A los 61 años, Carlos Trullet otra vez en la gloria...

Viejos son los trapos

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El abrazo emocionado con Angel Malvicino en el vestuario de la cancha de Instituto, el día del regreso a Primera.

Foto: Alejandro Villar-Eduardo Salva

Una historia larga que le otorga una vigencia de la que muy pocos hacen gala en el país. Del jovencito que llegó al Estudiantes campeón de todo a este hombre que exprimió al máximo todo lo que dirigió.

 

Enrique Cruz (h)

Alguna vez se declaró hincha de Estudiantes, pero se sabe que Colón fue algo importante para su carrera como jugador y que Unión se convirtió en el gran amor de su vida. Y que nadie se enoje. Todo tiene una explicación para la interminable vida futbolística del Cabezón Trullet. Siendo un jovencito de 16 años llegó desde El Trébol para integrar con apenas 19 ó 20 años aquellos equipos guerreros del Estudiantes copero de 1969 y 1970. Ganó dos copas Libertadores formando parte de esos planteles en donde sobraba mística. Poletti, Aguirre Suárez, Madero, Bilardo, Pachamé, Malbernat, el Bocha Flores, Marcos Conigliaro, la Bruja Verón, Eduardo Solari, Hugo Spadaro y el Flaco Errea, entre otros, fueron sus compañeros y espejos. Todos bajo la inolvidable conducción de Osvaldo Zubeldía. Después, llegó el turno de hacerse un nombre y un hombre en el fútbol grande y por eso se transformó en un referente temperamental del Colón de la década del 70, regado con jugadores surgidos en Estudiantes, con mucha calidad técnica y que le dieron un alto vuelo futbolístico al Colón de esos tiempos.

Llegó 1975 y Trullet no dudó en dar un paso fundamental en su carrera. Se fue a Unión, donde jugó hasta 1977. Fue el hombre clave en el funcionamiento táctico de ese equipo del Toto Lorenzo que revolucionó al fútbol argentino. Natalio Fejgelson le dijo a su amigo Gerónimo Veglia, integrante de aquella subcomisión de fútbol con Corral, Baldi y Moraguez: “Si Lorenzo lo descubría antes a Trullet de líbero, salíamos campeones”. Y se fue para volver. No pasó tanto tiempo, apenas unos años para hacerse cargo, ya como entrenadores y junto a su amigo Humberto Zuccarelli (se conocían de los tiempos de Estudiantes y Colón), del Unión que luego hizo historia no sólo por el ascenso sino por la victoria en la inolvidable final de 1989 ante el clásico rival de todos los tiempos. Había empezado la carrera de Trullet como técnico con apenas 40 años.

Trullet se separó un tiempo después de Zuccarelli, cuando Unión lo fue a buscar tras el alejamiento de Mario Zanabria. El Cabezón volvió para salvar al equipo del descenso y luego quiso armar un plantel con hombres hechos. No le fue bien. Pero interiormente sabía que iba a tener una nueva oportunidad.

“Unión siempre me vino a buscar cuando estuvo mal, pero jamás podría decirle que no”, fue su frase más escuchada a través del tiempo. Lo hizo en 1995, cuando la otra parte de la ciudad (Colón) festejaba el retorno a Primera y Unión no tenía agua, ni gas ni jugadores. Hubo que armar todo de cero. Trajo jugadores que luego no rindieron, como Marchi y Amodeo. Sin embargo, su trabajo se empezó a notar y dio sus frutos. Como un comandante, supo gestar lo que luego él mismo se encargó de titular como una “revolución social”. La gente se sintió identificada con aquel equipo de pibes. Explotaron algunos que ya venían con cierta experiencia, como Mazzoni, Cabrol y Garate, mientras que surgieron otros que se adaptaron a un esquema agresivo y moderno, como Lautaro Trullet, Bezombe, el Bicho Mendoza y Sebastián Clotet. Ellos, más el aporte de Maciel y del Loco Marzo, resultaron clave para la concreción de un gran sueño: el retorno de Unión a Primera.

Recuerdo personalmente un “pedido” del Cabezón en julio o agosto de 1995, para que su amigo, el Negro Vergara, y el grupo de colaboradores que comandaba el fútbol amateur de Unión, con el padre de Nicolás Frutos y otros dirigentes, explicaran qué se quería hacer con el fútbol de inferiores en medio de las penumbras de un club que no tenía conducción política y que dependía del generoso aporte externo de algún ex dirigente o socio caracterizado que se acercara a colaborar, con Malvicino, Vega y Marcelo Martín, entre otros, como principales abanderados en ese entonces de una recuperación que luego se plasmó.

Se fue otra vez para volver el Cabezón. Dejó al equipo en Primera un año y reconoció aquella necesidad con mezcla de equivocación cuando se tuvo que ir a buscar 15 ó 16 jugadores ante la venta de Bezombe y Clotet, entre otros. Tiempo después agarró Ben Hur, lo ascendió a la B Nacional, lo mantuvo en la categoría y un buen día recibió un llamado de Unión que se convirtió en un deber impostergable: el del retorno.

Trullet llegó otra vez en una situación complicada, se fue de Ben Hur donde estaba tranquilo sólo porque el llamado era de Santa Fe y de Unión. Discutió hasta con Bazán Vera cuando una vez lo sacó en cancha de Defensa y Justicia. Nadie le podrá reprochar sus agallas. Se fue de Unión en circunstancias aún no muy claras. Como toda figura, se ganó adeptos y detractores, sobre todo en la clase dirigente. Alguna vez habló de “los barrabravas de calle San Martín”. Y también de Pumpido. Cada vez que tiene un micrófono o una cámara a mano, dice que volverá a Unión. Nunca dejó de ser socio. Hasta piensa hacerlo de dirigente. Hoy sigue siendo DT y volvió a alcanzar la gloria, en Atlético de Rafaela y después de haber perdido una Promoción, a los 61 años. Está vigente el Cabezón. Para él, viejos serán los trapos. El incansable luchador, el del gesto adusto, algo cascarrabias y de contadas sonrisas, ayer se paseó orgulloso con su pequeño hijo. Y disfrutó otra vez.

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Una foto actual del Cabezón junto al Indio Ingrao. En los dos años que dirigió, jugó Promoción y luego ascendió. Foto: M&G Fotografías

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Ya maduros, los dos amigos que alcanzaron la gloria en el ‘89: Humberto Zuccarelli y Carlos Trullet. Foto: Luis Cetraro