La vida detrás de un velo

La vida detrás de un velo

Recientemente, el mundo se volvió a sacudir con la noticia de la posible lapidación de una mujer en Irán, que posteriormente fue ahorcada. Su crimen: adulterio y una supuesta implicación en el asesinato de su marido. Forma parte de la discriminación femenina y las atroces condiciones en que vive la mujer en diferentes lugares del planeta.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA. FOTOS. EL LITORAL.

 

La pena de muerte ya es -de por sí- un acto de barbarie, sea infligida contra el hombre o la mujer. También, las diferentes formas de aplicarla son una muestra del atraso de un pueblo, en un momento de la humanidad en que se supone que tratamos de dotar a los diferentes habitantes que pueblan el planeta de una dignidad perdida en las tinieblas de ancestrales y crueles costumbres.

Pero todavía, a pesar de los esfuerzos denodados de organizaciones, y el trabajo individual y heroico de determinados habitantes, estas prácticas se siguen empleando. En Teherán, Sakineh Mohammadi Ashtiani (de 43 años, madre de dos hijos) estuvo presa y luego fue bárbaramente ejecutada cuando, en un descuido internacional, los tribunales del régimen de Mahmoud Ahmadinejad bajaron el dedo -como en el antiguo Coliseo romano- y la vida de esta mujer fue como un débil soplo que se fue perdiendo en la memoria del mundo, de la forma más horrenda y cruel.

En más de una ocasión los dirigentes iraníes repitieron que la sentencia por lapidación “había sido suspendida”: pero evidentemente todo fue una mentira para engañar a la cantidad de organizaciones humanitarias que alzan su voz cada vez que un nuevo caso se filtra en las informaciones, las pocas que se conocen en el mundo occidental.

Ser mujer es el enorme regalo que la vida nos dio. El mundo va cambiando y la mujer está -tal vez- en el momento más espléndido de su historia desde hace tres mil años: es dadora de vida, es custodia de ese ser maravilloso que es la criatura humana pero, también, para las culturas ancestrales, la diosa del placer y la sabiduría oculta, aplicada en la vida cotidiana, ejerciendo un poder soterrado desde el ámbito doméstico.

Pero todo esto tiene su perfil lóbrego y secreto. No por nada el escritor británico Martín Amis afirma que lo que más temor les produce a los hombres dentro del Islamismo es el poder que van tomando las mujeres.

De ahí que para afirmar el descrédito femenino un grupo de expertos sociólogos, reforzando las tesis de los ayatolás, sostengan que las mujeres que no visten de acuerdo con lo indicado padecen un desorden mental que las lleva a no creerse nadie, por lo que quieren reafirmar su personalidad a través de los halagos de su belleza (EL Litoral, 30 de abril de 2007).

PROMESAS

En Irán, durante el reinado de Reza Pahlevi, las mujeres comenzaron a ejercer importantes funciones. Luego de la revolución que lo derrocó, muchas huyeron, previendo lo que vendría. Otras se quedaron y siguieron ejerciendo sus profesiones de médicas, abogadas, empresarias. Era sólo un grupo que pertenecía a la clase acomodada y que había recibido su formación en el exterior.

Pero la mayoría de la población femenina pertenecía a la clase baja. La revolución les prometió mucho. Esto, en rigor de verdad, no difiere del discurso que todo político hace en sus campañas a lo largo y ancho del mundo: los argentinos tenemos experiencia al respecto. Lo cierto es que en la práctica por supuesto, no se cumplió.

LAPIDACIÓN

Hay que reconocer que en algunos países se fueron consiguiendo mejoras, que no alcanzaron a ser derechos, como por ejemplo el pago retroactivo por tareas hogareñas para las mujeres divorciadas o abandonadas por el esposo, licencia obligatoria por maternidad (todo un avance en legislación social), o que el castigo por no usar velo sea la prisión y los azotes (una verdadera demostración de magnanimidad de parte del poder patriarcal ejercido durante siglos).

Pero el horror y la crueldad siguen campeando en la verdadera aplicación de las leyes en el mundo fundamentalista: el adulterio es castigado con la lapidación. Por supuesto, seguimos hablando de las mujeres porque las infidelidades del hombre, como ciudadano “macho” dentro de la sociedad, no se consideran en absoluto una transgresión.

Los padres conservan la custodia de los hijos después del divorcio; las mujeres no pueden abandonar el país sin la autorización del marido; en caso de violación casi siempre la culpa recae sobre ella, por considerar que es la que provoca con su conducta el hecho.

Por otra noticia aparecida en 2007 nos enteramos de que, en Arabia Saudita, una joven de 19 años fue raptada por una patota de siete hombres. A pesar de ser ella la víctima, fue condenada a recibir noventa latigazos porque en el momento del rapto estaba en un auto con un hombre que no era pariente suyo.

Todavía en muchos países el chador negro es como una mortaja que oculta el cuerpo femenino. Los hombres, en cambio, disfrutan de ropas livianas y de colores claros, que hacen soportar mejor las altas temperaturas. Pero ya muchas osadas empujan sus pañuelos hacia atrás mostrando atrevidamente un poco más de cabello.

