador que se convierte en un indigente.

Pero el mayor hito del subgénero de los últimos años fue “Million Dollar Baby” de Clint Eastwood. Este filme está centrado en la relación entre un huraño entrenador y una tenaz joven que aspira a que su vida salga de la mediocridad gracias al boxeo. Con herramientas mínimas, Eastwood logra poesía: a través una historia simple y desoladora con personajes comunes, profundiza en un drama humano.

De todo lo dicho hasta aquí se desprende una certeza: el boxeo es una excusa, especialmente interesante, para profundizar desde la pantalla en los sentimientos más intrincados del ser humano, desde el miedo a la pasión. Igual que en el ring.

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Otras curiosidades

• Aunque para la posteridad quedó como el maestro del suspense por obras como “Vértigo” y “Psicosis”, el director Alfred Hitchcock incursionó curiosamente en una historia de boxeadores. Fue en “El ring”, película muda de 1927 que escribió con su mujer Alma Reville y que se introduce en un triángulo amoroso que tiene como marco al ambiente pugilístico.

• En “Luces de la ciudad”, Charles Chaplin regala a la platea una de las escenas más divertidas de su filmografía. En su afán por conseguir dinero para ayudar a una florista ciega, el eterno vagabundo que el actor inglés interpretó tantas veces se prueba como boxeador. Y es vapuleado una y otra vez, generando una serie de gags de lo más hilarantes.

• El debut de Stanley Kubrick, uno de los cineastas más controvertidos del siglo XX, fue la historia de un boxeador que rescata a una cantante de las manos de un mafioso. En este interesante film que combina drama, intriga y todos los códigos habituales del cine negro, Kubrick no sólo dirige: también se ocupa del guión, la fotografía y el montaje.

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“Million Dollar Baby” de Clint Eastwood.

El “mono” Gatica, un púgil bien Argentino

José María Gatica fue un conocido boxeador argentino que tuvo su momento de gloria entre fines de los años ‘40 y principios de los ‘50, casi en coincidencia con el gobierno de Juan Domingo Perón. Nacido en la pobreza, adquirió su capacidad para pelear en las calles y fue dueño de un gran carisma que le granjeó el aprecio del público.

Tras su retiro, inició una progresiva decadencia y murió con 38 años arrollado por un colectivo, mientras vivía en una villa miseria.

Su historia fue contada en el film de Leonardo Favio “Gatica, el Mono” de 1993. La historia es un hallazgo en los apartados técnicos, ya que las peleas están muy logradas, al igual que la reconstrucción de los escenarios. Y el contexto histórico cuaja a la perfección: el auge y la caída del boxeador coinciden con la llegada al gobierno de Juan Domingo Perón y su declive con el derrocamiento y exilio del líder.

Párrafo aparte merece la actuación de Edgardo Nieva, que logró una notable caracterización y un despliegue físico impresionante. El film fue premiado en 1994 con un premio Goya a la Mejor Película Extranjera de habla hispana.