Editorial

De la elección en Neuquén

Las elecciones celebradas en la provincia de Neuquén el pasado domingo, ¿deben ser calificadas como un triunfo del kirchnerismo? Como se sabe, el ganador de estos comicios fue el dirigente Jorge Sapag quien en una de sus primeras declaraciones después del triunfo manifestó sus simpatías y voluntad de colaboración con el gobierno de Cristina Kirchner, motivo por el cual, la pregunta merece una respuesta afirmativa .

Asimismo, su rival, el radical Martín Farizano, también se reivindicaba kirchnerista y los principales dirigentes de la coalición que él lideraba competían entre si para expresar sus adhesiones al gobierno nacional. Sin ir más lejos, su compañera de fórmula era Nancy Parrili, hermana del secretario general de la presidencia de la Nación.

De modo que desde el punto de vista de la política nacional el triunfo debería ser adjudicado a los Kirchner. Sin embargo, si se presta más atención a los detalles, aparecen matices importantes para el análisis, sobre todo en un país donde el federalismo es letra muerta y, como en los tiempos de Juan Manuel de Rosas, a los gobernadores no les queda otra alternativa que adherir al poder nacional para asegurar la gobernabilidad interna.

Como se sabe, el Movimiento Popular Neuquino (MPN) gobierna la provincia de Neuquén desde 1963. Los Sapag son la familia que se sucede en el poder desde hace décadas y sus liderazgos han convivido en armonía con gobiernos peronistas y radicales, e incluso, militares. Por lo tanto, desde esta perspectiva Jorge Sapag no debe su triunfo al respaldo de Cristina sino a a una dinástica estructura de poder.

Pragmáticos, descarnados, localistas, los Sapag son una de las contadas estirpes que aún sobreviven en escenarios políticos y sociales tradicionales. Años de ejercicio sostenido del poder les han enseñado el arte de negociar con el poder nacional, apoyarlo cuando es fuerte y retirarse cuando se debilita. Sus adhesiones y rechazos nunca han sido ideológicos, sino instrumentales. Esa verdad la aprendió tarde Raúl Alfonsín cuando vio como se le escapaba de las manos su ansiado proyecto de reforma sindical por no haber “arreglado” a tiempo con esta poderosa familia.

Lo que sucede en Neuquén, de alguna manera se reproduce en otras provincias, sobre todo en aquellas en las que los recursos de la coparticipación son decisivos para asegurar la gobernabilidad. Capítulo aparte, pero en la misma clave, merece la relación del gobierno nacional con los denominados “radicales K” de Río Negro, Santiago del Estero y Corrientes.

En definitiva, a las elecciones neuquinas las ganó el tradicional partido provincial que, por razones de conveniencia, hoy apoya al gobierno nacional. Y que por las mismas razones se alejará cuando éste se debilite. Con respecto a la coalición liderada por Martín Farizano, es probable que el apoyo a los Kirchner haya sido más sincero, pero también su derrota fue más evidente.