Una profesión de herencia familiar

TEXTOS. NANCY BALZA Y MARIANA RIVERA. FOTOS. ALEJANDRO VILLAR, FLAVIO RAINA Y LUIS CETRARO.

 

Un nombre, dos caminos

Nunca coincidieron en la cobertura de una noticia ni en la misma sección del diario, aunque por más de dos décadas convivieron en el mismo medio. Sin embargo comparten la pasión por el periodismo escrito y el deporte, y llevan el mismo nombre y apellido: Enrique Cruz. Enrique Miguel, el padre, y Enrique Eduardo, el hijo -‘Panchi’ para todos-.

El padre trabajó en El Litoral entre 1947 y el último día de 2001. A ese trayecto lo recorrió, primero, como cadete; luego en la redacción, donde arrancó en Sociales, siguió en Información General donde hasta llegó a hacer reemplazos en Espectáculos, más adelante en Deportes y luego en Interior. Así, hasta convertirse en jefe de Publicidad y más tarde en jefe de Relaciones Institucionales. De aquel niño de 10 años, luego muchacho de 14 empeñado en trabajar, al momento actual sigue en pie una misma costumbre: leer el diario de punta a punta.

Panchi entró al diario en diciembre de 1979. “Yo quería que siguiera estudiando aunque sabía que iba a querer ser periodista”, dice el padre. Y cuenta: ‘Un día me fue a buscar al diario a la salida de la escuela y el jefe de Deportes, Armando Lombardi, le dijo quefuera los sábados y domingos, y que lo iban a mandar a algún partido. Y al poco tiempo empezó a ir todos los días’. Pero antes de empezar a trabajar ya frecuentaba el diario: para el Mundial de Fútbol del ‘74, con 12 años “vi todos los partidos de Argentina en la redacción, y ahí me ponía a escribir a máquina. No sé por qué, eso me quedó muy grabado para el futuro. En la secundaria hice el curso de mecanografía y me encantaba ir con mi papá a la radio, a LT9. En el ‘75 cumplí 13 años y fue muy especial. Unión y Colón tenían dos equipazos, iba a la cancha y ahí me empezó a gustar todo ese ambiente; en 5º año me llevé 3 materias, la última la rendí el 23 de diciembre y el 27 fue el primer día que trabajé en el diario, siempre en Deportes, ya todos los días. Pero cuando yo entré, mi papá ya estaba en Interior”.

En más de 50 años en la empresa se acumulan tantas anécdotas como experiencia: Cruz (padre) recuerda que en el ‘70, mientras estaba en Deportes, “vino Ricardo Porta, que era una figura nacional, y me buscó para que fuera su comentarista. Le dije que no podía hacer nada sin consultarlo con el diario, pero lo hablé con Riobó Caputto y me autorizó. Nunca hice algo en mi carrera que no fuera sin el conocimiento y la aceptación de la gente del diario”. Mucho antes había escrito su primera “nota importante” sobre la visita del embajador japonés Masao Tsuda a la ciudad. Y tiempo después llegarían los comentarios de los partidos de la Argentina en el Mundial del ‘78.

Hoy dice que aprendió mucho con la gente del diario, que fue como su facultad: Antonio Avaro, “gran persona y muy conocedor del oficio y de la redacción, Luis Gudiño Kramer, escritor y periodista, el único jefe de redacción que tuvo El Litoral; Juan José Saer, Hugo Mandón; Enrique Smiles, secretario general; Eduardo Barone, secretario de redacción; Jorge Reynoso Aldao; Luis Valdez... Gente macanuda y de mucho conocimiento, que no se proponía enseñarme pero, de tanto estar con ellos, aprendía”.

Panchi también rescata periodistas que fueron referentes: Armando Lombardi, jefe de Deportes cuando ingresó; Cacho Roteta, Rodolfo Raviolo, Montel de la Roche, que hacía turf y lo llevaba al Taller, cuando todavía se trabajaba con plomo, Romano (el padre de nuestro colega Marcelo)... “Cada cual a su manera y con su estilo, me enseñaron mucho. Y una de las primeras máquinas de escribir que usé, se la sacamos con Armando Lombardi al director del diario... ¡Casi nos mata!”, dice y asegura que “el diario y el apellido me abrieron muchas puertas y me las abren todavía, más allá de lo que personalmente empecé a construir” en una elección que, asegura, “no cambiaría por otra cosa”.

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Enrique Miguel y Enrique Eduardo Cruz trabajaron durante 20 años juntos en la redacción de El Litoral.

