Preludio de tango

Azucena Maizani, “la Ñata gaucha”

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Manuel Adet

Francisco Canaro asegura que la descubrió en el Pigalle y la lanzó al estrellato. Es muy posible, porque el músico oriental tenía un excelente olfato para descubrir estrellas y, claro está, hacer muy buenos negocios con ellas. Al mismo director se le atribuye haberle puesto el apodo de “Azabache”, pero en realidad quien le otorgó el verdadero certificado de bautismo fue Libertad Lamarque a mediados de la década del treinta, cuando la calificó como la “Ñata gaucha”, el apodo que la llevó a la fama, aunque habría que decir que para esa época, Azucena Maizani ya se había ganado un lugar respetable en el universo femenino del tango.

Justamente, son las crónicas las que registran que con Carlos Gardel se conocieron en 1923 durante una velada del Teatro Nacional, cuando en diferentes proporciones los dos recién estaban escalando los peldaños de la fama. La amistad de Maizani con Gardel fue perdurable y trascendió el mundillo de las luces. Gardel escribía pocas cartas y a contadas personas. Azucena Maizani era una de ellas. En 1933 otro cronista señala que a la salida de un programa de radio Gardel le dijo a Azucena: “Vos estás un poco gorda y yo un poco viejo, pero en Buenos Aires todavía no hay nadie que nos gane a cantar tangos”.

Verdad a medias, por supuesto, porque para esos años había muy buenos cantores de tango en el Río de la Plata, pero la anécdota no hace más que poner en evidencia el afecto entre estos dos cantores que en esos momentos están en la plenitud de su arte.

En lo que hace a Maizani, competía entonces con mujeres como Ada Falcón, Nelly Omar, Rosita Quiroga, Mercedes Simone y la propia Libertad Lamarque, entre otras.

Digamos, para no desmerecerla y no desmentir a Gardel, que fue una cantante aceptable, con un estilo muy adecuado al sainete y la revista y con una interesante capacidad para interpretar personajes.

Maizani logrará expresar el drama de las pobres mujeres engañadas por los hombres, que se ganan la vida en trabajos modestos y que sólo tienen para ofrecer su corazón. Interpretarlas en estos casos significaba interpretar su lenguaje, y sus gestos más distintivos, algo que lo supo hacer con gracia y cadencia más allá de que algunos críticos observan que en realidad lo que hacía era interpretarse a ella misma.

Las mujeres de Maizani hablan un lunfardo de los suburbios que en la noche porteña comienza a ser aceptado por el gran público como dato pintoresco. Sale al escenario algo parecido hacen sus colegas- vestida de hombre o de gaucho. Sólo en ese contexto escénico lo suyo es consentido. Musicalmente es medianamente afinada y administra con inteligencia los escasos recursos de su voz. No obstante se pondera su profesionalidad, su capacidad de trabajo y de proponer nuevas variantes a un espectáculo consumido por un público no demasiado interesado en la calidad musical o la densidad de los libretos.

Azucena Maizani nació en Buenos Aires el 17 de noviembre de 1902 y murió en la misma ciudad el 15 de enero de 1970. Su origen fue modesto y nunca renunció a su clase. Como Tita Merello, estaba orgullosa -por lo menos eso decía- de venir de abajo y conocer los padecimientos de los pobres. Nació en Buenos Aires, pero curiosamente su infancia transcurrió en la isla Martín García. Antes de dedicarse al tango se ganó la vida como modista, vendedora ambulante, empleada de tienda.

Sobre sus inicios no hay un relato exclusivo. Algunos biógrafos aseguran que debutó en 1923 en el teatro Apolo con la compañía de César Ratti. Otros aseguran que gracias a las gestiones de Enrique Delfino, sus primeros pasos los dio en el Teatro Nacional con el sainete de Alberto Vacarezza, “Pobre mi madre querida”. En la ocasión ella intervino cantando “A mí no me hablen de penas”. Están, por último, los que aseguran que debutó en el teatro Comedia y que su intervención fue tan buena que en el acto fue contratada por el director del Maipo.