PREMIO NOBEL DE LA PAZ

En 2003, el nombre de Sherin Ebadi fue conocido a nivel mundial. Se la galardonó con el Premio Nobel de la Paz. Fue la primera mujer musulmana y la primera iraní en recibir tal distinción. En ese momento tenía 56 años, era abogada, y había conocido la cárcel por criticar a miembros del gobierno en defensa de los menores y las mujeres.

“Soy musulmana, -declaró entonces a los medios que la asediaban a raíz del galardón-, pero al mismo tiempo puedo tener y defender los derechos humanos”. En ningún momento consideró que su lucha fuera contra el Islam, sino con los rigores extremos de las autoridades de turno.

Durante muchos años hizo oír su voz aún en contra de las propias mujeres que no tenían el valor suficiente para cambiar una situación de esclavitud. Perdió su cargo como jueza, sufrió arrestos, integró listas de “enemigos políticos” y arriesgó su vida en una tozuda defensa de libertades individuales. “Ningún gobierno -declaró- va a evitar que las mujeres consigan el lugar que se merecen”.

TU LUGAR, MI LUGAR

Marcela Lagarde es una destacada feminista mexicana, dedicada a luchar por los derechos de las mujeres en todo el mundo. Si bien su investigación se centra en los feminicidios de Ciudad Juárez y la desigualdad de las mujeres en América Latina, su trabajo tiene que ver con la situación de riesgo en que vive el mundo femenino.

En la síntesis de su lucha hace mención a los espacios que han ido abriendo las mujeres, creando oportunidades para poder participar en todos los ámbitos de la sociedad tanto en el plano cultural, social como político. Ya no hay fronteras para esta decisión.

Se rompen ahora siglos de injusticias donde la mujer era considerada menos que un animal, en sociedades donde tradiciones y costumbres sitúan al hombre como “rey de la creación”. Son cientos, miles de voces que se alzan para eliminar el asesinato, la tortura, la esclavitud, la ignorancia y la marginación.

“El hondo pueblo, el que vive bajo la historia”, parafraseando a don Miguel de Unamuno, se levanta ahora, emerge para reclamar por sus derechos, con la valentía y el coraje de quien sabe que su lucha nace desde el silencio más injusto pero con la fuerza necesaria de convertirla en un verdadero clamor que haga estremecer al mundo.

Opresión vs. rebelión

Si bien el cabello, símbolo de deseo sexual, debe estar cubierto como el resto del cuerpo, el rostro -sólo el rostro- puede disfrutar de una cierta libertad, al menos en Irán. Y es allí donde el ego y la frivolidad femenina no se pueden negar: de a poco y llamativamente, las mujeres iraníes acuden a la cirugía estética para cambiar sobre todo la línea exagerada de su nariz. ¡Oh, insensatez femenina que se filtra por las hendijas de una secular tiranía!

Además, sutiles cambios se van dando en el vestuario: en las calles de Teherán, entre la juventud, el chador ha sido reemplazado por una versión más corta, ajustada y colorida; hay zapatillas y jean, y un bien trabajado maquillaje. Y ahora ya es común ver grupos de jóvenes de ambos sexos paseando por las calles. Para la población femenina, Sherin Ebadi se ha convertido en todo un símbolo.

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Normas de ética familiar

En el libro del profesor Ibrahim Amini, “Principios del matrimonio y ética familiar”, se detallan los pormenores de los códigos que rigen la vida familiar. Algunos de ellos: la esposa jamás puede negarse a los deseos sexuales excepto por enfermedad, peregrinación o menstruación. Aquí el famoso “dolor de cabeza” no sirve. Si en otro momento lo hiciese, el esposo puede darle una paliza. Eso sí, los azotes se aconsejan con la mano ¡o con un palo!, y nunca en los ojos y tienen que ser lo suficientemente fuertes como para que sirvan de escarmiento.

Un escalofriante caso sucedido en Jordania trascendió a la prensa mundial: Souad, de 17 años, quedó embarazada siendo soltera y fue considerada una prostituta. Su cuñado la roció con combustible y le prendió fuego. Escapó desesperada y pudo llegar al hospital donde estuvo tres meses, sin recibir ningún tipo de ayuda; sólo las enfermeras que le arrancaban la piel a tiras. El médico hombre la tocaba sólo con el permiso de los padres. Su propia madre estaba dispuesta a terminar con su vida para limpiar definitivamente el honor de la familia.

Pero Soud fue salvada por otra mujer integrante de una fundación suiza que logró sacar del país a ella y a su bebé. En Lausana fue sometida a veintisiete operaciones, pero con las inevitables secuelas físicas. Ahora reside en Europa, cubriéndose su rostro con una máscara. Ella es una prueba viviente de aquel horror. (La Nación, 25 de noviembre de 2003).

Lo curioso de estas prácticas extremas es que los teóricos de la religión afirman que el Islam revela los derechos de la mujer, destacando principalmente su rol de educadora y formadora de los hijos, y que la utilización del velo se determina tan sólo para beneficiar a las mismas mujeres y respetar su propio cuerpo que es considerado como el recinto del espíritu.

Pero precisamente a nivel espiritual “el sexo femenino no posee la misma jerarquía”. Es decir, tanto rigor y fanatismo para proteger algo que ellos mismos consideran de nivel inferior.