Sentirse reinas

Dicen que en el día de su boda, la mujer aspira a sentirse una verdadera reina o, al menos, una princesa. ¿Cómo lucirán aquéllas que ya tienen un lugar en la realeza? El casamiento de Kate Middleton y el príncipe Guillermo de Inglaterra, celebrado hoy, es la excusa para repasar otras bodas reales... que parecen de ficción.

TEXTOS. REVISTA NOSOTROS. FOTOS. EL LITORAL Y “DE BLANCO, HISTORIA DEL VESTIDO DE NOVIA”.

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Lady Diana Spencer, el día de su casamiento con el príncipe Carlos, en 1981.

Sin dudas, uno de los mayores atractivos de una boda lo constituye el vestido que luce la novia. Motivo de especulaciones previas y de comentarios posteriores, es el centro de atención durante la ceremonia y fuente de inspiración de aquellas mujeres que decidan dar el gran paso. “Este vestido, que paradójicamente en la mayoría de los casos será el más caro que una mujer se comprará en toda su vida, sólo se lo pondrá una vez. Su marido nunca la ha visto vestida así y probablemente jamás vuelva a verla (...). El mensaje subyacente es que sin el vestido perfecto puede que el matrimonio no sea perfecto”, afirma Alan Tomlinson en su libro “Consumption, Identity and Style”. Y Harriet Worsley, en su Historia del vestido de novia (1) apunta : “las novias, junto con el vestido compran un sueño”. ¿Ocurrirá lo mismo cuando esa dama es una integrante de la realeza o cuando aspira a serlo una vez que contrae matrimonio?

Las expectativas creadas por el diseño que luciría Kate Middleton en su boda con el príncipe Guillermo de Inglaterra quedaron develadas hoy, luego de semanas de conjeturas sobre quién sería el elegido para tamaña empresa: la de confeccionar nada más ni nada menos que el traje que cientos de miles de espectadores criticarían -en un sentido pleno de la palabra- en todo el mundo.

Tal vez a esta hora se sepa también si la flamante princesa llevaba, además de algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul, tal como indica la más difundida de las tradiciones.

LAS ELEGIDAS

Al igual que en otros estamentos, los trajes de novias reales han seguido las tendencias de moda que renovaron diseños, perfeccionaron tejidos e incorporaron detalles. Pero la tradición y normas más o menos estrictas de protocolo -según el reinado del que se trate- habrán terminado de definir la elección.

“Cuando la reina Victoria se casó con su primo carnal, el príncipe Alberto, en 1840, convirtió el vestido blanco en símbolo de las novias que podían permitírselo. Se la consideró una romántica moderna que se casaba por amor, y con un vestido de encaje mucho más sencillo de lo que se esperaba de un miembro de la realeza”, relata Worsley.

Según detalla en otro tramo de su libro, ”la reina Victoria se casó en la capilla real del palacio de Saint James en 1840. Optó por un clásico vestido blanco y acertó con la elección de los discretos materiales: una corona de flores de naranjo naturales en lugar de una tiara y una sencilla tela de encaje en vez de un tejido cargado de gemas”.

Años más tarde, en 1923, Lady Elizabeth Bowes-Lyon se casó con el futuro rey Jorge VI. La modista de la corte diseñó el traje de novia de estilo medieval. “El escote cuadrado, las franjas de lamé plateado y las largas mangas de encaje de Nottingham lo convertían en estandarte de la modernidad del momento”.

Otros trajes de la realeza marcaron tendencia pero, a la vez, tomaron de la moda aquello que podían adaptar a una ocasión tan singular. En el capítulo “De diosa”, Worsley repasa en su libro que “los años ‘30 supusieron el nacimiento de los largos trajes blancos de corte sesgado. A finales de los años ‘20 la silueta masculinizada se había suavizado y de nuevo los vestidos volvían a marcar los contornos femeninos. De repente, todo giraba en torno a lo brillante y glamoroso. La princesa Marina de Grecia se casó en 1934 con un vestido de corte sesgado de Edward Molyneus, de escote con caída y largas mangas medievales, que copiaron muchísimas novias de la época. Su tiara de diamantes, con destellos que competían con los rayos de sol, volvió a poner de moda las diademas. Los vestidos de novia blancos de brillante rayón, punto o satén rozaban la silueta e insinuaban todas las curvas (...)”.

AMORES REALES

En 1937 Wallis Simpson, estadounidense y divorciada, se casó con el duque de Windsor en Francia, que ya había abdicado como rey Eduardo VIII de Inglaterra para poder casarse con ella. En este caso fue el modisto parisino Mainbocher quien confeccionó el vestido de novia de crepé azul ; poco después -cuenta Worsley- las mujeres que querían ir a la moda pedían en las tiendas tela de color “azul Wallis”

Mucho más cerca en el tiempo y en relación directa con la boda real del momento, Lady Diana Spencer se casó con el príncipe Carlos de Inglaterra en 1981 “con un vestido de cuentos de hadas, diseñado por Elizabeth y David Emanuel. Las novias que querían sentirse princesas por un día copiaron inmediatamente el vestido de corpiño de tafetán de color marfil con adornos de encaje antiguo y lentejuelas”.