Comparten apellido y oficio, profesión o trabajo -como quieran denominarlo- o, ¿por qué no? esa suerte de vicio en que suele convertirse la necesidad de estar informados y descomponer todos los hechos a través del prisma de la propia opinión, formación y experiencia. El 7 de junio se conmemora el Día del Periodista y decidimos rescatar algunas historias compartidas. No son las únicas: a poco de iniciar la recorrida se sumaron muchos más nombres a una lista que resultaba imposible de abarcar y que -con el tiempo- muy probablemente será más extensa. Como -por ahora- el término periodista no tiene distinción de género, a los fines de esta nota les cabe a todos y todas: a los padres entrevistados y a las hijas e hijos que decidieron seguir los mismos pasos aunque, seguramente, para hacer un camino propio, más acorde a la época y las circunstancias.

Teoría y práctica

María José Cáffaro recuerda bien cuando acompañaba a su padre a la radio los sábados a la mañana o cuando era testigo de la adrenalina que acompañaba la cobertura periodística en una jornada de elecciones. Una vez decidida la carrera que iba a seguir, mientras cursaba el 5º año de la secundaria, pensó en Periodismo Deportivo, “por el fútbol nada más” y después se fue interesando por la política. “Decidí estudiar Comunicación Social y me abrió más el campo, me dio más opciones”. Ahora, a punto de recibirse en Paraná, incursiona en la comunicación institucional desde uno de los organismos de la Universidad Tecnológica Nacional (regional Santa Fe). “Es obvio que en la elección de mi carrera tuvo que ver el trabajo de mi papá”, dice. El invocado es Mario Cáffaro (El Litoral y LT10) quien se reconoce “acostumbrado al día a día que da la radio y el diario, y a esa condición de estar todo el tiempo encima de los hechos, que hace perder lo macro”. Y reflexiona: “A veces me meto en algún libro que ella está viendo y eso me permite parar la mano. Es que los que estamos en la información permanente perdemos la teoría”. Lo dice él, que a fines de los ‘70 partió de Clucellas a Buenos Aires a estudiar Periodismo; que también simpatizaba con el periodismo deportivo y luego se volcó hacia información general, y que terminó decantando por política y economía. “En esa época te decían: ‘Esto no es una profesión, hay que meterse en el medio y aprender allí’. Pero yo no quería estudiar otra cosa, y después me apoyé en un Profesorado de Historia para fortalecer mi tarea”.

La tecnología, que puede ser otra brecha, termina siendo otro punto de enlace generacional: “Soy un tipo antiguo que participa en una revolución tecnológica; eso lo tenés que aprender de los más jóvenes y si tenés en la familia alguien que sepa de eso, te da una mano importante”.

Como en todo grupo humano, hay posiciones de “discusión permanente”. “Por ejemplo -dice Mario-, hubiese querido que mi hija estudie otra cosa, pero uno lo dice una vez y punto”. Y se explica: “Uno conoce los desafíos, las ventajas y desventajas que tiene la profesión. Pero existen en todos los ámbitos, no solo en el periodismo. Pero ella ya está formada y tiene una visión más amplia desde la comunicación social”.

Convencida de que el campo de la comunicación institucional aún no está muy desarrollado en Santa Fe, María José recuerda que también exploró la comunicación comunitaria y lo hizo in situ, en los barrios, observando qué pasaba en el territorio mismo, donde concluyó en la importancia que tiene este campo de estudio que, además, es accesible a todos.

Y aunque pueden disentir en varios puntos, ambos coinciden sin dudarlo en que volverían a elegir la misma carrera.

Viejas y nuevas camadas

Enzo y Cecilia Volken también comparten apellido y profesión, además de la verborragia que da la experiencia de un intenso trabajo en la radio y la televisión. Esto hizo que, ante una pregunta, hablaran los dos, casi al mismo tiempo, aunque la galantería del padre permitía que su hija respondiera primero.

Enzo -oriundo de San Carlos- admitió que no tenía vocación por el periodismo -“en la vida, uno termina haciendo lo que le sale”, dijo-: pretendía estudiar Física Nuclear en el Instituto Balzeiro, de Bariloche, pero no estaba en condiciones económicas de hacerlo; luego empezó Abogacía “para saber sobre cultura general”, pero entonces le ofrecieron trabajar en LT10 y “me quedé, me gustó y lo disfruté”. Esto sucedió hace 54 años.

