Un espacio para la palabra

En junio coinciden dos celebraciones que, a la vez, resultan muy cercanas entre si: el Día del Periodista y el Día del Escritor. Ambas resultan oportunas para recorrer la historia de aquellos salones en que las mujeres eran protagonistas y comenzaban a hacer oir su voz.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA.

Un espacio para la palabra
 

los salones eran los únicos espacion en que las mujeres podían expresarse y ser escuchadas.

Alguien dijo alguna vez que el periodismo era la antesala del escritor que soñaba con editar un libro. Mirando hacia atrás, pensamos que tal vez esa haya sido la intención de aquellas valientes mujeres que osaron romper la prohibición de siglos haciendo oír su voz. No podemos evitar la admiración ante su coraje al enfrentar a toda una sociedad que las señalaba y vilipendiaba al considerarlas grandes pecadoras por el solo hecho de hacer pública su manera de pensar o sentir, o -en el peor de los casos- disentir con el orden pacato, constreñido e injusto que hecho, redactado y ejecutado por el bando masculino, imponía las reglas.

El feminismo tuvo una gran influencia en el despertar hacia un verdadero cambio que no tenía regreso. Pero el movimiento viene de muy atrás en el tiempo, cuando las féminas, haciendo uso en primer lugar de su belleza y encanto, añadido a la sutileza y picardía propia de su condición, utilizaban sus salones para reunir a los conspicuos representantes del sexo opuesto, promoviendo las nuevas ideas que en cada época fueron hacedoras de cambios profundos en los monolíticos grupos de poder.

LOS SALONES

De todos los lugares de tertulia, los más conocidos fueron los salones que en verdad eran convocados y dirigidos por mujeres, considerándose a la marquesa de Rambouillet como una de sus iniciadoras en el S. XVI. En ese ámbito, hombres y mujeres comentaban las novedades científicas y literarias, y -por supuesto- la política era el centro de las discusiones. Era el único ámbito que ellas tenían para expresarse y ser escuchadas.

Por supuesto nuestro espejo fue siempre la vieja Europa, donde descollaban nombres como Madame de Genlis (1746-1830) quien, dueña de un carácter jovial e independiente, recién casada, da a conocer “Reflexiones de una madre de veinte años”, con lo que consiguió que las puertas de la sociedad parisina se cerrasen para ella. Pero finalmente su juventud y simpatía se impusieron en los salones logrando que hasta el mismo Rousseau la escuche. Su protagonismo llega a tal punto de crear un curso de física y química aplicadas a las artes, y componer pequeñas comedias que son representadas por niños. La Revolución y su movimiento la llevan lejos de Francia. En el exilio y la pobreza escribe novelas para sobrevivir. En 1796 publica “Explicación de mi conducta después de la Revolución”. Sola, aislada, olvidada, encuentra consuelo en los salones de dos mujeres de la sociedad berlinesa que la acogen en sus tertulias. Compone proverbios y parece aliviar su soledad. A mediados de 1800 puede regresar a su añorado París. Cuando llega Napoleón, reabre su salón haciendo íntima amistad con Talleyrand. En 1825 aparecen los dos primeros volúmenes de sus “Memorias”, pero ya su vida se terminaba. Fallece en 1830, dejando una obra considerable en novelas, teatro, historia, educación, teología. En algunas de sus obras asoma un naciente feminismo. Muchos de los protagonistas de sus obras eran personajes conocidos, lo que provocó no pocas inquietudes al ser publicadas.

PARÍS, SIEMPRE PARÍS

En realidad París fue la cuna y centro de la actuación de estas inquietas y bravas mujeres. Madame de Lafayette (1634-1693) era otra de las figuras célebres. Los salones literarios fueron el marco ideal para el protagonismo de este tipo de personajes. En el caso de Marie Madeleine Pioche de la Vergne, condesa de Lafayette, sirvió para que en él reuniese a miembros de la alta sociedad, científicos, pensadores, políticos y literatos a la vez que le permitió dar a conocer sus propias obras. En 1662 escribió su primera novela, “La princesa de Montpensier”, bajo el seudónimo de Sagrais, que vuelve a usar en otro de sus trabajos, de mediocre contenido, “Zaida”, hasta que finalmente aparece su obra más conocida “La princesa de Cleves”, que fue leída por primera vez precisamente en el entorno de su famoso salón.

