Al margen de la crónica

A 40 años de la condena de un monstruo

Bárbara Munker

Uno de los asesinos más famosos lleva el número de identificación B33920. Charles Manson tenía 36 años cuando el 29 de marzo de 1971 fue condenado a muerte al igual que sus seguidores más fieles, por el asesinato de Sharon Tate, la mujer embarazada de Roman Polanski y otras cuatro personas.

Una foto de 2009, muestra a un anciano de 76 años, medio calvo, con barba gris y una esvástica tatuada en la frente. Su onceavo pedido de libertad fue rechazado en 2002.

Los asesinatos de la “familia Manson” en agosto de 1969 fueron demasiado bestiales como para que se la concedan. El líder de la secta había armado a cuatro de sus seguidores -tres mujeres y un hombre- con bayonetas, pistolas y cuchillos y los envió a la mansión de Sharon Tate. El cadáver de la actriz de 26 años fue encontrado seriamente mutilado a la mañana siguiente. Había sido apuñalada decenas de veces, al igual que el bebé que llevaba en su vientre.

También fueron asesinados el peluquero estrella Jay Sebring y otros dos amigos. En el jardín se encontró el cadáver de un joven de 18 años que pasaba por allí. Los asesinos escribieron en las paredes con sangre “Pigs” (cerdos). Un día después, volvieron a atacar. Esta vez, eligieron la casa del dueño de una cadena de supermercados, Leno LaBianca, y su esposa Rosemary.

El 15 de junio de 1970 se abrió el proceso contra Manson y sus “girls”, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten. Fue uno de los procesos más caros y largos en la historia criminal norteamericana. Durante 225 días, los jurados fueron aislados del mundo exterior. El planeta siguió de cerca el caso, tratando de entender con qué tipo de poder demoníaco un hombre había logrado convertir a un grupo de hijos de burgueses blancos en asesinos de sangre fría.

El proceso duró nueve meses. El papel más importante lo desempeñó la ex seguidora de Manson Linda Kasabian, que a cambio de su libertad bajo fianza, testificó contra los acusados. El mismo Manson afirmó que nunca mató ni indujo a nadie a ello. Si bien no estuvo presente durante los crímenes, el fiscal estatal lo presentó como un monstruo satánico y como el instigador al que las mujeres seguían como robots sin cerebro.

Cuando Manson se grabó una X en la frente al inicio del proceso, las mujeres acusadas siguieron su ejemplo. El día de la lectura de las sentencias, todos se rasuraron la cabeza. Ninguna de las mujeres acusó a su líder. Se mantuvieron leales a Manson, al que veneraban como “Jesucristo”.

El seguidor de Manson, David Watson, que había tomado parte en los dos asesinatos, fue juzgado en Texas y también condenado a muerte. Susan Atkins pidió 13 veces ser liberada hasta que, en 2009, murió en la cárcel a los 61 años. Patricia Krenwinkel, de 63 años, obtuvo en enero el decimotercer “no” a su liberación. La mujer de cabello ya gris dijo ante la comisión correspondiente que sus crímenes la iban a perseguir por el resto de sus días. El perdón a Leslie Van Houten, de 61 años, fue negado 19 veces. Manson, que a través de sus crímenes buscaba desatar una guerra racial entre negros y blancos, nunca demostró arrepentimiento.