No obstante, aclaró que “el periodismo es lo que te toca. Empecé en la radio y terminé más volcado a la televisión. No hice diario porque no me quedó tiempo. Conducía un programa de preguntas y respuestas en LT10 que se llamaba ‘Coveiq Pregunta’. Durante 11 años se transmitía desde el Paraninfo de la Universidad y cuando llegó la televisión (hace 45 años) pasó a hacerse en los estudios de Canal 13 y ahí me quedé”. “Y ahí conoció a mi mamá, que era participante del programa, así que está todo ligado”, acotó Cecilia.

Esta licenciada en Comunicación Social y docente de la UNER reconoció que “trabajo en los lugares donde me crié y no sé si mi vocación salió de ahí. Crecí yendo con mi papá a la radio, al canal o viajando para hacer transmisiones. Además, durante toda la escuela secundaria, antes de ir a clases iba a la radio, adonde él trabajaba a la mañana. Me gusta la cuestión teórica y el trabajo de enseñanza, en el aula. Pero también tenía que trabajar en algo más, no se puede vivir sólo de esto, y fue algo medio natural ir a los medios, pero no fue algo que me había propuesto”.

Pero quizás la vida ya había marcado cuál sería el destino de Cecilia: “Nació mientras yo estaba transmitiendo un partido de Unión y Colón, un domingo Día del Padre y Día de la Bandera”, recordó Enzo con una sonrisa.

A diferencia de su hija, no estudió Comunicación o algo similar en sus comienzos sino que se considera “de la vieja camada de periodistas”. Y contó cómo surgió su vocación por la locución: “En San Carlos hacía teatro vocacional, que ayudó mucho. Cuando tenía 16 ó 17 años se hacían unos bailes muy grandes, a los que concurrían las grandes orquestas como la de Juan D‘Arienzo, Alfredo De Ángelis, Varela Varelita, Billy Caffaro. Llegué a estar con Feliciano Brunelli. Nadie llevaba locutor y empecé a trabajar en esto. De esta manera, te acostumbrás a trabajar frente a 10.000 personas, ya que se llenaban las canchas de básquet o de fútbol. Cuando vine a Santa Fe, ya estaba entrenado”.

Actualmente, los Volken comparten -entre otros trabajos- un programa de radio sobre tango. “La radio es lo que sale de la agenda periodística que tenés que seguir sí o sí; es lo que se hace por puro placer”, aclaró Cecilia, mientras que su padre acotó: “El tango es un poco el divertimento nuestro, por la noche, en la radio. Uno vive a mil y cuando vas a la radio, te escuchás 10 tangos, das algunas noticias y entrás en otra cosa”.

Por último, padre e hija coincidieron en que hay una parte de la profesión que no les agrada: “Molesta mucho la parte comercial porque uno termina siendo un comerciante. Pero si no hubiera entrado en esta parte no hubiera funcionado. Hoy parezco más un contador; somos los cuentapropistas. ‘Chilín’ Eusebio trabajó mucho conmigo; me ayudaba en la administración, incluso nos reuníamos en el diario”, reconoció Enzo.

Y su hija agregó: “Quizás esto pase en todas las profesiones, no sólo con la comunicación o el periodismo. Gran parte del trabajo no es de lo específico porque también tenés que manejar la parte administrativa, de papeleo y números, sobre todo cuando ejercés la profesión de manera independiente. Eso te absorbe la parte más placentera, rica y creativa del trabajo”.

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coinciden en algunos temas y debaten otros, pero ni mario ni su hija dudan de la elección que hicieron de sus carreras.

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Los Volken comparten -entre otros trabajos- un programa de radio sobre tango.

Un oficio inevitable

Rómulo Crespo y Salomé Crespo comparten apellido y profesión pero también el ámbito de trabajo en la redacción de El Litoral, y ambos reconocen que los temas del día terminan llevándose inevitablemente a casa.

Salomé cuenta que antes de Periodismo empezó a estudiar Abogacía, como una forma de esquivar lo que ya sabía que sería su elección. “No quería hacérselo difícil a él porque éste era su ámbito pero a la vez era inevitable porque es lo que me gusta hacer”. Y admite que “hoy en día es complicado pero a la vez muy necesario este vínculo, porque él tiene 30 años en esto y yo recién arranco. Si bien las experiencias son personales, necesito muchas veces su apoyo, o su opinión. El lado malo es el hecho de que nunca se termina y el lado bueno es poder compartirlo”.

