Hitos de un destino

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Por Julio Anselmi

 

“La tercera mañana”, de Edgardo Cozarinsky. Ediciones Tusquets, Buenos Aires, 2011.

El recuerdo de una noche, de una noche largamente soñada, será la marca de un destino. Víctor logra a través de una artimaña liberarse de sus padres y pasar una noche vagabundeando por la ciudad, una libertad nada fácil para un chico de 13 años, de clase media, en la Buenos Aires de medio siglo atrás. Vista en retrospectiva, ya toda una vida estará marcada por esa salida, signada por el deseo y por la derrota, la derrota de todo deseo definido por su imposible satisfacción; en el caso específico de Víctor, la derrota será ver extinguirse “la breve libertad ganada con una mentira” y la caída en “el asedio de la vida cotidiana, su banal opresión” que le presenta el fin de esa noche y la llegada del amanecer. Esto se nos cuenta en la primera de las tres partes de La tercera mañana, la última novela de Edgardo Cozarinsky.

Esa primera parte, con sus aventuras y derrota, concluye en una suerte de introducción al resto del libro: “A veces me pregunto si tantas decisiones irracionales, o meramente impulsivas que iba a tomar más tarde en mi vida, decisiones ajenas a todo cálculo, malhumores o entusiasmos a los que iba a entregarme sin reflexión, con temeridad más propia de un adolescente que de un adulto, no fueron gestos tardíos para purgar la amargura de aquel amanecer”.

En efecto, las dos partes siguientes nos presentan a Víctor, primero en París, en 1969, y luego de muchos años, de regreso a Buenos Aires, en un presente que puede ser hoy. En París, Víctor, que trabaja de sereno en un modesto hotel, haciéndose llamar con otro nombre, pone en acto su vocación de explorador urbano, de flâneur, de tranquilo mirón de la vie parisienne, indiferente a las puestas en escenas de alzamientos revolucionarios de los hijos bien alimentados de la burguesía local. En la Buenos Aires de su regreso, el Víctor mayor se encuentra investigando para un libro sobre los actores franceses que habían actuado en Buenos Aires durante los años de la segunda guerra mundial, y este trabajo lo conduce al amor por una mujer mucho más joven que él.

El tema de La tercera mañana es la memoria, o mejor dicho, cómo la memoria puede descubrir una firme trama en nuestros destinos azarosos. Por lo menos en los destinos de quienes, como la tía del protagonista, deciden que cuando llegue su hora no los encontrará con el control remoto en la mano.

Un tango, un actor borracho extranjero -un actor- encontrado en aquella noche lejana de la adolescencia, las aventuras fugaces con extrañas mujeres (una prostituta que pronostica que el Víctor adolescente es tan “educadito” que tendrá éxito con las mujeres; una madame poeta que en el hotel donde Víctor que se hace llamar Pablo casi lo acusará de ser très gentil) son los temas recurrentes que ligarán las distintas etapas en que el protagonista nos es presentado, pautados por imperceptibles pero expresivos pasajes de la primera a la tercera persona.

La riqueza pudorosa, tranquila (aunque su materia sea la zozobra) de La tercera mañana no sorprendará a los lectores de Cozarinsky, uno de los escritores más interesantes de la narrativa argentina actual, y seguramente el más firme y afianzado en nuestra mejor tradición narrativa. Con personajes y situaciones menos densos, turbadores, extraordinarios de, por ejemplo los cuentos de La novia de Odessa, o de la extraordinaria reciente novela Lejos de dónde, en La tercera mañana permanece destellante el estilo fluido, pautado por detalles sugestivos, y el tejido de una firme anécdota que se despliega sin golpes bajos.

Edgardo Cozarinsky. Foto: Télam.

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Fotografía (1949), de Gjon Mili.