ALEJANDRO GODOY

Es cartonero y escribió un libro sobre la búsqueda de su madre

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Ale, su familia, el carro: con infinidad de dificultades, transitó un duro camino de casi 40 años, para hallar a quien le dio la vida.

Desde Avellaneda, donde vive, removió cielo y tierra para dar con ella. Después de años de búsquedas frustrantes, la encontró en Fuerte Apache, Buenos Aires. Y decidió escribir su historia, en un libro que fue publicado por la Municipalidad de su ciudad.

 

NATALIA PANDOLFO. [email protected] FOTOS: GUSTAVO CAPELETTI

Cuando era chico soñaba con convertirse en el increíble Hulk, para tener una potencia superlativa y poder encontrar a esa mujer. Sus allegados se reían: “Vos sos más parecido a la Pantera Rosa”, le decían. Alejandro Godoy se tragaba el orgullo y pensaba que algún día llegaría la revancha.

Cuando tenía un año y ocho meses, su mamá lo dejó con su abuela y se fue, sin dejar migas en el camino para que él pudiera encontrarla. El chico creció al cuidado de sus familiares en los algodonales de Santa Ana, unos kilómetros al norte de Avellaneda.

La sombra de su madre estuvo siempre presente. Fue agigantándose con el paso de los años y de las respuestas que no llegaban. Lo único que sabía era que su mamá había ido a vivir a Santa Fe a los 11 años, que había vuelto a los 20, con un hijo a cuestas, y que después se la había tragado la tierra.

NO HABRÁ MÁS PENAS

Alejandro tiene 41 años y está rodeado de mujeres: vive con su esposa y sus cuatro hijas en Avellaneda. Habla con la emoción de saber que esa mujer, la que siempre buscó, hoy tiene un rostro, una historia, un domicilio. Él trabaja como “carrero”: con su carro tirado por un caballo, hace fletes entre gente humilde que necesita mudarse; y también vende cartones o hierro.

Ahora que la encontró, los recuerdos vuelven convertidos en anécdotas, con el dolor amortizado. “Cuando era chiquito, en la chacra había un ombú grande, y la gente decía que ahí, por las noches, se aparecía una mujer vestida de blanco. Yo siempre pensaba que quizá era mi mamá, así que por las tardecitas me escapaba y me quedaba horas ahí, esperando”, cuenta.

Cuando creció, la fantasía fue tomando forma de datos concretos. Un día recibió la información de que ella estaba en Santa Fe. Al mejor estilo “De los Apeninos a los Andes”, siendo muy joven comenzó a imaginar la travesía. Hasta que llegó un momento en que las dimensiones fueron ubicándose en su cabeza y comprendió que 320 kilómetros no eran tantos como parecían. Además, conseguiría una bicicleta.

Alejandro hizo ese viaje decenas de veces, buscando datos, pistas, señales. Los años pasaban y la zanahoria parecía alejarse cada vez más. Mientras tanto, escribía: en un cuaderno, iba registrando la vida. Las páginas se llenaban de sensaciones amargas; sobrevolaba el fantasma de la frustración.

LA AUTOPISTA DEL SUR

Oscar Bermúdez estaba en silla de ruedas, apareció en la vida de Alejandro casi por casualidad y aportó una pieza fundamental a su rompecabezas. Le contó que cuando él estaba por irse a vivir a Buenos Aires con su pareja, su ex le disparó un tiro en la columna vertebral y lo dejó inválido. Su mujer, la mamá de Alejandro, partió entonces sola a la gran ciudad.

De repente, Alejandro se encontró con dos verdades: tenía frente suyo a su padre, y Buenos Aires era la ruta a seguir. No era poco. Pero por el momento, viajar era un lujo. Así que decidió que hasta ahí llegaba su poder hacer.

En 2008, recibió la invitación a participar de un grupo de adultos en lucha para la prevención de adicciones. “Yo no soy adicto a nada, salvo al mate amargo. Pero escuché que hablaban de un trabajo de Sergio Sinay, “La sociedad de los hijos huérfanos’, y eso me llamó la atención, entonces empecé a ir. Un día estábamos con tres mujeres del grupo, y una de ellas estaba mandando mails. En ese momento sentí la necesidad de contarles lo que me estaba pasando. Había vuelto a sentir esa urgencia de encontrarla, no sabía ya más qué hacer, y suponía que eso de Internet podía ayudar”, cuenta.

La tecnología le transformó el camino ripiado en autopista. A la reunión siguiente, sus compañeros le dijeron que tenían un regalo para él: “Encontramos a tu mamá”, le anunciaron, triunfales. Aún hoy se le anudan las palabras al contarlo.

“Me sentí perdido, mareado. Me ofrecieron un teléfono, podía hablar ahí mismo con ella. Estaba tan desorientado que por un momento pensé que me estaban haciendo una broma de mal gusto. Hasta que marqué el número, y escuché por primera vez su voz diciendo: “Hola hijo, soy tu mamá”. Es una sensación imposible de transmitir, estuve años deseando escuchar esas palabras”, resume.

La voz venía desde Fuerte Apache, el barrio de Carlitos Tevez. Allí estaba Avelina Godoy, alias Rosita. Al rato empezaron a llegar mensajes de texto: siete hermanas y un hermano peleaban por su ratito de contacto. Esa noche, Ale se durmió abrazado al celular.

De ahí a subirse a un colectivo para ir a verlos hubo un solo escollo: conseguir el dinero para los pasajes. Finalmente, gracias a que la historia trascendió en los medios periodísticos de la zona, consiguió la ayuda para poder viajar con toda su familia.

“La vi avanzar hacia mí en ese momento, en la puerta de su casa, entre la multitud de rostros que me miraban asombrados. Extendió sus brazos, y llorando me suplicó perdón. Yo la abracé, y ya no fue necesario decir más nada. Ella tuvo una vida durísima, no puedo juzgarla. Lo único que me interesa es haberla encontrado”, afirma.

EL ESCRITOR OCULTO

Alejandro participa del Centro de Escritores de Avellaneda desde hace algunos años. Después del final feliz, las anotaciones que engrosaban su cuaderno quedaron como un registro que merecía unificarse. “Buscando a mamá” fue impreso gracias a la Municipalidad de esa ciudad, con una tirada inicial de 500 ejemplares que se agotó rápidamente, entre donaciones a escuelas y ventas.

Desde entonces, Ale matiza sus jornadas en el carro con charlas en instituciones de la zona, en las que relata su historia de vida. “Me están invitando para ir este año a visitar escuelas, pero no tengo más libros. Ojalá pudiera reeditarlo”, se ilusiona.

Visita cuando puede a su familia porteña, y también a su padre, que vive camino a Laguna Paiva. La utopía se convirtió en realidad, así que ahora decidió inventarse otra. “Quisiera ganar dinero para poder ayudar a mi vieja a vivir en mejores condiciones”, dice. La cadencia de la voz es la misma que se filtraba hace algún tiempo, cuando decía aquello de “cómo me gustaría encontrar a mi madre”.

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Los primeros 500 libros fueron distribuidos en escuelas de la zona, por el mensaje de fortaleza y esperanza que transmite el texto. Ahora, Alejandro sueña con poder reeditarlo. “Me invitan a dar charlas y no tengo ejemplares para llevar”, se lamenta.

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La mamá se llama Avelina Godoy y vive en Fuerte Apache. “Ella tuvo una vida durísima, no puedo juzgarla. Lo único que me interesa es haberla encontrado”, afirma Alejandro.