Ciencia y tecnología en la región (IV)

Iniciativa, esfuerzo y trabajo en conjunto

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Inundación de 1983. De acuerdo con lo previsto, los terrenos del Conicet son una isla rodeada de agua. Las previsiones de refular los terrenos con una altura 1,5 m mayor a la de la Casa de Gobierno y por encima del nivel de la Ruta 168 dieron resultado. Foto: Gentileza Dr. Alberto E. Cassano

Dr. Alberto E. Cassano

Continúo con este recuerdo de las personas que me ayudaron en mis tareas. Hasta el año 1985, el Conicet no controlaba el detalle bancario del manejo de los subsidios y sólo se debía rendir por el monto neto de la resolución, sin incluir los intereses. Como nosotros empezamos a recibir fondos importantes tantos del Consejo como de la CNEA, con Cerro, Ciliberti y Benigni, muy pronto pensamos en una Fundación para que administrara la totalidad de nuestros recursos (nos importaba mucho que se supiera qué hacíamos con los intereses). La propuesta fue pagar con parte de los intereses (que en esa época eran altos) la contabilidad que llevaría una Fundación y además, dedicar una porción de ellos a otras actividades. De allí surgió la creación de la Fundación para el Arte, la Educación, la Ciencia y la Tecnología, a la que denominamos Arcien. Como todos los fondos venían a nombre mío, un funcionario del Conicet (el antes citado A. Molero, que siempre nos aconsejó bien) sugirió que yo no fuera el Presidente. Lógicamente, tal función recayó entonces en Ramón Cerro. Nuestro Asesor inicial para las muchas actividades fue un conocido de El Litoral: el señor Jorge Reynoso Aldao, quién constituyó un Comité Asesor con personalidades de Santa Fe. Desde 1976 hasta 1984 desarrollamos una intensa actividad extracientífica. Luego el Conicet no lo permitió más y posiblemente no sea una decisión criticable porque los fondos originales tenían otro destino.

Respondiendo a mi proyecto del año 1972, en agosto de 1976 el Conicet creó el Centro Regional de Investigación y Desarrollo de Santa Fe (Ceride Santa Fe) y me designó su director-organizador. Ciliberti se desempeñaba como si fuera su Gerente y teníamos tan sólo una breve reunión diaria. Tuvimos la fortuna de que un no docente excepcional (el señor Aldo Alasia) a quien le hubiera correspondido ocupar la Dirección General de Administración de la UNL, por razones de salud no la aceptó. En cambio, pidió venir como Secretario al Intec (no teníamos ninguno y el peso de la burocracia era ya muy grande para mí). Él tuvo a su cargo organizar minuciosamente toda la parte Administrativa del Intec y el Ceride y formar al personal que iba ingresando en esa área. Una sola vez tuvimos una discusión seria. Él estaba obligado a advertirme en cada expediente, cuando algo podía contravenir alguna reglamentación burocrática. Mi instrucción fue: “Haga la observación detallada cuando sea imprescindible, fírmela y debajo, ya directamente, redacte el acto de insistencia y ponga mi sello para la firma, de modo que la responsabilidad sea exclusivamente mía”. Nunca más fue necesario hablar sobre el tema.

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El progreso de la obra fue interrumpido en 1983 para reanudarse en 1994/96. Los trabajos avanzaron lentamente hasta el año 2004 en que fueron nuevamente interrumpidos y siguen sin terminarse. Foto: Gentileza Dr. Alberto E. Cassano

Organizamos con Ciliberti el Servicio Centralizado de Documentación, el Servicio Centralizado de Computación, el Servicio Centralizado de Talleres, el Servicio Centralizado de Grandes Instrumentos y el Servicio Centralizado de Administración y Contabilidad. Luego se agregó el Servicio Centralizado de Medios Audiovisuales y Gráficos. Una vez que estuvo todo en marcha, a principios de 1979, transferí (previa designación del Conicet) la responsabilidad de la Dirección y 49 personas formadas, a quién hasta entonces se desempeñaba como “gerente”.

