El pesimismo es una enfermedad

Arturo Lomello

Actualmente la falta de creencias en que la vida tenga sentido está provocando un creciente pesimismo producto de la pasividad que deriva de un desaforado consumismo.

Se vive solamente para experimentar sensaciones, como si fuéramos únicamente biología. La meta es el placer, no la alegría y entonces se está atrofiando la expresión cultural que se convierte en pura sensualidad y en una sensualidad cada vez más enferma.

El sentido de la vida es vivir la plenitud, cosa imposible si apenas desarrollamos lo físico. Para dicha plenitud es indispensable creer en lo infinito, apuntar a él. La mezquindad del hombre contemporáneo ha terminado por desconectarlo de la realidad. Y es curioso, paradójico que se proclame que prescindir de lo trascendente es una actitud realista.

Para quién cree en lo trascendente resulta muy triste observar a un gran sector de la juventud entregada al desorden y al vicio sustituyendo la búsqueda de la plenitud por la huida que otorga el alcohol, la droga y la exacerbación del sexo y la agitación de la masificación idolátrica.

Las consecuencias se manifiestan en el pesimismo consciente o inconsciente de un cada vez más marcado consumismo, cual por otra parte acentúa los desniveles sociales, porque va desapareciendo la caridad. Primero sustituida por la ideología y luego por la pasividad total

Vivimos en una época, como se ha dicho, frecuentemente parecida a la decadencia de Roma. Llegó luego el cristianismo y la historia volvió a encaminarse pero para ello hubo muchos mártires que como se sabe quiere decir testigos de la presencia de lo trascendente. En la actualidad también hay mártires que misionan en los cinco continentes sin mucha publicidad y son ellos los modelos a seguir si es que aspiramos a terminar con el pesimismo que corroe como un cáncer al hombre contemporáneo.