En busca del fuerte perdido

Un submarinista aficionado uruguayo ha encontrado, de forma fortuita, el que se considera primer asentamiento colonial en el Río de la Plata y probablemente uno de los primeros de Sudamérica: el fuerte San Salvador.

TEXTOS. RAÚL CORTÉZ. FOTOS. IVÁN SANTOS (EFE REPORTAJES).

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Uruguay asegura haber descubierto el fuerte San Salvador, considerado por los arqueólogos nacionales el primer asentamiento colonial en el Río de la Plata.

 

Que la intuición es trascendental en la arqueología no es ninguna novedad. Lo novedoso es que un submarinista aficionado se tope de forma fortuita con un sitio arqueológico que puede convertirse en uno de los principales atractivos patrimoniales de un país. Así ha sucedido este año en Uruguay con el fuerte San Salvador, considerado por sus descubridores el primer asentamiento colonial en el Río de la Plata y probablemente uno de los primeros de Sudamérica.

El sitio, ubicado en el actual departamento uruguayo de Soriano, a más de 250 kilómetros al noroeste de Montevideo, ha sido dividido por los arqueólogos en un área submarina, donde yace al parecer un buque del siglo XVI, y una terrestre, en la que ya han sido descubiertas cerámicas y restos funerarios de la colonia e incluso más antiguos.

Se cree que uno de los enterramientos pudo pertenecer a una de las etnias que habitaban el lugar antes de que el italiano Sebastián Gaboto, al servicio de la corona española, decidiera dejar allí la primera huella estable de la presencia española en el cono sur americano.

DE RÍO SOLÍS A RÍO DE LA PLATA

Aunque Américo Vespucio le disputa el privilegio de ser considerado el descubridor del actual Río de la Plata, que baña las aguas de Uruguay y Argentina, lo cierto es que el explorador Juan Díaz de Solís fue el que pagó un precio más alto por hacerlo.

Transcurría 1516, cuando Díaz de Solís tocaba tierra en el territorio donde se ubica actualmente la ciudad uruguaya de Punta del Este, el balneario más selecto de Sudamérica.

Desde aquel lugar, que en nada se asemejaba al conglomerado de modernos edificios y lujosas residencias que es ahora, volvió al mar con una carabela para dirigirse hacia el estuario del Río de la Plata y tocar tierra de nuevo en lo que hoy es el departamento de Colonia.

La cruzada terminó de forma trágica, pues Díaz de Solís y algunos de sus hombres resultaron asesinados por los indios que allí vivían. Existe la leyenda de que sus verdugos -charrúas o guaraníes- descuartizaron los cuerpos y se los comieron a la vista del resto de la tripulación, que había permanecido en la carabela.

El consuelo que le queda al malaventurado descubridor es que al Río de la Plata, que la expedición había bautizado inicialmente como Mar Dulce por la poca salinidad del agua, se le conoció después durante años como Río Solís en su honor.

EL ITALIANO INDÓMITO

Más suerte tuvo diez años después el italiano Sebastián Gaboto (Caboto o Cabot). Tras partir de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz, sur de España) como piloto mayor del Reino de Castilla, navegó hasta esa parte del Nuevo Mundo y se adentró por las caudalosos aguas del llamado río más ancho del mundo.

“Llega a Colonia, como los otros, pero luego decide remontar hacia el norte el Río de la Plata. Al llegar a la desembocadura del Río Uruguay decide hacer un fuerte” en la costa de uno de sus afluentes, el Río San Salvador, explicó a Efe Alejo Cordero, el arqueólogo uruguayo de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación que en los últimas semanas ha liderado el grupo de trabajo sobre el terreno.

Gaboto “toma contacto con dos supervivientes de Solís, que le comentan que siguiendo río arriba por el delta del Panamá está la prometida Tierra de la Plata (Potosí) y le muestran un hacha” del preciado metal. Llevado por la ambición material el aventurero italiano deja un grupo de hombres allí y parte con una embarcación en dirección a Asunción.

Por el camino funda el Fuerte de Sancti Spiritu, que se convierte en el primer asentamiento colonial fijo en Argentina. Ausente Gaboto, los que permanecen en San Salvador fijan un campamento que resistirá dos años (1527-1529).

Al principio el grupo “no padeció hostilidad de los indios, sabiéndose, al contrario, que en más de una ocasión los charrúas proveyeron de víveres a los españoles y hasta los acompañaron en viajes en canoa para ir en busca de alimentos”, relata el experto Washington Lockhart en el número 15 de la Revista Histórica de Soriano, del año 1970, a la que tuvo acceso EFE.

La publicación pone en duda, sin embargo, que allí existiera un fuerte, “a lo sumo en la costa algunas modestas chozas de terrón y paja”, algo que el arqueólogo Aparicio Arcaus, que trabaja con Cordero, matiza enseguida.

“El hecho de llamarse fuerte no implicaba grandes construcciones”, eran precarias, de adobe, de terrón, con techos de paja y cercados por una empalizada o una muralla de elementos orgánicos.