Lo seguro es que para la década del veinte, Maizani es una calificada protagonista de la música ciudadana, protagonismo que se luce en los principales locales nocturnos de Buenos Aires y en las emisoras de radio de mayor audiencia, como es el caso de Splendid, Mundo, Mitre y Belgrano. A su participación en el teatro de revistas y la radio, le suma en la década siguiente su intervención en el cine. Películas como “La modelo de la calle Florida”, “Monte criollo”, “Di que no me quieres” cuentan con su participación. En la película “Tango” canta “La canción de Buenos Aires”, “Milonga del novecientos” y “Botines viejos”. En 1932 crea “La compañía argentina de arte menor” y sale a recorrer el mundo. La compañía actúa en el Alcázar de Madrid, en el “María Victoria” de Lisboa y en los principales escenarios de la Costa Azul. En 1938 viaja a Nueva York patrocinada por Terig Tucci, el profesional que en su momento acompañó a Gardel en diversos emprendimientos artísticos. Bajo su dirección musical filma la película “Di que me quieres”.

Además de cantar, Maizani se interesó por la composición musical y la escritura de algunos tangos uno en especial- que fueron memorables. “La canción de Buenos Aires” cuenta con su aporte, además de la contribución de Manuel Romero y Orlando Cufaro.

Las letras que escribió fueron tres: “Dolor”, “Por qué se fue” y el exitoso “Pero yo sé”. De los tres temas, el último fue el más trascendente y el que cuenta con una elaboración poética más compleja. El tango fue grabado por Ángel Vargas acompañado por la orquesta de D’Agostino, pero también hay una interpretación de Héctor Pacheco con Osvaldo Fresedo que es muy buena.

“Pero yo sé” relata la historia de un niño bien. Se trata de un ganador, un hombre cuya vida transcurre entre los paseos por calle Corrientes y Florida, las reuniones sociales en los clubes distinguidos y los amores fáciles. La primera estrofa del tango es una excelente presentación, un logro poético que nunca hay que perder de vista: “Llegando la noche, recién te levantas y sales ufano a buscar a un beguen, lucís con orgullo tu estampa elegante sentado muy muelle en tu regia baqué...”.

Hay muchas letras de tango referidas al bacán, al niño bien, al hombre de la noche a quien la vida le ha dado todo servido, muy bien servido. El personaje de “Pero yo sé” es uno de los más emblemáticos de esta galería. Sin embargo, el tema tiene una vuelta de turca. El relator o -según se mire- la relatora, sabe algo de ese hombre y lo que sabe destruye la imagen del play boy porteño para quien la vida supuestamente se le presentó color de rosa.

“Pero yo sé que metido vivís penando un querer, que querés hallar olvido cambiando tanta mujer. Yo sé que en las madrugadas, cuando la farra dejás, sentís tu pecho oprimido por un recuerdo querido y te ponés a llorar”. Perfecto. El final con lágrimas no degrada en sentimentalismo cursi, una trampa que siempre parece estar tendida en el tango, pero que en este caso Azucena Maizani la elude con elegancia.

¿Por qué el relator o la relatora conocen ese secreto tan bien guardado? Si la letra está escrita por una mujer, ¿es posible pensar que ella es la responsable de la derrota del hombre? El poema no responde a estos interrogantes, pero de alguna manera los deja planteados, lo cual es una excelente estrategia literaria. Por último, habría que señalar que la fuerza de “Pero yo sé” reside justamente en el contraste entre una vida de apariencias exitosas propias de un triunfador y la derrota de quien ninguno de los triunfos obtenidos en la noche, en el juego o con las mujeres logra atenuarlo.

Azucena Maizani se casó con Juan Scarpino en 1928. El matrimonio no duró mucho, apenas un año. En 1929 formó pareja con el violinista Roberto Zerrillo que la acompañó en la mayoría de las giras por Europa y América. De todos modos su vida afectiva fue muy conflictiva. Luego la decadencia artística y la pobreza hicieron el resto. Sus últimos años fueron duros. Cuando murió hacía rato que había perdido el favor del público.