Exilio o muerte, historias de despojos de la dictadura militar

Exilio o muerte, historias de  despojos de la dictadura militar

“Hay que aprender a resistir.

Ni a irse ni a quedarse,

a resistir,

aunque es seguro

que habrá más penas y olvido” (1)

TEXTOS. SOL LAURÍA (*). ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS. FOTOS. EL LITORAL.

Cuando en la madrugada del 24 de marzo de 1976 el general José Rogelio Villarreal informó a Isabel Perón que había un golpe y que sería arrestada, ya muchos se habían ido del país corridos por el esquema de persecución y exterminio ideado por José López Rega y ejecutado por la Triple A. A otros los habían matado. Y unos cuantos más estaban en la clandestinidad. Todos tuvieron una certeza: irían por ellos.

“La Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo”.

Carlos Slepoy fue un muchachito original. Hijo segundo de padre judío y madre católica, no creció como sus compañeros de la Mareñón Cervantes, entre temores a un Dios al que nada se le escapaba. Sus amigos de La Paternal sí, lo decían y le contaban que iban a tomar la comunión. No había ni hubo en su casa mandamientos, dogmas ni verdades reveladas.

Tuvo dudas durante el bachiller en el Mariano Moreno. Cuestionamientos sobre la posible existencia de un Dios que emergía ahora bajo el lente de los obispos del Tercer Mundo, luego del Concilio Vaticano II, y lo acercaron a un cura que ya había hecho su opción preferencial por los pobres.

Puertas adentro, un buenos aires querido gutural se esparcía en el ambiente en que su devota gardeliana mamá servía el almuerzo. Llegaban allí noticias de la Revolución Cubana y la entrada a la escena nacional de jóvenes que se movilizaban en nombre de una versión radicalizada del peronismo.

En el bachiller tuvo un amigo del Partido Comunista, Pablo Hecioc, que intentó conquistarlo y acercarlo a las bases. A Carlos le resultaba interesante y también incomprensible. No entendió nada hasta que Jorge, el novio universitario de su hermana mayor militante del PC Revolucionario, le indicó algunas lecturas primarias que se volvieron fundamentales. Hoy, desde la casa en la que vive en las afueras de Madrid, Carlos recuerda esos relatos como una revelación: “El Estado y la Revolución de Lenin y el Manifiesto Comunista me transforman la cabeza”. Sin demasiada conciencia y con bastante influencia epocal, el socialismo empezó a ser el horizonte”.

Terminando el secundario, se definió por el trotskismo. Un poco por casualidad, ya que había muchos grupos más que se multiplicaban con el fulgor del cordobazo y el viborazo. Mientras el líder del Partido Justicialista, Juan Domingo Perón, sintonizaba desde el exilio discursos donde alentaba a la juventud a resistir, surgían organizaciones guerrilleras, las Fuerzas Armadas Peronistas, Descamisados, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), las Fuerzas Armadas de Liberación, y hacia 1970 las dos que tuvieron más trascendencia: Montoneros, que nació del integrismo católico y nacionalista peronista, y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

En la facultad de Derecho, Carlos sólo tenía una certeza: otro mundo, mejor, era posible. Y valía la pena luchar por él. Y estaba cerca. Tenía juventud y decisión generacional: convicción y empeño aseguraban el paso del ideal al real. El Che Guevara era la garantía.

Cerrada la colimba se acercó a grupos socialistas hasta que abrazó el Partido Revolucionario de los Trabajadores y, más tarde, la Juventud Universitaria Rebelde de corte guevarista - aunque no adscribía a la guerrilla armada-, que funda con otros compañeros. Como pasó con la mayoría de las agrupaciones, Montoneros ejerció de imán y muchos se fueron a ese “otro Ejército”, pero Carlos ya tenía claro que tomar las armas no era una buena vía. Al contrario: “Sentía que iba a un enfrentamiento de aparatos que podría determinar su destrucción”. Allí abre junto a otros compañeros de estudio cinco estudios jurídicos de asistencia a las luchas obreras en distintos lugares de Buenos Aires.

