En Familia

La paz verdadera es posible

Rubén Panotto (*)

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Una alegoría medianamente conocida relata que un rey ofreció un importante premio para aquel artista que pudiera expresar la paz perfecta en una pintura. Muchos pusieron su pincel sobre la tela e intentaron apropiarse del gran premio. El rey observó y admiró todas las pinturas presentadas, pero hubo sólo dos que atraparon su atención, y tuvo que decidir, entre ambas, al ganador. Una mostraba un lago muy tranquilo, que se veía como un perfecto espejo donde se reflejaban los árboles multiformes, con las montañas que lo rodeaban. Un hermoso cielo azul completaba la expresión más cercana a una verdadera paz. La segunda pintura también incluía montañas, pero éstas eran escabrosas y sin vegetación. Sobre ellas había un cielo furioso y amenazante, del cual caía un impetuoso aguacero con relámpagos y rayos. Montaña abajo aparecía un espumoso torrente de agua que no revelaba para nada una situación de paz. Cuando el rey se acercó para observar con mayor precisión, descubrió detrás de la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la montaña. En el arbusto, un nido mostraba a un pequeño pajarito reposando confiadamente, en compañía de sus dos delicados pichones. Cuando el rey eligió esta última pintura expresó que “la verdadera paz no significa la ausencia de ruidos, de problemas ni de riesgos, sino la seguridad y sosiego que brota del ser interior más allá del caos que lo rodee”.

Siempre hemos relacionado a la paz con un bien que se obtiene fuera de nosotros, que se compra con dinero, o simplemente con la práctica de alguna disciplina mental o espiritual, que nos convencemos de haberla logrado, pero sin resultados sustentables.

Esfuerzo, renunciamiento, compromiso

Es importante reconocer que hay diferentes tipos de paz y un camino para hallarla.

* Para comprender qué es la paz verdadera, debemos reconocer lo que no es. La confrontación, la violencia, los agravios, el genio ansioso y desapacible, la injusticia; las tremendas diferencias sociales de clase, de raza y el dominio sobre las personas alejan toda posibilidad de conseguir la paz.

Para arribar a la ansiada paz social no hay otro camino que no sea a través del esfuerzo y el renunciamiento a las apetencias egocéntricas, y de establecer un compromiso de convivencia respetuosa y prolífica en el matrimonio, la familia y el círculo de nuestras relaciones humanas más cercanas.

Los tratados de paz firmados y que siguen acordando entre naciones nunca se cumplen, y aun peor: se utiliza su incumplimiento como excusa para gestar nuevas guerras y confrontaciones que destruyen cientos de miles de vidas y pueblos. La paz entre hermanos y conciudadanos es condición fundamental para establecer la libertad y justicia de las naciones. El Martín Fierro en una de sus máximas conocidas propone: “... los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”.

* Cómo llegar a la paz verdadera: es posible para todos, porque es en el interior de la persona donde se genera y cultiva; es en el alma, en el “corazón”. Para lograrla se necesita buena dosis de disposición y esfuerzo para la necesaria toma de decisiones. La más importante sin duda será reconocer que en nuestra conciencia conviven las semillas de lo bueno y lo malo, de la ofensa y el perdón, de la violencia y la compasión; es reconocer nuestra incapacidad de dominar nuestras pasiones y practicar los valores éticos y morales que nos ponen en camino a la plenitud de la paz.

Siendo valientes en aceptar estas realidades personales arribaremos al interrogante ¿qué debo hacer?, y la respuesta comienza con la necesidad de reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestros familiares, con nuestro prójimo y nuestro Dios. Cuanto antes hay que iniciar este desafiante recorrido, que nos conducirá a su valioso objetivo.

Donde hubo peleas, enojos y agresiones, quedan las secuelas del resentimiento y la amargura, que pueden ser sanadas por la reconciliación.

Cuántos niños y adolescentes hoy están padeciendo desajustes y traumas por las relaciones compulsivas de sus padres y adultos mayores, sumando el pernicioso trato de nuestros gobernantes y dirigentes sociales que no colaboran absolutamente al establecimiento del respeto en el ámbito de la paz. Cuánta hipocresía domina las ambiciones de los buscadores de poder, al precio de la desventura y sufrimiento de las personas. No permitamos que nos roben la libertad, pero tampoco permitamos que destruyan nuestro derecho a vivir la paz y armonía en nosotros mismos y con los demás.

Cuando Jesús recorría los caminos polvorientos de Palestina, en plena dominación del Imperio Romano, se ofreció como prenda de paz al decir: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy a ustedes como el mundo la da. No se angustien ni se acobarden”.

(*) Orientador Familiar

La paz verdadera es posible

Para arribar a la ansiada paz social no hay otro camino que no sea a través del esfuerzo y el renunciamiento a las apetencias egocéntricas, y de establecer un compromiso de convivencia respetuosa y prolífica en el matrimonio, la familia y el círculo de nuestras relaciones humanas más cercanas. Foto: Archivo El Litoral