Historias escritas sobre el ring

Américo Bonetti, guapo hasta la médula

Tenía las huellas del oficio en su rostro. Nariz chata, orejas de coliflor, heridas como surcos dejando marcas en sus cejas. ¿Su nombre? Américo Ángel Bonetti, “El Inglés”, otro de los reconocidos pupilos de Amílcar Brusa.

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Américo Ángel Bonetti, figura señera del boxeo santafesino. Uno de los primeros ídolos del aficionado local.

Ilustración: Lucas Cejas.

Sergio Ferrer

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En poco menos de diez años, entre el 21 de noviembre de 1952 y el 11 de noviembre de 1961, este digno representante del viril arte de los puños los peleó a todos los grandes livianos de su época, con raras excepciones, como las de José María Gatica y Exuperancio “Fred” Galeana, talentoso pugilista español de recordada campaña en Argentina (para muchos entendidos, la mejor de cualquier extranjero que haya actuado en cuadriláteros locales).

Alfredo Prada, Rogelio André, Néstor Savino, Pedro Beneli, Manuel Álvarez, Jaime Giné, Vicente Derado, Ángel Olivieri, los uruguayos Eulogio Caballero y Santos Pereyra, los brasileños Pedro Galasso y Kaled Curi, los chilenos Andrés Osorio y Sergio Salvia. Todos, realmente todos, los mejores 135 libras del país y del subcontinente, a los que bien les cabe agregar el nombre de Manuel García, otra excelente figura hispánica (campeón pluma de España al momento venir a estas tierras), con quien Bonetti intercambió “cuero de vaca” en el Club Unión de Santa Fe el 12 de diciembre de 1958, dividiendo honores en 10 asaltos.

Fue un digno antagonista para cualquiera, en el lugar y en las condiciones que fueran. Con André, por ejemplo, perdió una pelea durísima en el mencionado recinto tatengue, sólo catorce días después del tremendo empate con “Manolo” García. Indudablemente, cuadre el que cuadre, Américo siempre estuvo listo a intercambiar metralla. “No pregunto cuántos son, sino que vayan saliendo”, seguramente se habrá juramentado alguna vez, al mejor estilo del enorme peleador judío Jack “Kid” Berg. Es que Bonetti fue un guapo a tiempo completo... un guapo hasta la médula.

Retroceder, nunca

Pugilista forjado en el amateurismo duro y altamente competitivo de los años ‘40 y ‘50, Bonetti no se destacó por ser un boxeador vistoso o brillante, ni mucho menos, pero sí por su llamativa agresividad y un aguante “a prueba de balas”. Valiente y estoico, por su mente jamás se cruzó la idea de retroceder, ni siquiera para tomar impulso. Por eso, Julio Ernesto Vila -recopilador de la mayor cantidad de peleas rentadas sucedidas en Argentina entre 1829 y 2007- lo recuerda como un respetado y enérgico “perdedor de ganadores”; un partenaire de cuidado, que se las ingeniaba para hacérsela difícil hasta al más pintado. Y el que lo destaca no es ningún improvisado, sino el especialista que mayor cantidad de combates le registra, 66, muchísimos más que algunas fuentes de Internet, más modernas, pero por ahora menos eficaces.

En el marco de dicha trayectoria, se le contabilizan 38 triunfos, 17 derrotas y 11 tablas, con un lógico margen de error y la imposibilidad de precisar números exactos de nocauts a favor o en contra (casi un 50 por ciento de victorias antes del límite y sólo 2 traspiés categóricos sería el saldo), porque seguramente este hombre hizo unas 10 presentaciones más en localidades muy remotas, en épocas de precarias comunicaciones telefónicas. Debutó como profesional el 21 de noviembre de 1952 en el Pabellón de las Industrias de la Sociedad Rural de Santa Fe contra Juan Carlos González (GKOT 2) y se retiró el 11 de noviembre de 1961, después de enfrentar a Santiago Miranda en Esperanza (EMP 10).

No cualquiera repitió un triunfo sobre él, a tal punto que en este rubro sólo cabría mencionar a Prada, “El Cabezón”, quien le ganó en 1954 y 1955. Con sólo volver a repasar el nombre de aquellos adversarios con los que le tocó lidiar, alcanza y sobra para entender por qué Américo fue tan conocido, tan popular y tan seguido en Santa Fe. Muchos de ellos, además del ilustre rosarino, fueron verdaderas glorias del boxeo nacional, como Giné, Derado y Beneli, dueños de extraordinarias campañas y un pasado inscripto en letras de molde. O como el propio André, que totalizó 151 salidas en el terreno de paga, o Álvarez, muy famoso en peso pluma, quien hizo 145.

