Mentime, que me gusta

La publicidad, el marketing, el autobombo o el bombo, el afán de agrandar, el viejo “dar manija”, generan una versión corregida (y aumentada) de las personas o de las cosas que son, por fin, como queremos que se vean o sean y no como se ven o son realmente. Esto no es un simple artículo pasatista. Es una pequeña gema de la literatura de masas. Se los dije.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Mentime, que me gusta

El otro día un colega -nosotros tenemos lo nuestro, mis chiquitos- que aprecio se vio en la obligación personal, religiosa, autónoma o inducida de titular de la siguiente manera: “Con modernos haces de luces darán realce a la sede catedralicia de...”.

¡Fuahhhh! O sea: van a ponerle un par de focos polenta a la iglesia, pero de ahí a los haces de luces, al realce, y a la sede catedralicia hay una serie de mecanismos de lenguaje -una cosmovisión, un asalto a la realidad, una toma de posesión y posición sobre las cosas que reíte de Foucault- tendientes a edulcorar y mejorar. Los reflectores o focos son haces de luces, iluminar es dar realce e iglesia o catedral es sede catedralicia. No se falta a la verdad, pero el lenguaje se presenta de tal manera que la realidad aparece en su versión mejorada.

El ejemplo, cuya magnificación mi amigo perdonará con sabia resignación y buen humor (porque encima es grandote y no lo querría enojado), me sirve para esa práctica muy (no solo) electoral y argentina, de agrandarnos. Y ese mecanismo, casi un condimento esencial de nuestra esencia, valga la esencial disgresión, está presente en el político en campaña, en la empresa y su producto, en los periodistas que podemos “levantar un manolito” o “hacer un buraco grande así” (según las expresiones que consagrara Juan Carlos Altavista en su impar “Minguito Tinguitela”), está sonoramente presente también en todos nosotros: en tu viejo, en tu tío, en la prima Carlota, en el vecino, en el 10 de tu equipo, en el kiosquero. Somos así.

Somos, para abundar en detalles, pomposos, verseros, agrandados, vanos, más discursivos que reales, más adjetivos que sustantivos, gansitos de pecho inflado, pura parada; una sola piecita mal amurada pero que tiene arriba y a los costados mamposterías y agregados llenos de arrogancia...

Está el caso del cordobés que en vez de decir un simple y contundente “gracias”, te dice masomenoasís: “Tu amabilidad me conmueve, mas no me obnubila; me obliga, eso sí, a revolcarme en el colchón del agradecimiento”. ¡Fuahhhh! de nuevo.

Ahora veo en las gacetillas pre, durante y post “evento” que otros colegas para agrandar lo que es así nomás, simple y pedestre, dicen cosas tales como que se inauguraron “más de 52” (lo que fuera). ¿Cuánto es más de 52? ¿52 y medio? ¿Casi 53? Antes se afirmaba, agrandando pero sin faltar a la verdad que se trataba de más de 50 o más de medio centenar. Ahora no: más de 52 o más de 7.

Dicen que el mejor negocio del mundo es comprar un argentino por lo que vale realmente y venderlo por lo que él dice que vale. Un negoción, una distancia sideral entre compra y venta. Y decía que esta manera de ser se hace presente hasta en la peña con los amigos, donde siempre hay uno que se le cuenta mal, que se manda en rojo, que miente tanto que hasta él se cree (la convicción es importante), que tiene una biografía autorizada, corregida y aumentada de sí mismo. Y no es nada que la tiene: pretende que vos la leas y creas en ella como si se tratara de un libro sagrado...

Algunas de estas técnicas y de estos personajes son hasta simpáticos y ocurrentes pero yo voy entrando en una etapa de mi vida -si alguna vez fui distinto- en que me banco cada vez menos a los fatuos, a los eguitos inflados, y clamo por cosas sencillas, claras, al pie, reales, aunque no se vean tan rutilantes ni llena de promesas y luces...

Y nos vamos. O, mejor dicho, nos retiramos con donosa dignidad del impoluto marco de la página que nos contiene para replegarnos, píos y recoletos, a regurgitar cuitas y pergeñar elucubraciones que tendrán su estelar plasmación en la próxima jornada sabatina (es decir, en apenas poco más de seis jornadas) en este espacio que no es, como se sostuvo desde el primer primigenio y original inicio un mero artículo en la revista de un diario, sino una postulación filosófica de hondo y prístino contenido metafísico. ¡Fuaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!