Rómulo asegura que no hay un consejo que le ofrezca a su hija. “Uno, que tiene 30 años de experiencia en la gráfica puede decir para dónde ir o por dónde rumbear una nota o qué imagen elegir”. Él comenzó a foguearse en el periodismo en la radio, en LT9, y después se dio la posibilidad de trabajar en el diario, primero en la administración y más tarde en la redacción. “Durante un tiempo trabajé en ambos medios. La radio me encanta, es espectacular. Pero en aquel tiempo tener la camiseta puesta del medio en el que uno estaba era muy importante y preferí hacerlo en uno solo. Además fueron aumentando las responsabilidades con la jefatura de Interior, y me quedé con el diario”.

A esta altura, Salomé no duda de que, en su elección, pesó la imagen del padre: “Tenía la sensación de que él siempre sabía todo y admiraba eso”. Y el padre, que humildemente afirma que es un elogio exagerado, dice: “Lo hizo contra mi voluntad; hubiese preferido que desarrolle una profesión independiente que le permita buscar sola el camino, sin patrones. Pero la decisión última fue de ella”, quien para tomar una decisión también evaluó “el costado social que tiene esta profesión”, que hasta puede servir de nexo entre una persona que necesita una solución y quien puede brindársela”.

Puestos a aportar una opinión crítica del periodismo, Rómulo evalúa que “hoy la televisión marca la agenda aún de los medios gráficos y eso, en general, no me gusta. Creo que son medios distintos: el medio gráfico permite profundizar en temas en que la televisión no puede y, además, creo que la palabra escrita es inigualable; el testimonio queda y eso tiene un valor que no lo tienen los otros medios”.

Salomé es crítica de lo que se dio en llamar el “periodismo militante”, pero también del que llama el “periodismo omnisciente” que consiste en “creer que quien dijo una cosa se las sabe todas”, y recupera las palabras de un docente que alguna vez les advirtió: “Ustedes pasan por esta instancia de facultad para que, el día que terminen, sean concientes y responsables de lo que no saben”. En ese punto concluye en que “todos los días, aunque es complicado, es necesario seguir estudiando”.

Mientras afirma que “el periodismo tiene mucho de oficio” y por eso es que llama así a este trabajo, Rómulo retoma el concepto de “periodismo militante” y opina que éste existió siempre: “El decano de la prensa argentina, La Capital, no se llama así de casualidad sino porque formaba parte de un proyecto político que, cuando se discutía el tema de la capitalización, pretendía que lo fuera Rosario. Detrás de La Nación estaba Mitre; La Prensa sostenía el proyecto de Roca a veces, y otras era crítico. Hoy está mal visto pero, en realidad, militancia en el periodismo hubo siempre: desde José Hernández, Sarmiento y todos los paradigmas que tenemos como periodistas, siempre fueron militantes políticos”. ¿Fin de la discusión? No, seguro que sigue en casa.

Huellas imborrables

POR CINTIA ROLAND (*)

Referirme a la vocación por el periodismo me remite a pensar en muchos años atrás cuando acompañaba a mi papá a actos públicos, encuentros deportivos y sociales para ver lo que pasaba.

Con pequeños apuntes y fotografías que quedaban en mi memoria, ayudaba a aportar datos sobre lo que acontecía. Creo que para ambos el periodismo constituía -y constituye- una tarea cuya fortaleza se asienta primordialmente en la responsabilidad, el sentido común, la humildad y la pasión.

Desde nuestro lugar de trabajo tanto como corresponsales de El Litoral como integrantes de El Colono del Oeste-, los dos siempre tratamos de contribuir a mejorar la sociedad en la que vivimos, ayudando a difundir informaciones, socializar contenidos y entregar productos de calidad a quienes nos debíamos y debemos: los lectores.

Si bien considero que la profesión se relaciona con la preparación universitaria y la vocación se vincula más con el oficio, ambos desarrollamos el periodismo inspirado en el progreso y la actualización.

Tras sus más de 40 años en este trabajo, para mi papá el periodismo fue su gran pasión junto a su familia; lo vivió, lo disfrutó y lo compartió. Su experiencia fue más que positiva para emprender mi camino ya hace unos años.

El periodismo deja huellas en la sociedad, pero también en las personas.

Lo puedo ver en la sociedad en la que convivo, aunque pasen los años. El nombre de mi padre hoy sigue vivo en personas a las que recién conozco, en proyectos que acompañó, en instituciones y en cada barrio de la ciudad y la zona. Y empiezo a comprender la proyección de la profesión y el rol comunitario, que va más allá del tiempo y se instala en la memoria colectiva.

(*) Hija de Rubén “Coneja” Roland, desde Esperanza.

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Salomé Crespo no duda de que, en su elección de la profesión, pesó la imagen de su padre, Rómulo.