Casi de tiempo completo se abocó a la actividad que le dejaba poco para estar con su esposa, que también militaba, y su hija de un año y medio. En eso estaba cuando una mañana de marzo de 1976 la policía lo llevó preso desde la confitería Imperio de Chacarita. Palos bien duros, el baúl de un auto, vueltas, más vueltas y un simulacro de fusilamiento en un descampado. La ESMA y Devoto como destino final. Todavía en democracia, corrió al exilio haciendo uso de la “opción” de permutar el arresto por la salida del país, que garantizaba el artículo 23 de la Constitución Nacional.

Vino la sensación de la libertad. Y el desgarro. El avión y un nuevo país que creía pasajero. Pasaron más de 30 años.

“La Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas”.

El autodenominado “Proceso de Organización Nacional” quiso eliminar todo lo que remitiese a “subversión”. Todo era mucho. Todo fue: gente que militaba, escribía, pensaba, cantaba y se desarrollaba en disciplinas como el arte, el psicoanálisis, la música, las letras y la poesía, que no podían trabajar libremente en el país.

Como Julio Cortazar, que tuvo un tipo de exilio ético, no impuesto por fuerza o coerción. Vivía en París cuando lo invitaron a Cuba para ser jurado del Premio Casa de las Américas. Allí se dio cuenta que la isla estaba viviendo una experiencia extraordinaria y eso lo comprometió “para siempre”. Desde entonces Cortázar militó la causa de los jóvenes movilizados en Latinoamérica, en las cercanías de Montmartre.

“Mi exilio es menos duro,

le sobran las defensas,

pero cuando te llevo de la mano

por una callecita de París

quisiera tanto que el paseo se acabara

en una esquina de Montevideo

o en mi calle Corrientes

sin que nadie viniera

a pedir documentos” (2).

Las dictaduras avanzaban en América Latina y ni Cuba ni Nicaragua eran suficientes para frenar tanta expansión de marchas militares. Cuando llegó el turno a Argentina, Cortázar tenía 62 años y se sentía un exiliado en más de un aspecto: “El exilio físico es mi problema personal. Lo que es terrible es el exilio cultural, el hecho de que la junta de Videla haya prohibido la publicación de mi último libro de cuentos porque en ese libro había dos cuentos que les molestaban, eso significa un exilio cultural. Ese corte, ese exilio, es terrible; porque en unos pocos años, el hecho de que esos países, Chile, Argentina o Uruguay, estén separados de la producción científica, artística e intelectual de sus mejores creadores, va a dar en esos países una especie de desierto espiritual en donde es perfectamente fácil lavar los cerebros y condicionar a los jóvenes, y crear lo que los regímenes de esos países buscan, que es crear robots, crear gente incapaz de pensar por sí misma”.

En el tiempo en que centenares de jóvenes se acercaban a la militancia política con la ilusión de llevar la imaginación al poder, hubo miedo. Un miedo fomentado desde el terror y el poder del Estado por esos hombres que habían asistido a las Escuelas de las Américas. Un miedo del que había que escapar.

Exilio es, para las personas que lo sufrieron durante la Dictadura Militar, un corte en la propia historia de vida, una despersonalización, un despojo que da paso a la nostalgia y la tristeza.

Hubo muchos. Medio millón según las aproximaciones de diversas publicaciones, como la de Silvina Jensen y Pablo Yankelevich, de quienes se extrae este dato imposible de obtener en todas las embajadas argentinas de Europa. En la de España no saben exactamente qué cantidad de personas fueron buscando refugio vital o intelectual a este país en el período consignado, es que “la emigración se producía muchas veces de forma clandestina y, una vez llegados a España, no recurrían a la Embajada porque no querían que se identificase su paradero”, explicó un asesor de esa dependencia.

Dos problemas para cuantificar el éxodo. En el período de 1977-1981, la Dirección Nacional de Migraciones no publicó estadísticas y, por lo tanto, es imposible saber qué magnitud y sentido tuvieron los flujos emigratorios en el período de mayor represión política. Y, segundo, los cómputos de los registros de las oficinas consulares que atendían a los candidatos al asilo político subvaloran el volumen del exilio argentino.

