Preludio de tango

“Viejo smoking”

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Manuel Adet

La letra pertenece a Celedonio Esteban Flores y la música a Guillermo Desiderio Barbieri, padre de Alfredo y uno de los guitarristas que murió en Medellín el 24 de junio de 1935. El tango lo grabó por primera vez Gardel en 1930. En 1952, lo hizo Juan D’Arienzo con la voz de Armando Laborde; ese mismo año lo interpretó la orquesta de Francini-Pontier con Julio Sosa. En 1955, lo grabó el maestro Francisco Rotundo y el cantor fue Carlos Roldán; por último, en 1978, lo grabó Roberto Goyeneche acompañado por la orquesta de Raúl Garello. Puede haber otras grabaciones, el tango se lo merece, de todos modos, con las mencionadas, está muy bien representado.

En 1931, Eduardo Morera, director de cine y amigo de Gardel, filmó un cortometraje que lo tituló precisamente “Viejo smoking”. El actor principal es Gardel acompañado de Inés Murray y Pedro Marín. La escena es bastante previsible y hasta cursi; en algún momento Gardel dice unas palabras y luego empieza a cantar el tango mientras se escucha como música de fondo a la orquesta de Francisco Canaro. Las palabras son olvidables, el canto de Gardel, no.

Decididamente, el cortometraje de Morera no va a figurar entre lo antecedentes históricos del cine, pero es uno de los primeros que se filma con sonido. Lo que se intenta es reducir la letra del tango a algunas imágenes visuales en donde Gardel se luce, no como actor oficio -para el cual tenía serias dificultades- sino como cantante. En esos meses de 1930, el Morocho del Abasto filmó varios cortometrajes. Algunos se perdieron y otros se han podido reponer. Valen como curiosidad histórica, nada más.

“Viejo smoking”, el poema de Flores, es aparentemente sencillo. El personaje se dirige a un interlocutor imaginario en tiempo presente, el presente de un hombre mayor, derrotado que evoca sus tiempos de esplendor que seguramente nunca más volverán. Las imágenes son limpias y las metáforas ocurrentes: “Y manyá este pobre mozo, como ha perdido el estado, amargado pobre y flaco como perro de botón”.

El empleo del lunfardo es sobrio y hace creíble la puesta en escena. La casa de empeño que se come las pocas pertenencias del personaje. La catrera compadreando sin colchón, la mala racha: “Se dio juega de pileta y hubo que echarse a nadar”. En ese punto, concluyen las metáforas y es allí donde aparece el otro personaje de la letra, el principal, el más querible: el smoking, el smoking que se confunde con el sueño “un sueño del que nunca me vengan a despertar”.

Según se mire, este poema puede ser disfrutado a través de su primera lectura. El vago, el reo, el calavera está en las diez de últimas y el único objeto que lo conecta con ese pasado es el smoking. Hay muchos tangos que tratan esa realidad que podríamos calificar de clásica en el universo del hombre de tango. Pero como en los buenos poemas puede haber otra lectura, más sutil, más simbólica y, si se quiere, más interesante.

El smoking, en la mitología tanguera se identifica con la distinción, la categoría social y el éxito nocturno y diurno El smoking es la noche, la fiesta, el local nocturno, el cabaret y la boite, y los grandes salones de la alta sociedad. Es una marca y es un símbolo, también una ilusión y un sueño.

El smoking se mimetiza con el éxito, el prestigio ganado a golpe de audacia, descaro y si se quiere coraje. El personaje del tango no pertenece a la clase alta, no es un play boy o un niño bien, es un reo que gracias a su pinta y a su labia, a su desparpajo y su audacia ha logrado ser aceptado en los clubes y los salones elegantes.

El éxito en estos casos es el éxito con las mujeres, y con las mujeres sometidas, sometidas incluso en el baile: “Cuanta papusa garaba en tus solapas lloró, solapas que con su brillo, parecía que encandilaban y que donde iban sentaban, mi fama de gigoló”. Ahora está claro, las solapas brillan y si están húmedas es por el llanto de una mujer, el llanto de una mujer enamorada de su gigoló.

El segundo estribillo insiste con las mismas imágenes: “Viejo smoking cuántas veces la milonguera más papa, el brillo de tus solapas, de estuque y carmín manchó, y en mis desplantes de guapo, cuántos llantos te mojaron, cuántos taitas envidiaron, mi fama de gigoló”.

Se conquista a las mujeres y se gana el respeto de los hombres. Es más, en la mitología tanguera, el hombre espera en primer lugar el reconocimiento de otros hombres; después, bastante después, están las mujeres. ¿Misoginia? ¿Machismo? El tango se ha hecho cargo de vicios más graves. Lo que importa en el tema que estamos tratando es que el único testigo, el único cómplice de sus hazañas es el smoking, el que ha sobrevivido a todas las penurias, el que ha contemplado su decadencia. El smoking como objeto mítico, el smoking concebido como un símbolo y un sueño.

El hombre ha sido vencido por la vida, está solo, pobre y sin esperanzas, pero su exclusivo confidente es el smoking. La intuición poética de Celedonio Flores es profunda, sobre todo en esos dos últimos versos, cuando dice: “Vas a ver que un día de éstos, te voy a poner de almohada, y tirado en la catrera, me voy a dejar morir”. El smoking adquiere en estos versos su perfil definitivo.

Los buenos tangos son siempre susceptibles de diversas interpretaciones y múltiples lecturas. Ocurre con las letras de tango y con la poesía en general. “Viejo smoking”, en este caso, admite una lectura más, una lectura que transforma a la anécdota en el pretexto para decir algo diferente. El lamento del hombre vencido, del hombre que encerrado en su pieza evoca tiempos mejores con la certeza de que nunca volverán. ¿Por qué no pensar entonces que la letra de este tango, es una metáfora del argentino o de los argentinos, que lloramos las glorias pasadas y no podemos renunciar a nuestro fracaso? “Viejo smoking” no es el lamento del cornudo, es el lamento del argentino decadente, o de los argentinos que aspiramos a una grandeza que nunca supimos conquistar con esfuerzo propio y que, sumergidos en el fracaso, añoramos con nostalgia. El “Viejo smoking” es también la representación del fracaso de nuestro patriciado, de los niños bien y de los señoritos de apellido que se empobrecieron por inútiles y que hundidos en la decadencia recuerdan tiempos mejores, tiempos que sólo a ellos les importan. La letra del tango es muy insinuante. “Yo no siento la tristeza de saberme derrotado/ y no me amarga el recuerdo de mi pasado esplendor/ no me arrepiento del vento ni los años que he tirado‘”. Una lección de historia argentina.

No son muchas las letras de tango que evocan una prenda o un objeto íntimo. Haciendo memoria recuerdo “Antiguo reloj de cobre”, el tango escrito por Eduardo Marbezzi y que el Negro Miguel Montero lo inmortalizó con la orquesta del maestro José Libertella.

El otro tango que me viene a la memoria es “Gacho gris”, poema escrito por Juan Carlos Barthe y que Gardel lo grabó en junio de 1930 acompañado por las guitarras de Riverol, Barbieri y Aguilar. El homenaje al funyi, al sombrero, es muy digno y muy sincero. Pero el símbolo del sombrero en el tango de Barthe es muy diferente al del smoking en el poema de Flores. ¿Hay algo más? Apenas algunas referencias al cuchillo, a los zapatos, pero no mucho más.

“Viejo smoking”, por lo tanto, es único, exclusivo en su género. Nada tan íntimo, nada tan anacrónico.