El mismo príncipe Carlos fue protagonista de otra boda en 2005, pero esta vez del brazo de Camilla Parker-Bowler, quien lució “un aspecto increíblemente elegante para alguien de su edad y posición”, con un sombrero de plumas doradas y cristales Swarovski, y un abrigo y vestido largo de seda azul”.

SALGAMOS DE INGLATERRA

La princesa Grace de Mónaco, antes famosa estrella de cine, “quedó inmortalizada como la novia perfecta con un intemporal y distinguido vestido confeccionado con tela de encaje de Bruselas de 125 años de antigüedad y tafetán de seda de color rosa palo”. Para completar el atuendo, el velo estaba adornado con pequeñas perlas naturales y flores de naranjo.

Letizia Ortiz es princesa de Asturias desde el 22 de mayo de 2004, cuando contrajo matrimonio con el heredero de la Corona de España, el príncipe Felipe de Borbón. Ese día llevaba un manto nupcial de tul de seda natural de tres metros de largo y bordados que mezclaban la flor de lis y la espiga, pendientes de platino con diez diamantes, regalo de los Reyes, y la diadema de estilo imperio de platino y brillantes que Doña Sofía lució el día de su boda.

La parte superior del vestido era ceñida al cuerpo y se deslizaba suavemente a partir del talle. El vestido se remataba con una cola de 4,5 metros que salía desde la cadera. El escote del traje, diseñado por Manuel Pertegaz, era en pico, con cuello “corola” bordado en hilo de plata y oro, que también adornaba la espalda y las manoplas de las mangas por ambas caras y el delantero en forma piramidal, así como el bajo de la falda.

Sencillez absoluta fue la elección para el vestido de novia que llevó Mette Marit el día de su boda con el príncipe heredero al trono de Noruega, Hakoon. Elaborado en crêpe de seda color marfil, de mangas largas y cuello barco, el diseño estaba cargado de simbolismo por estar inspirado en el traje que lució la reina Maud, bisabuela de Haakon de Noruega, el día de su boda con el rey Haakon VII. La nota original la puso el ramo en forma de guirnalda que llevó en sus manos, formado por orquídeas, hortensias y rosas.

Por último, las crónicas fechadas el 19 de junio de 2010, señalaban que Victoria de Suecia “llegó a la catedral de San Nicolás, en Estocolmo, ataviada con un vestido de novia blanco perla y de terciopelo, con mangas cortas y cuello tipo barco, acompañado con una impresionante tiara que sujetaba el velo que ya llevó su madre en su propia boda en 1976”.

Moda y protocolo, tendencia y tradición: las novias reales conjugan mucho más que el gusto propio y la buena mano del diseñador a la hora de elegir su vestido, mientras comparten con sus pares plebeyas la misma suerte de ser, por un día, el centro del universo. Aunque en su caso, a la vista de más personas.

(1) “De blanco. Historia del vestido de novia desde principios del siglo XX hasta la actualidad”, Harriet Worsley, Océano, Barcelona, 2009. (Gentileza Carlos Méndez).

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Grace Kelly se convirtió en princesa tras su boda con Rainiero III de Mónaco.

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La princesa Sofía de Grecia y el príncipe Juan Carlos de España.

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Letizia Ortiz del brazo del heredero de la corona española, Felipe de Borbón.

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En 1840, la reina Victoria se casaba de blanco.

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La reina Isabel y el duque de Edinburgo, en 1947.

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Máxima Zorreguieta, princesa de los Países Bajos.


UNA ARGENTINA EN HOLANDA

El 2 de febrero de 2002, la argentina Máxima Zorreguieta se convirtió en princesa de los Países Bajos. Fue a partir de su boda con el príncipe heredero Guillermo Alejandro de Orange-Nassau. Para la ocasión, lució un sencillo vestido nupcial color marfil, obra de Valentino. De ajustadas mangas largas y cuello redondeado, esta creación del famoso diseñador italiano no ofreció ninguna concesión al adorno salvo las dos aplicaciones de encaje bordadas a ambos lados de la falda. La tiara de estrellas que llevó Máxima fue la misma que portó en su cabeza la reina Beatriz cuando contrajo matrimonio con el príncipe Claus.

Sencillo, sin grandes lujos, muy elegante y acorde a la realeza, el traje tenía una larguísima cola de tul de seda con detalles florales y encaje, ostentosa y de cinco metros que fue lo que más se destacó de su vestimenta.

El toque final lo ponía un bonito bouquet de rosas, gardenias y lirios blancos.