Editorial

Economía y elecciones

No hace mucho, el voto cuota que representaba la satisfacción por el consumo, ratificó un modelo que precipitó una de las crisis más profundas en la historia del país. Cuando el marketing de la política apela a valores económicos en tiempo de elecciones, es necesario levantar la mirada y reflexionar sobre los horizontes a los que apunta la gestión.

En el presente, los superávit fiscal y de la balanza comercial han sido reconocidos por propios y extraños como valores positivos. Observar su comportamiento es una de las maneras de prevenirse de las propuestas, cuando éstas se desbordan en los optimismos propios de la flema electoral.

En mayo, las sociedades liquidan Ganancias y la cosecha aporta dólares de la exportación. Eso y la inflación pueden mostrar una robusta recaudación, pletórica de nominalidad. Pero el gasto concebido con discrecionalidad estamentaria y geográfica, sin controles institucionales y sin un presupuesto previamente explicitado y legalmente avalado, amenaza ahora el saldo positivo de las cuentas públicas. Aún si el uso de reservas de libre disponibilidad se puede asumir como un financiamiento legítimo, queda en cambio la profunda contradicción que supone usar el dinero de un sistema previsional que no paga haberes justos y que posterga hacia adelante -bonos mediante- los juicios que el Estado pierde por la ineficacia de su gobierno para hacer justicia social.

Los millonarios subsidios a sectores concentrados de la economía, como las generadoras eléctricas y los transportes, demandan del erario mayores esfuerzos en tanto la inflación negada en el discurso genera mayores costos. Boletos y facturas baratos hoy, no podrán garantizar el servicio.

En cuanto al saldo comercial, las exportaciones crecerían este año al 18 % y las importaciones al 25 %. Con el tipo de cambio retrasado mientras los precios internos -y por ende los costos de producción- aumentan, la industria pierde competitividad. Como consecuencia, la dependencia de productos como la soja crece a la hora de contabilizar las divisas que financian al gobierno.

Si los ajustes no son una alternativa para un saldo positivo de las cuentas internas, tampoco las barreras unilaterales -de un secretario interno- pueden pulsear contra gigantes como China o Brasil. La soberanía no se ejerce en brabuconadas de aficionados.

Al país entran menos dólares por saldo de la balanza comercial, por la inversión externa directa y por la deuda que toman los privados nacionales fuera de nuestras fronteras. Pero además se “fugan” capitales, sea porque los billetes salen del territorio o porque los argentinos, desconfiados del clima electoral, los guardan bajo el colchón en lugar de invertirlos para satisfacer una demanda inflamada por la impresión de billetes.

Tiene el gobierno a su favor un buen nivel de reservas y de actividad. Pero gastar porque es tiempo de elecciones no es lo mismo que desarrollar la economía, y promover la inclusión no es lo mismo que negar la inflación; además la Argentina todavía debe pagar lo que debe al club de París. Las propuestas deben ser expresadas y debatidas con honestidad, no sólo por quienes hoy detentan el poder.