En 1978 funcionábamos en un piso del Edificio Damianovich y siete casas alquiladas en los alrededores. La tarea de coordinación era extremadamente compleja. El Convenio por el proyecto de Agua Pesada, contemplaba una “ganancia” para el desarrollo del Intec. Recién en el año 1987, por iniciativa nuestra, mediante un decreto del Poder Ejecutivo, el Consejo consiguió que una parte de las utilidades de un proyecto pudiera ser percibida por los ejecutores. Teníamos entonces acumulado un fuerte excedente y los intereses. Con un subsidio del Conicet y los fondos no utilizados del presupuesto de Agua Pesada y los intereses acumulados, en 1979 primero y en 1980 una segunda etapa, construimos (provisoriamente, y lo siguen siendo hasta hoy) los dos edificios de calle Güemes. Salvo decisiones muy de fondo, la tarea estuvo bajo la responsabilidad de los Ings. Ciliberti y Cicutto (una vez que las personas demuestran sus virtudes, nunca tuve mucha dificultad en delegar tareas a pesar de que la responsabilidad haya seguido siendo totalmente mía). Pero el hecho real es que ese trabajo de detalle lo hacían ellos. Así construimos más de 3.000 metros cuadrados y en este caso, el 50% eran laboratorios. Hasta hoy, mantuvimos como huésped a todo el Ceride. Con el crédito conseguido por el BID (del cual, creo que por derecho, reclamé el 30% para Santa Fe) logramos incorporar más personal, equiparnos totalmente con instrumental de última generación, becas en el exterior y obviamente, las obras en el Pozo. No obstante ello, a principios de 1979, la primera gran computadora fue financiada a medias entre el Conicet y los excedentes de Agua Pesada por valor de U$S 500.000. De ese modo se terminaron los viajes a todos los lugares donde contratábamos el servicio. Durante todo el año 1978, también de noche, en forma gratuita, usamos la computadora de la Fiat, por gentileza de su entonces Gerente General en Santa Fe, el Ing. A. Blas que era, además, mi amigo.

En 1980 tuve el incidente más serio de los más de cincuenta años de actividad que llevo en mi profesión. Dos médicos nacionalistas, investigadores de alto nivel del Conicet (uno había sido el primer Subsecretario de la Secretaría de Ciencia y Tecnología del Proceso en 1976 y el otro fue, después de la muerte del Dr. Matera, en 1994, miembro del Directorio del Conicet) me denunciaron por escrito, ante el General Videla. La acusación era de ser Montonero disfrazado, porque tomaba en el Intec profesores que habían sido expulsados de la Universidad, porque ayudaba a salir del país a personas “indeseables” y porque estaban “sovietizandos” (sic) el Intec y el Ceride. La denuncia fue girada por el presidente de la Nación al Secretario de Ciencia y Tecnología (El Dr. F. García Marcos) quién me citó de inmediato por Télex. Cuando concurrí (lo conocía por las gestiones relacionadas con el crédito del BID) me mostró la carta y me dijo sólo tres cosas: “¿Qué me puede decir de esto?”, “A usted me voy a ver obligado a echarlo” y “¿Tiene su pasaporte al día?” Luego del diálogo, mi respuesta fue: “Si tiene tiempo, consulte primero con el Vice Almirante Castro Madero y después volvemos a hablar”; cosa que aceptó. Una semana después, me volvió a llamar y me dijo: “Olvídese del tema, está todo aclarado”. Varias personas me han dicho que Castro Madero no procedió como hubieran esperado para defender, de igual forma, a la gente perseguida de la CNEA.

Yo no lo puedo asegurar, pero por los términos de la denuncia que pude leer en todo su contenido, muy posiblemente a mí me evitó unos posibles años de cárcel y, por qué no, tal vez me salvo la vida. Y por cierto, como mínimo, evitó la caída de todo el proyecto que había iniciado en 1971. También me sirvió para reflexionar. ¿Qué pasaba si una persona no tenía la fortuna que alguien con influencia lo defendiera? Obviamente, el tiempo nos dio a todos todas las respuestas. Con el correr de los años, con Carlos Castro Madero, ya retirado, nos hicimos buenos amigos y volvimos a trabajar juntos, todo el año 1987, en un proyecto conjunto para una gran empresa petroquímica. En esa ocasión me había tomado mi año sabático y renunciado a la Dirección del Intec y decidí hacer una experiencia en una empresa productiva.

(Concluirá en la próxima entrega).