Fueron estos encuentros lo que llevaron a que la aristocracia estrechase lazos con la alta burguesía que pujaba por un mayor protagonismo y fueron estas brillantes mujeres las que se las ingeniaron para crear el ambiente necesario donde expresar sus ideas e inquietudes.

El ambiente pre-revolucionario de París en los años anteriores a 1789, fue el escenario propicio para la proliferación de estas tertulias donde se discutía el destino de una sociedad que vislumbraba ya profundos cambios. Las mujeres no se resignaban con un mero papel contemplativo. Usaron su belleza e ingenio para estar también allí, abriendo las puertas de sus hogares donde ellas, aunque sea por unas horas, eran las que propiciaban los encuentros, el giro de las ideas y por supuesto la frivolidad de la moda, consiguiendo un protagonismo importante dentro del agitado siglo del Iluminismo y la Razón.

A pesar de ser las mujeres las organizadoras de estos encuentros, era obvio que su objeto era reunir a los nombres más destacados del momento y aunque más no sea por pocas horas, mostrar ante ellos su coquetería y mantener una conversación de igual a igual.

Desde Francia la moda se extendió a otros países, tomando diferentes características de acuerdo a los distintos grupos sociales. Pero siempre fue el ámbito propicio para el desarrollo e intercambio de ideas y el fermento de inquietudes que luego se plasmarían en movimientos sociales al ser volcados a las calles.

UN CAMINO ABIERTO

A finales del S.XIX y comienzos del XX, estas tertulias seguían manteniéndose, aunque las ideas iban evolucionando. Sin embargo la mujer continuó luchando por conquistar un protagonismo que le era retaceado. El hogar constituía el refugio que ella, con inteligencia, utilizaba para hacer amistades y ampliar la visión de un mundo que intuía pero desconocía.

Por supuesto, como siempre es París el lugar más apropiado para los grandes encuentros. La Tercera República y publicaciones como Le Figaro, hablaban de ese ambiente con destacadas figuras y protagonismos importantes. Allí, nobleza y burguesía compartían la amena plática donde hasta las destacadas figuras del panorama artístico hablaban de sus últimas creaciones. Allí, las mujeres lucían como verdaderas anfitrionas. Se respiraba ya un atisbo de emancipación no solamente en la rica seda de los vestidos o en el brillo de las joyas, sino en la libertad de pensamiento que bullía en las alocadas cabecitas que avizoraban una emancipación que costaría, pero no tardaría en llegar.

Colette, en uno de sus escritos, menciona “la libertad supervisada” que se respiraba en esas tertulias donde se podía escuchar música, leer o discutir cualquier tema sin distinción de sexo.

Uno de los grupos más avanzados era el que se reunía en la casa de la princesa Edmond de Polignac, donde se disfrutaba de las creaciones de Maurice Rave, de Falla o Fauré.

Otro excepcional fue el realizado en el atelier de Madeleine Lemaine, audaz pintora que, junto a otras inquietas creadoras como Rosa Bonheur, Louise Brelau o Berthe Morisot, luchaban por obtener el mismo reconocimiento de sus pares masculinos.

Eso fue en Europa. En América, nuestras mujeres también crearon ámbitos adecuados para ilustrarse y a la vez hacer conocer sus escritos y ser escuchadas. De eso hablaremos en otra oportunidad.

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retrato de madame de Staël.

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madame de maintenon.

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las mujeres lograron un cambio cultural profundo.

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LAS OBRAS CONSULTADAS

- “La historia y sus protagonistas”, Ediciones Dolmen S.L, 2001

- “Las mujeres de la Revolución Francesa”, Linda Kelly, Javier Vergara Editor, 1989.