El Bicentenario, una comunidad de naciones

El ensayista y profesor Mario Casalla analiza el devenir del continente desde una perspectiva histórico-literaria que se manifiesta dentro de la tradición conocida como “pensamiento nacional“.

TEXTO. PABLO E. CHACÓN (Télam). FOTO. EL LITORAL.

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El flamante libro de Mario Casalla, “América Latina en perspectiva. Dramas del pasado, huellas del presente” -publicado por la casa Ciccus- es una lectura culturalmente situada de los dramas del pasado, muchos de los cuales se mantienen como huellas de un presente que empieza a “curar” sus males, gracias a políticas que contrarían una historia de sumisión o sometimiento que estas páginas estudia y complejiza.

Casalla es Doctor en Filosofía, profesor e investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA); en la Facultad de Filosofía de la Universidad del Salvador y presidente de la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales. Escribió, entre otros libros, “Razón y liberación“, “Crisis de Europa y reconstrucción del hombre. Un estudio sobre Martin Heidegger”, “Tecnología y pobreza” y “América en el pensamiento de Hegel”.

El investigador cree que “acaso no sea por mera casualidad que la tercera edición de este libro aparezca ahora -en esta segunda década del siglo XXI- en que la mayoría de las naciones de origen iberoamericano recuerdan los bicentenarios de sus procesos independentistas”.

Y agrega que “estos Bicentenarios nos toman a ambos -españoles y latinoamericanos- en eso: a suerte y verdad. Necesitando volver a olfatear la historia para no repetirla y mirando hacia delante para no tropezar”.

“Acaso eso -y no otra cosa- sea tener un proyecto, un lugar adonde ir, una casa diferente donde reposar. Además de planes de gobierno, presupuestos, computadoras, gobiernos honestos e inteligentes y actos oficiales“, dice Casalla.

Precisamente, la oportunidad de reeditar este libro, corregido y aumentado, sea la de contar esa historia de encuentros y separaciones: “el que va desde fines del siglo XV hasta comienzos del XX en que (los países latinoamericanos) organizan sus flamantes estados nacionales”.

Si los colonizadores europeos conocían (y explotaban hombres y riquezas) de Asia y África desde hacía tiempo, quedaba América, esa especie de quimera conjetural que se suponía estaba en algún punto entre el fin del mundo y las Columnas de Hércules (el actual estrecho de Gibraltar).

NORTE Y SUR

“América Latina...” se deja leer también como una novela política de aventuras. El pulso de narrador no le tiembla al también historiador que combina, a un tiempo, los mundos macro y micro, la historia grande y la historia menuda de esa conquista, los trabajos y los días de los futuros sojuzgadores y de sus eventuales vasallos, sus costumbres; incluso la colisión cultural que muchas veces termina de la peor manera.

Españoles, portugueses, ingleses, holandeses, franceses: ellos son los que llegan a las costas del continente, algunos al norte, otros al centro, otros al sur. En todas las regiones hay pueblos originarios. A todos se los intentará explotar, probar la “inferioridad teológica” de sus cosmovisiones, masacrar y robar, además de evangelizar: protestantes en el norte, inquisidores en el sur.

Sin embargo, recuerda Casalla, el “trabajo sucio”, excepto en el norte, lo hacen los latinos. Cuando los ingleses se introducen en los negocios que se hacen en el sur, el poder de los lugareños está vaciado o debilitado por la connivencia con los conquistadores o sus hijos, todos vendidos al oro del imperio, que no tiene patria.

Escribe el ensayista: “Nadie como el argentino Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1969) para poner al descubierto la trama de los intereses ingleses en la historia argentina y latinoamericana, y la forma como éstos influyeron en la conformación de nuestras jóvenes (y dependientes) nacionalidades”.

“Tal cual hiciera su contemporáneo boliviano Sergio Almaraz respecto de la explotación minera en el altiplano, Scalabrini Ortiz supo ver -detrás del desarrollo de las ubérrimas pampas argentinas- la mano oculta de la diplomacia y el comercio inglés“, sostiene.

Si los aborígenes, para los españoles, carecían de alma, la filosofía europea, su carácter expansionista, está tramada en el caso de Edmund Husserl, que continúa la tradición colonialista que había inaugurado la Iglesia de Pedro unos cuantos siglos antes.

“Es que para el padre de la fenomenología, Europa no representaba una cultura más sino ese télos, ideal e infinito, en el que toda cultura aspiraba a reflejarse. Por lo tanto, europeizarse no implicaba para él motivo alguno de aculturación sino el abandono de la barbarie y el ingreso en la “auténtica cultura“, explica Casalla.

Algo similar era lo que pensaba Hegel: “Las relaciones entre el norte y el sur de América serán de un ‘extraordinario contraste’ y ello se expresa en las dos direcciones divergentes en la política y en la religión”. Así las cosas, el filósofo alemán “se detendrá en lo que podríamos denominar las causas básicas del “progreso” norteamericano y del “atraso” sudamericano. Lo primero se apoya en cuatro pilares: “el crecimiento de la industria y la población; la existencia de un orden civil; una atmósfera de libertad; y la federación de un solo Estado y un único centro político“.

En cambio, al dirigir la mirada hacia el sur descubre que la precaria estabilidad está basada en “el poder militar” y que su “historia es una continua revolución y que las uniones y desuniones políticas entre los Estados (que también atribuye a revoluciones militares) son cosa de todos los días“.

“Todo ello -concluye Casalla- produce un Norte constante y progresista y un Sur dislocado e infradesarrollado, a partir de lo cual es clara la opción de su sistema por el primero“. Esos prejuicios intelectuales y políticos se combinarán con una estructura de clases dominantes que -educadas en el norte o simples imitadoras- se apropiaran de los excedentes para componer sociedades donde las diferencias educativas y la discrecionalidad de los ingresos será brutal.

Ese es el punto al que este libro llega. Y desde donde finaliza con una reflexión optimista respecto del nuevo escenario latinoamericano, donde la autonomía política tiene una traducción más educativa que intelectual (los europeos contemporáneos sospechan que las reservas culturales latinoamericanas pueden renovar su búsqueda y alimentar su curiosidad, como en otra época pasó con el Lejano Oriente).

Pero la clave es la organización económica, articuladas sus ventajas comparativas después de años de servidumbre a los protocolos impuestos por los organismos de crédito internacionales, educada manera de nombrar la plusvalía que se extrajo endeudando a países que al llegar el bicentenario descubrieron que la unidad en la diversidad era la mejor forma de ubicarse en un mundo donde la renta estaba distribuida, todavía, según las convenciones foráneas.

Casalla lo dice con claridad: “en la construcción de una auténtica comunidad de naciones (que de esto y no sólo de globalizar se trata), es necesario ir por partes- y de abajo hacia arriba“. Ese proceso viven ahora muchas naciones latinoamericanas.