Hoy, el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina reconoce esta falencia: “Si existiesen algunos datos al respecto, probablemente no los tenga el Estado argentino”, y se lamentan de la ausencia que “ha sido sin dudas una dificultad que complicó la implementación de políticas dirigidas a los ex exiliados políticos, para su reinserción en el país”. La democracia nunca pudo completar esos casilleros ni ayudar en esos casos.

De todos los destinos, España fue el principal elegido por los exiliados. Madrid y Cataluña, las comunidades con mayor presencia argentina. Algunos investigadores sociales lo ponen en aproximadamente 75.000 latinoamericanos para 1981. Organizaciones dedicadas a otorgar ayuda a refugiados e inmigrantes, como el Fondo Internacional de Intercambio Universitario, elevaban la cifra a 130.000 latinoamericanos y 60.000 argentinos a fines de los 70. Cáritas Española afirmaba que en 1984 había aproximadamente 42.000 argentinos residentes en la Península.

Para muchos argentinos, ante el futuro negro, los rojos y amarillos españoles, esos que soplaban en pleno tiempo de la Transición, aparecían como un camino de flores. Ponían vida a la muerte.

Carlos fue uno de esos. Allí, no se escondió en el dolor. Al principio, hizo lo mismo que todos los que intentaban conseguir lo mínimo para comer: vendió bijouterie en el Rastro, un mercado de domingo que hoy es paseo turístico obligado. Hasta que homologó el título de abogado y se animó a poner su estudio. Las noticias de los desaparecidos, los centros clandestinos, los vuelos de muerte, lo llevaron a un renovado compromiso. Empezaron a crear organizaciones, como la Casa Argentina en Madrid, que se ocupaban de “la problemática individual de la gente, de las cuestiones sociales, culturales, deportivas”, y otros “pequeños grupos específicos”. El suyo fue uno “por la libertad de los presos políticos”.

Todo con la culpa del sobreviviente: “La consigna del PRT, asimilable a la de otras organizaciones, era ‘Vencer o morir por la Argentina’. El dilema era: o vencías o morías. Y aunque esas cosas sean maniqueas, ni habíamos vencido, ni yo estaba muerto. Por tanto eso actúa y es una cosa sobre la que hay que trabajar”.

Ya no le alcanzaba la voz para luchar contra el prejuicio, el miedo y el olvido. Quiso que los sueños perdidos no echen por tierra los de otros tantos que crecieron con un mensaje que pretendía aniquilar y comenzó los pasos para juzgar a los represores desde España, tras la frustración de una democracia que hacía la vista gorda.

Llegó la revancha histórica. Después de algunas campañas, desde la Asociación descubrieron que un articulo de la Ley Orgánica del Poder Judicial establecía que determinados delitos denominados contra la seguridad exterior del Estado podían ser perseguidos por los tribunales españoles, aunque se cometieran fuera del territorio español. Vinieron los juicios y los fallos del juez Baltasar Garzón que metieron presos a Scilingo y Caballo. Y empezó otra parte de su historia: la de la justicia que llega. Habrá penas, ya no olvidos.

(*) Esta nota es una investigación realizada en Madrid, en el año 2007. Los datos fueron actualizados para esta publicación.

(1) Del poema “Mi Buenos Aires Querido”, de Juan Gelman.

(2) Otros cinco poemas para Cris.

Veíamos un porvenir luminoso para la humanidad, y nosotros éramos parte de la construcción de ese provenir. Por tanto, nuestra juventud fue una juventud de una inmensa motivación. Como todos los momentos plenos de la vida, ha tenido su contracara en el drama tremendo que nos tocó vivir”.

Carlos Slepoy,

exiliado en Madrid.

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julio cortázar.

“ESPAÑA NOS ABRIÓ LAS PUERTAS”

Este Julio no es el mismo que llegó a Madrid hace 31 años. Susana tampoco. Ella vino a Madrid con dudas y desconocimiento sobre muchas cosas que estaban pasando. Él, con la certeza de que tenía que huir de un país en el que no sabía si seguiría con vida. Ella se quiere quedar. A él le gustaría vivir cuatro meses al año en Argentina y el resto del tiempo en España. La vida los cambió de lugar, en el mismo.

Julio Miguez estaba en las FAP justo cuando Montoneros “chupaba” un caudal impresionante de personas de otras organizaciones. Él no. Se quedó “teorizando”, porque a “Montoneros le interesaba el poder”.

