En Familia

Paternidad en riesgo

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Los festejos deportivos suelen ser motivo de desaprensión por parte de los padres, y es frecuente ver niños y adolescentes en situaciones riesgosas, ante la indiferencia de sus propios progenitores. Foto: Archivo El Litoral

Rubén Panotto (*)

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Toda vez que presenciamos conductas y comportamientos riesgosos en niños y adolescentes, la reacción inmediata es preguntar: ¿y los padres dónde están?, ¿quién los atiende? A veces detectamos la presencia de adultos a la deriva, que aparentan estar alertas y vigilantes a los movimientos y actitudes de sus hijos, no obstante en realidad su interés está más centrado en un celular, conectados con el universo, pero lejos de la inmediatez de observar, recomendar y corregir la secuencia de actos peligrosos contra la integridad física, psíquica y moral del niño.

En oportunidades, advertimos que los padres pretenden que sus hijos se comporten con determinada corrección en encuentros sociales fuera de sus casas, amenazándolos frecuentemente con sanciones o penas que nunca se llevan a cabo, siendo que a veces quienes más fallan son los mismos progenitores. Personalmente observé con estupor que en un festejo deportivo por las calles santafesinas, no pocos chicos con edades desde los tres o cuatro años transitaban sentados en las ventanillas de los coches, enredados en banderas y pancartas, mientras que el conductor se las arreglaba para tomar el volante con una sola mano y hacer flamear, con la otra, una bandera de su club favorito. En la noche de la misma celebración, grupos de adolescentes, visiblemente alcoholizados, se movilizaban en motos, cuatriciclos y automóviles, en estado de total indefensión frente a la responsabilidad que les cabe a padres y adultos.

En esas escenas y en otras más, pareciera que lo que menos importa es la conducta de los chicos. Pero tales comportamientos muestran algo mucho más inquietante: hablan del disloque de las relaciones filiales y parentales, en particular de los padres, pero también de una abdicación masiva de los adultos en general. De esta manera, estamos trayendo al mundo hijos que crecen desde el punto de vista físico, pero que no evolucionan y maduran debidamente en los aspectos psíquicos, emocionales y espirituales.

Patria potestad

¿Qué es la patria potestad, para qué sirve?, ¿existe en la actualidad? Antiguamente se trataba de un derecho del padre con autoridad sin límites, para decidir libremente por la vida de sus hijos. Este concepto aberrante y despreciable se fue modificando, hasta llegar a lo que hoy en nuestro país es un conjunto de deberes y derechos que corresponden ya no sólo al padre varón sino también a la madre, ejercidos en igualdad de condiciones sobre las personas y bienes de sus hijos, para su protección y formación integral, para cuidarlos y gobernarlos desde la concepción y mientras sean menores de edad, hasta su emancipación a partir de los dieciocho años. En los casos de divorcio y separación, esa potestad le corresponderá al padre o madre que legalmente ejerza la tenencia. No obstante, y sin entrar en los vericuetos legales, es indiscutible que el derecho y la responsabilidad del cuidado y educación de los hijos menores es de los padres.

Crianza tercerizada

La globalización de los ‘90 involucró a todas las instituciones incluyendo a la educación y la familia. Los padres y docentes, impulsados a emerger con sus oficios y profesiones full time, se vieron necesitados a delegar la crianza de sus hijos en instituciones y personas idóneas, pero lejos de su mirada y dedicación personalizada. Esa ausencia de la paternidad priva a los hijos de vivir la secuencia de experiencias compartidas, que conducen a un crecimiento armónico hacia la madurez. La crianza tercerizada prolongada desorienta y desordena la mente y emociones de los hijos, y los priva de construir una vida con propósito, con desafíos, con sueños compartidos, una vida con sentido. La ausencia del padre en ese momento de conflicto, de decepción o de logro, en el tiempo de descubrimientos de virtudes y capacidades propias, va debilitando los esfuerzos, va clausurando sueños, porque hablamos de seres humanos en formación, de vidas traídas a la vida para desarrollar sus mejores potencialidades. Estamos hablando de seres más frágiles que necesitan la guía, el acompañamiento, la referencia y los límites que los padres proponemos, pero para ello hace falta nuestra presencia, asumiendo la responsabilidad y el desafío de serlo, ejerciendo nuestro rol con amorosa valentía.

El escritor Sergio Sinay dice en uno de sus libros, que “la crianza y educación de los hijos no se puede delegar ni dejarla a cargo de un piloto automático, ni de la suerte, la voluntad, los gustos y las experiencias de otros”.

Es triste que muchos matrimonios, por evitar la experiencia aludida, se nieguen a tener hijos, que luego reemplazarán por alguna mascota a la que dedicarán los afectos y atenciones que en realidad no necesita ni pretende. Sin duda que la paternidad es un regalo digno y honroso que recibimos a través de nuestros hijos y que está en peligro de extinción. Sin embargo, estamos a tiempo de restaurarla si repensamos estrategias, replanteamos objetivos y prioridades, para ser sinergizados por el maravilloso designio de formar personas de bien. El desafío para las nuevas generaciones será superar, con valores éticos y morales, los estándares que la sociedad impone, a través del consumismo y materialismo exacerbado.

En una oportunidad, Jesús les preguntó a sus seguidores: “¿Quién de ustedes si su hijo le pide pan le da una piedra?, ¿o si le pide un pescado le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan! Así que en todo traten a los demás tal y como quieren que ellos les traten a ustedes...”.

Padres y adultos: hagamos el esfuerzo de acompañar a las nuevas generaciones para salvarlas de la apatía y el sinsentido que está extinguiendo los valores y extraordinarios propósitos de la raza humana.

(*) Orientador Familiar