Los grandes cuentos de Clarice Lispector

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Por Julio Anselmi

“Lazos de familia”, de Clarice Lispector. Traducción de Mario Cámara y Edgardo Russo. El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2010.

Lazos de familia se publicó en 1960 y entre los trece cuentos que lo conforman figuran varios de los más destacados de Clarice Lispector. Está aquí, por ejemplo, “La mujer más pequeña del mundo”, que concentra las mejores dotes de Lispector como cronista, indagadora de tropismos y narradora-poeta. Este cuento comienza hablándonos de un explorador que se interna en África hasta llegar al lugar donde habitan los últimos ejemplares de la raza más pequeña de pigmeos, y encuentra a una mujer encinta de 45 centímetros. La fotografía de esa pinina a quien el explorador llama Pequeña Flor es publicada en un suplemento dominical y aquí el relato se dispara contándonos la reacción de varios de los lectores de clase media que ven la foto, desde los que se conduelen de la pequeñez de la africana, hasta el niño que imagina el susto que se pegaría su hermanito si al despertar se encontrara con esa mujercita en la cama y cómo podrían jugar con ella, lo cual despierta en la madre del niño el recuerdo de algo que le había contado una cocinera sobre su infancia en un orfanato: “Al no tener muñecas con qué jugar, y con la maternidad ya latiendo fuerte en el corazón de las huérfanas, las niñas más astutas habían escondido a la monja la muerte de una de sus compañeras. Guardaron el cadáver en un armario hasta que la monja salió, y jugaron entonces con la niña muerta, la bañaron y le dieron de comer, la castigaron sólo para después poder besarla, consolándola”. Y tras estas distintas impresiones y derivaciones, volvemos a África y al explorador frente a Pequeña Flor con su pancita de embarazada. Pequeña Flor empieza a reír; ríe porque el explorador no la devora como habrían hecho los otros tantos enemigos de su raza; ríe porque no es devorada y porque le había nacido el amor por ese hombre amarillo, sobre todo por su anillo y sus botas, porque en la selva no existen, dice Lispector, los refinamientos del amor, y “el amor es no ser comido, amor es encontrar bonita una bota, amor es gustar del color raro de un hombre que no es negro, amor es reír de amor a un anillo que brilla”.

Similar asociación exitosa de crónica e indagación psicológica comparece en cuentos memorables del volumen, como “Una gallina”, “Feliz cumpleaños” y “Misterio de San Cristóbal”. En el resto, prepondera el sagaz análisis meticuloso (a veces en forma de confesión introspectiva) de los personajes o narradores de Lispector -mujeres en la mayoría de los casos- y de algunos sucesos cotidianos que despiertan en sus protagonistas un desasosiego, una repulsa o una fascinación que puede llegar a ser abismal.

En 1973, Sudamericana había publicado una regular versión de este libro que hacía necesario un reemplazo que viene a cumplir esta nueva, impecable traducción de Mario Cámara y Edgardo Russo.

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