Empezó en la juventud católica, el activismo en la villa de Retiro y campos en la provincia de Corrientes. Un día de 1976, después de seis años de militancia, un amigo con conexiones le dijo que no joda más, que lo estaban fichando, que se vaya. Con la venta del Citroên compró dos pasajes y el 20 de julio de 1976 voló a Madrid.

Para él, como para la gran mayoría de los que pudieron salir del país, el exilio llegó a ser una marca que alimentaba la culpa por los compañeros muertos y la suerte propia. Estar vivo hacía el exilio más amargo.

España y su gente, cuenta Julio junto a Susana en un típico bar madrileño, fue muy receptiva. “Nos abrió las puertas”, reafirma. Lo que tensó la lejanía fue la propia confrontación con los compatriotas. Es que las diferencias entre agrupaciones militantes no quedaron en el país, las trasladaron: “En diciembre del 77 se hizo un acto en el Alcalá Palace con más de 200 personas. Se pusieron a discutir entre los Montoneros, el ERP y gente que era del Partido Socialista. Me enojé mucho”.

Siguió en el activismo social y sindical, hasta que en 1999 volvió a juntarse con argentinos por un tema muy específico, que es la pretensión de reivindicar del exilio con una norma: “La ley no ha salido y creo que no va a salir. Nosotros aquí, dentro de lo posible, seguimos insistiendo. Nos apoyamos mucho en la Comisión de Ex Exiliados Políticos de la República Argentina (COEPRA), pero vamos... Además no creas que la reivindicación del exilio es popular aquí, entre los exiliados, hay una parte importante de gente que está en contra de cualquier tipo de reparación. Hay gente que me ha planteado que bastante reivindicación tenemos con estar vivos...”.

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juan gelman.

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“SIEMPRE SOS DIFERENTE”

En la mesa familiar, la política aparecía siempre. Eran tiempos en los que la figura de Frondizi, con quien simpatizaba su padre, alentaba a analizar el país y a repensar la historia. Y fue precisamente por ahí por donde Carlos Duhalde y sus dos hermanos encontraron la puerta de entrada a la militancia: el revisionismo histórico.

“Ahí tomamos partido por los excluidos, y creamos una revista y un centro de estudios, ‘Felipe Varela’, donde se reivindicaba a los caudillos provinciales”. Sereno, repasa en Madrid esa hoja de ruta personal, y la nacional. Pasa por la adscripción al Peronismo de Base, la Triple A que asesinó a su referente, Rodolfo Ortega Peña, en 1974, el paso a la clandestinidad hasta la salida obligada de la Argentina, primero por México y, después, en España.

México, cuenta este hombre de mirada clara, parecía entonces buena idea porque tenían conexión con gente de ahí y lo sospechaban parecido a Argentina. Era un error, “es muy distinto”. Entonces con otro hermano fue a Madrid, donde luego llegaron también los padres.

Aquí, en este mundo de callecitas entreveradas, venga y vale, las noches sin poder dormir, la culpa del sobreviviente, esa pregunta permanente de “por qué yo estoy vivo y mis compañeros no”, la política que permaneció hasta hoy y la cabeza del otro lado del océano: “Es que uno siempre está aquí pero la cabeza está allí. Y no he cambiado, mi preocupación está en la Argentina. Es un desgarro permanente...Quieras o no siempre sos diferente y eso no tiene arreglo”.

No habla con resentimiento, nostalgia ni dolor. Habla con su experiencia: “El exilio no termina nunca. Es para toda tu vida, aunque vuelvas, porque hay circunstancias que te van a acompañar siempre. Algunos compañeros han vuelto con sus hijos grandes y el desarraigo lo sufren ahora ellos, el exilio se traslada. Hay que elegir entre seguir teniendo pérdidas uno o provocarles pérdidas a tus hijos. Y no, no más pérdidas”.

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Exilio es salir a comer y no saber qué darles a los chicos. Está hecho de todas esas cosas cotidianas como no tener el Mejoralito, las Curitas, el chupete Dulcito, los únicos remedios mágicos que calmaban todas las nanas de nuestros hijos”.

Alicia Bonet Krueger,

exiliada en París.