“En la calle nos dicen los insultos más denigrantes para una mujer”

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“Ahora estoy acostumbrada pero al principio lloraba en la esquina”, contó Claudia Domínguez, inspectora de tránsito. Tiene 29 años y hace tres que ejerce una tarea donde son cotidianos los insultos y los malos tratos. Foto: Luis Cetraro

 

De los 125 inspectores de tránsito que hay en la Municipalidad, 30 son mujeres. Claudia Domínguez es una de las que todos los días se calza el uniforme, unos pantalones negros y un chaleco naranja, y sale a enfrentar “la jungla” de las calles santafesinas. Cuando ingresó a la función pública, a fines de 2007, se sorprendió: “Cuando yo era chica las naranjitas eran ‘Señoras Naranjitas”, así, con mayúsculas. “Ahora, no se respeta al inspector como antes, mucho menos por ser del sexo femenino”.

Desde que ejerce tareas de control, ha sufrido agresiones de todo tipo: una vez fue atropellada por un auto cuando intentó labrarle una multa por estar mal estacionado, ha sido zamarreada, le han doblado un brazo y ha terminado con moretones en las piernas por quedar en el medio de un forcejeo por recuperar una moto retenida. “Para la mujer es más complicado estar en la calle, hace tres años que hago esto y ya me estoy curtiendo”, dice, pero no puede evitar las lágrimas. Indignación y bronca. Sensaciones que se mezclan cuando recuerda que al principio “lloraba todo el tiempo, estaba en la esquina, me gritaban de todo y yo lloraba. En la calle nos dicen los insultos más denigrantes para una mujer”.

De todos modos, asegura que por ser mujer se ha salvado de recibir una trompada o un cachetazo: “Al menos hasta ahora -aclara- aunque a más de una de mis compañeras les han pegado. Pero con los hombres, se van a las manos enseguida”.

Claudia sabe que realiza una tarea que se ha convertido en riesgosa pero reconoce algunas satisfacciones: “Una vez me encontraron en la calle y me dijeron ‘Te tengo que agradecer que hoy estoy con vida porque en un operativo me retuviste la moto porque no tenía casco. A partir de ese día, empecé a usarlo siempre y un día tuve un accidente gravísimo y me salvé gracias a que lo llevaba puesto por miedo a que me sacaran otra vez la moto’. Y eso es bueno, que la gente reconozca que tu trabajo no tiene por fin recaudar sino educar, que entiendan que por un error se pueden matar”.