Son anónimos, pero fundamentales....
Sin ellos, no hay historia
El imponente espectáculo vivido anoche en el estadio de Colón fue presenciado por numerosas caras conocidas; pero hubo miles que no lo son, aunque sin embargo resultan ejemplos de amor por la camiseta.
Alberto Sánchez
Grandes y chicos, mujeres y varones, padres e hijos, tíos y sobrinos, abuelos y nietos, hermanos, primos, novios, matrimonios, amigos, o simplemente conocidos, por concurrir al mismo lugar cada vez que un partido los convoca, algunos ni siquiera eso, quizás anoche se hayan visto las caras por primera vez.
El remozado Cementerio de los Elefantes se presentó en sociedad. Y lo hizo con una gran fiesta que, mágica e increíblemente, culminó sin que las más de 25.000 almas sabaleras se dieran cuenta. Hecho tal vez provocado por el formato escénico del espectáculo, el cual envolvió de tal manera a los espectadores, que terminaron siendo activos partícipes del mismo, y la sensación generalizada fue la de querer continuar con la fiesta, ya que a la gente le costó despoblar las tribunas.
Además, el Brigadier López realmente luce espectacular. Parece mentira que en este mismo estadio, hace poco más de ocho años, el agua haya tapado los arcos. Y hoy es uno de las más bonitos de Sudamérica, y sin dudas, el más moderno en cuanto a tecnología y servicios. Hay tantas cosas por observar, por conocer, por admirar, que a los espectadores se les hizo difícil alejarse.
Y mientras lo hacían (muy lentamente por cierto), las voces de los hinchas se escuchaban: “¡Qué impresionante esta cancha!” “¡No se puede creer!”, gritaban mientras se abrazaban desafiando al frío dos pibes de no más de 13 años.
“¡Pensar que yo venía cuando casi todas las tribunas eran de madera!”, le contó Claudio a El Litoral. Y el hincha, de unos 60 años, le agregó a su comentario algunas vivencias de la época: “Vivía acá cerca, a dos cuadras (señalando hacia el este), pero teníamos la costumbre de juntarnos con unos amigos a comer un asadito (lo que ahora se le llama ‘la previa’) y llegábamos sobre la hora del partido. Veníamos siempre a la tribuna de la J.J. Paso, pero muchas veces estaba hasta el pasillo lleno. Entonces subíamos por atrás, trepándonos por los caños que sostenían los tablones. Había que tener buen estado físico y zapatillas, porque si no era imposible”.
Eva, otra simpatizante colonista, no tuvo problemas en decir su edad (57 años), quizás porque al contar su historia, si mentía se “deschavaría”: “Mi mamá me puso Eva por Evita, a quien conoció cuando vino al club Colón a dar el puntapié inicial en la inauguración de la cancha en 1947, en un clásico contra Unión. Según me contó, porque yo todavía no había nacido, estaba ubicada al costado de la línea, en unas improvisadas plateas bajas”.
Muy emocionada, Eva señaló: “Mirá cómo son las cosas, ahora estoy yo en esta reinauguración; pero traje a mis nietos, que son fanáticos de Colón, como su padre, que no pudo venir porque está trabajando. No hay nada que hacer, estos colores son muy fuertes para toda la familia, por eso no puedo dejar de venir a la cancha”.
Camiseta, bandera y gorro, por supuesto, el rojo y negro en todo el vestuario. ¿Su nombre?, Sebastián, que con 31 años también relató su “nacimiento” con la sangre y luto: “Te imaginás, nací en el ‘90, tenía sólo tres años cuando Colón perdió contra Banfield en Córdoba. Mi papá estuvo en ese partido y aunque parezca increíble, me acuerdo de la tristeza que tenía cuando llegó a casa. Pero igual, yo ya era de Colón, y en el ‘95 tuvimos la revancha. Mi papá había ido a Tucumán y en el partido de vuelta me trajo a mí a la cancha. De eso no me olvido más, lo mismo que de algunos partidos de las copas. Ahora vengo con mi hijo, y cuando puede (tiene algunos problemas de salud) lo traigo a mi viejo. Somos todos socios y vamos a la platea este”.
Ella tiene 19 años y se llama Lorena; él 22, su nombre es Leandro. Bajaron lentamente los peldaños de la escalera de la flamante tribuna “Norte Alta”, la que fue estrenada anoche. Cuando ya estaban transitando el playón hacia la avenida J.J. Paso, se detuvieron a contar la historia que los une: “Somos novios desde hace tres años. Nos conocimos acá, en la cancha. Al principio nos veíamos sólo cuando Colón jugaba de local, era como una cita”, relató ella riéndose.
Pero continuó Leandro: “Era un embole (sic), para colmo ella iba a la tribuna de mujeres con unas amigas y yo a la de J.J. Paso. Por eso al poco tiempo nos pusimos de novios. Ahí fue cuando gané la pulseada y la convencí de que viniera conmigo. Ahora o nos alegramos o sufrimos, pero juntos”.
Sobre el nuevo estadio y el espectáculo, la pareja coincidió: “La cancha es impresionante y la fiesta me gustó mucho. Dady (Brieva) y Los Palmeras son lo máximo”.