PUNTO ESTRATÉGICO PERO EFÍMERO

Como pudo constatar EFE en el lugar, la ubicación del sitio en un terreno ligeramente elevado, de seis metros de cota frente a los dos de los predios colindantes, permite divisar el paso de embarcaciones por el Río Uruguay, a unos 3 kilómetros de distancia.

Esa posición aventajada daba a la expedición de Gaboto “el control de las vías de entrada al continente” y convierte al lugar en un enclave militar estratégico, sostiene Arcaus.

Independientemente de la importancia del asentamiento, lo interesante es la relación que los colonizadores establecieron con la nueva tierra. Luis Ramírez, uno de los expedicionarios, cuenta en una carta reproducida en la Revista Histórica de Soriano que el terreno es “de mucho fruto” y da cosechas de trigo “dos veces al año”.

Cordero añade que esa es la demostración de que allí se plantó por primera vez ese cereal.

Pero aquellos contactos no tuvieron tampoco un final feliz, puesto que los indígenas acabaron expulsando a sus visitantes y Gaboto, con las manos vacías a su regreso de Paraguay, volvió a España con sus hombres en 1529.

Allí fue juzgado por abandonar la expedición y deportado a África. Después de un año fue perdonado por el rey Carlos I y volvió a Sevilla, desde donde regresó a Inglaterra, el lugar en el que había iniciado su carrera de navegante, para terminar a las órdenes de la realeza británica.

UN CHAPUZÓN AFORTUNADO

José Luis Gómez, que trabaja en la Intendencia de Soriano, es el responsable involuntario de haber concitado para Soriano la atención de la prensa nacional e internacional.

Submarinista aficionado, se puso a buscar en la zona un cuchillo que se le había caído al agua y topó con un tesoro arqueológico.

“Son aguas en las que no se ve nada, no hay visibilidad, bajamos ocho metros y encontramos una cadena y un malacate de un barco nuevo; seguimos buceando y a los dos o tres días encontramos un lastre de piedra con unas ánforas encima de él”, explicó a EFE.

Advertidos del hallazgo, los arqueólogos de Cordero descubrieron después bajo las aguas munición de cañón, clavos y varias cerámicas de la estiba de un barco que podría tener cinco siglos. El principal obstáculo para los expertos ha sido la turbiedad de las aguas del río, que obligan a trabajar a tientas y usar referencias en la superficie, como boyas.

Aunque el oscuro líquido ha evidenciado también tener sus ventajas, pues favorece la conservación de los barcos sumergidos. “El río San Salvador es bajo en la cantidad de cloro, como toda agua dulce, pero este particularmente está por debajo de las 50 partes por millón y eso hace que los elementos metálicos se conserven mejor que cualquier otros medios, ya sea acuáticos o en superficie”, argumenta Cordero.

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La exploración arqueológica comenzó porque unos submarinistas aficionados hallaron por casualidad, bajo el agua, restos de un buque del siglo XVI.

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Los especialistas creen que esa zona del actual departamento uruguayo de Soriano fue una de las primeras en que se plantó trigo por primera vez en el Nuevo Mundo.

El carbono 14, la última palabra

En el área terrestre han sido localizados hasta el momento dos enterramientos, uno prehispánico y otro todavía indefinido, pero existen otros dos y los expertos están convencidos de que podría haber “hasta una decena”, indicó Arcaus.

Uno de los enterramientos es primario, es decir, se mantiene como lo sepultaron originalmente, y podría corresponder a grupos indígenas que poblaron aquel lugar antes de la llegada de los españoles porque contiene ajuares funerarios, como cerámica y una boleadora (arma arrojadiza para capturar al ganado).

Según Cordero, la zona “es un sitio de ocupación recurrente” desde al menos el año 1.000 de nuestra era. El otro enterramiento es de tipo secundario, pues el cráneo está en el centro y los huesos al costado.

“El individuo, una vez que murió, fue puesto de una forma y sus restos removidos y enterrados de nuevo de otra”, explicó Arcaus, que no descarta que los huesos sean de un colono.

Existen versiones de que un capitán de Francisco de Pizarro, el conquistador de Perú, acabó sus días en San Salvador tras cruzar el continente, remarcó Cordero, quien admite no tener pruebas para corroborar la coincidencia.

Tampoco se puede asegurar que los restos sean posteriores a la llegada de Gaboto, aunque la prueba del carbono 14 aclarará las dudas. Por ahora los bloques de tierra y huesos en los que se encuentran los restos han sido trasladados al museo de Dolores (capital de Soriano) para realizar una “microexcavación” que ayude a desentrañar el misterio.

Lo que es cierto es que Cordero y su equipo podrían haber dado con “un lugar que se toma cinco años antes de la primera fundación de Buenos Aires y siete años antes de la fundación de Asunción”. “Probablemente dentro de América del Sur es uno de los asentamientos concretos, materializados, físicos, más antiguos que existen”, sentencia el investigador.

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