Donde las dan, las toman

A Giné, por citar otro dato, Bonetti lo enfrentó por primera vez el 6 de marzo de 1959 en Unión de Santa Fe, cuando el visitante era titular argentino liviano (61,235 kilogramos) y poseía un récord invicto de 74 peleas (70 ganadas y 4 empatadas, 2 de ellas con Galeana), el que mantendría inmaculado hasta su combate número 88, pleito que perdió en las tarjetas contra Nicolino Locche en 1960, en Mendoza. El desquite con Giné tuvo lugar el 21 de agosto de 1959 en Córdoba y allí este último le ganó por puntos al santafesino.

Bonetti fue de esa clase de peleadores que invitan a escribir, recordar y ponderar. Esos que encajan bien en el dicho “donde las dan, las toman”, como le gustaba evocar al prolífico narrador uruguayo José Laurino (alias Joe Boston), el autor de “Boxeadores judíos, una historia escrita con coraje” y numerosos textos sobre pugilismo. Nunca le importó correr riesgos y siempre tomó cuanto desafío quiso tomar. Así peleó, sin complejos y sin amedrentarse, en diversos rings de Chile, Uruguay y Brasil, con más victorias que derrotas por cierto. Fue al legendario Luna Park cuantas veces lo convocaron y recorrió buena parte de la geografía argentina (Jujuy, Salta, Tucumán, Chaco, Córdoba, Buenos Aires), curtiéndose el pellejo y rompiéndose “la madre”, como dirían los cronistas mexicanos, sin importarle el costo.

“Era guapo y duro, en serio; tal vez no de los más inteligentes, pero si muy guapo” resaltó de este fajador don Amílcar, quien se animaba a ponerlo frente a los mejores porque sabía lo que “El Inglés” era capaz de brindar. Su máximo rival fue Olivieri, con quien salió una vez igualado (en 1955) y dos veces vencedor (ambas en 1957). Como amateur, fue diploma olímpico en los Juegos de Helsinki 1952, tras llegar a cuartos de final en la categoría de los 60 kilogramos. Cuentan que Carlos Monzón, siendo todavía un pibe, era el canillita que le regalaba el diario, favor que Américo devolvía invitándolo a ver cada una de sus peleas. Santafesino de ley, Bonetti nació el 12 de abril de 1928 y murió el 13 de junio de 1999, a los 71 años.


Dame, que te estoy dando

Hay boxeadores que son hombrones y tienen rostros que asustarían a un sargento de Infantería de Marina durante una pelea en un bar: Rocky Marciano, Oscar Bonavena, Jerry Quarry, George Chuvalo, Gene Fullmer, Carmen Basilio, Joe Frazier, Rubin Carter, Benny Paret o Emile Griffith. Es como si pudieran abatirnos con el pedazo de hueso que les quedó por nariz. Todos ellos poseen un código: pelear hasta que el otro se derrumbe; si han de recibir un puñetazo por cada uno de los que dan, suponen que ganarán. Son sustancias vecinas a la roca. Su yo y su inteligencia están conectados a la misma fuente de savia, el orgullo masculino. Hasta cierto lejano punto, el sufrimiento es su placer, ya que su papel en el combate “es el de marcar dolor por dolor; pérdida de facultades por pérdida de facultades”.

Así supo analizar, en los años 60, la esencia y la lógica de los fajadores natos ese agudísimo crítico de lo social y lo humano que fue Norman Mailer, escritor estadounidense muy ligado a la época más politizada, descarnada y polémica de Muhammad Ali (antes Cassius Clay). Fue en “El Rey de la Colina”, uno de sus trabajos sobre boxeo, donde explora la psiquis de los principales “fighters” de aquel tiempo.

Bonetti era de esta clase de peleadores, con notable absorción al castigo, que hacen realidad aquello de “dame que te estoy dando” y se enfrascan en la lucha sin entrar en amagues, titubeos o contemplaciones. Quienes lo recuerdan ya en su etapa de ex boxeador, no pueden olvidar aquella imagen de veterano golpeado y magullado, en su parada de San Martín y Falucho, con su cajoncito de lustrar zapatos.