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Año ‘81. Rubén Roland en la máquina de escribir cubriendo un evento de tenis criollo. A su lado, Cintia y su hermano Silvio que hoy trabaja en El Colono del Oeste.

Trabajo compartido

Daniel Monticelli es periodista especializado en automovilismo desde hace más de 30 años y se desempeña en nuestro diario, la televisión (Cable & Diario) y la radio. Una de sus hijas, Valeria, es “casi comunicadora social”, como la definió su padre, ya que “le falta la tesis para recibirse”.

No obstante, trabajaron juntos durante varios años en la producción de micros y programas radiales y televisivos sobre automovilismo, actividad que -desde hace unos años- comenzó a realizar Melisa, otra hija de Daniel, que no tiene que ver con la profesión.

“Soy técnico en automotores pero siempre me gustaron los medios de comunicación. Mi mamá trabajaba cerca de LT10 y de chico me iba a curiosear los estudios. Estudié en Buenos Aires lo que en esa época se denominaba Experto en Periodismo”, contó.

Ingresó a esta profesión alrededor de 1980 y reconoció a Juan Carlos Fornés como “mi maestro, mi guía, mi profesor, en lo que hace al periodismo deportivo”. Según opinó, “trabajar con mis hijas es fantástico; me prestan un aporte muy valioso. Trato de no exponerlas en esta profesión, que es dura y difícil, ya que a la gente del ambiente no le gusta el que no sabe de este tema. Valeria me ayudó hasta 2005 y venía mamando esta profesión; y ahora estoy con Melisa”.

Con algo de culpa, reconoció que “dejé a mi familia por la profesión y estoy arrepentido. Lo charlo con mis hijas y me dicen que había que llevar el pan a casa. Trato de reparar esto con mi nieta Julieta y también con ellas”. Admitió que ser abuelo “fue una emoción muy fuerte, un sentimiento único e irrepetible. Creo que esto es así porque estuve lejos de mis hijas cuando eran chicas; por mi trabajo tenía que viajar muchísimo”.

Sin embargo, aseguró que “volvería a elegir esta profesión. Tengo como virtud la pasión que le pongo a todo lo que hago, pero como defecto, la desmedida pasión con que lo hago. Esto me genera una adrenalina que no se compara con nada, pero ‘es perjudicial para mi salud’”.

Valeria postergó su profesión para dedicarse a ser mamá de Julieta, quien hoy tiene 2 años y 3 meses, y se fue a vivir a Buenos Aires por el trabajo de su esposo. Según contó, “mi contacto con el periodismo y mi papá comenzó cuando tenía 14 años. Lo habían autorizado para cubrir la F1 en Argentina. Unas horas antes de la competencia me preguntó si lo podía acompañar porque no sabía hablar inglés y se le iba a hacer imposible poder traducir todo o incluso comunicarse. Así que fui. Cómo experiencia fue espectacular y tal vez ese primer temprano contacto con el periodismo determinó que luego estudiara Comunicación”.

Y continuó: “Cuando estudiaba, en Cable & Diario había surgido una suplencia para hacer un suplemento automovilístico con mi papá. Lo tomé como una pasantía y después me terminó gustando mucho. En 2000 largamos con Podios & Pilotos (programa de cable que ganó el ATVC en 2002) e hicimos Carburando edición Santa Fe, en la radio”.

Según explicó, “al principio fue difícil, porque teníamos muchas diferencias generacionales. No era el mismo concepto que yo traía de la facultad de lo audiovisual y lo radial y discutíamos bastante. Pero después congeniamos”, mientras que aseguró que “mi papá es para mí un referente del periodismo en lo que hace; sabe mucho, tiene mucha vocación; nació para eso”.

“A pesar de que ahora no trabajamos, me pide opinión sobre ciertas cuestiones o espera mi visto bueno. Cuido mucho sus intereses, su imagen. En medio de nuestro trabajo, mi papá sufrió un infarto y me tuve que ocupar de todo. Eso marcó mucho la relación que teníamos, a nivel personal y profesional”, acotó.

Melisa es otra de las hijas de Daniel y actualmente lo ayuda en la producción del programa Date una Vuelta, de radio Sol Sport. Sus estudios universitarios nada tienen que ver con la profesión (será podóloga) pero -aseguró- “trabajo con él por una cuestión familiar porque tengo una excelente relación con mi papá. En lo laboral, el automovilismo y el periodismo no me interesan y sólo hago la producción para ayudarlo”.

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Daniel Monticelli cuenta con la ayuda de sus hijas Valeria y Melisa, además del amor de Julieta, su nieta.