Editorial

Violencia en el fútbol

Era de público dominio que si River descendía el domingo pasado se iban a producir desórdenes. Una muestra de lo que podía suceder ya se había manifestado la semana anterior en la ciudad de Córdoba cuando el equipo “millonario” perdió dos a cero frente a Belgrano. El más elemental sentido común aconsejaba por lo tanto, que el partido a jugarse en el estadio de avenida Figueroa Alcorta, se realizara sin público. Eso se hizo en circunstancias parecidas como medida preventiva.

Sin embargo, nada de esto ocurrió. El partido se jugó y todos marcharon impertérritos hacia un final previsible. Cuando el árbitro dio por terminado el partido, un par de minutos antes porque la situación se había tornado insostenible, comenzaron los desórdenes. Las imágenes que mostraban los medios de comunicación eran dantescas: violencia callejera, fuego, propiedades dañadas, agentes de seguridad heridos. No deja de llamar la atención que el único medio que no transmitió esas imágenes fuera Canal 7, ejerciendo una suerte de autocensura o tratando de impedir vanamente que la sociedad se enterase de lo que estaba ocurriendo en las inmediaciones del estadio de Núñez.

Las preguntas por hacerse en estos casos son: ¿Quiénes son los responsables de lo sucedido? ¿Las autoridades de River? ¿El presidente de la AFA? ¿Los funcionarios políticos que disponiendo de todos los recursos para prevenir el desorden, dejaron hacer y cuando intervinieron ya era demasiado tarde? Sobre el rol de los “barrabravas” ya nos hemos referido en numerosas ocasiones. Se trata de delincuentes comunes que deberían estar entre rejas. River no es el único club que ha alentado y ha permitido que los “barrabravas” impongan sus condiciones. Sin ir más lejos, este mismo fin de semana en Santa Fe hubo desbordes inadmisibles.

La irracionalidad de estos delincuentes está fuera de discusión. Pero lo que importa determinar en todos los casos es la responsabilidad de directivos, políticos y dirigentes sindicales que los financian, recurren a ellos como mano de obra para ciertas faenas sucias y les permiten actuar como verdaderas bandas mafiosas. Sin este apoyo, los “barrabravas” serían apenas una crónica policial reducida a su mínima expresión. Lo que los convierte en temibles es el respaldo del poder. Por otro lado, a nadie escapa que en los estadios de fútbol -y esto no ocurre sólo en la Argentina- amplios sectores sociales canalizan pasiones y resentimientos que poco y nada tienen que ver con el deporte, porque el fútbol como tal es un pretexto, una sublimación.

Se sabe que casi siempre es una minoría la que inicia los actos de violencia, pero cuando la situación se descontrola y los lazos civilizatorios se rompen, esa minoría se amplía y de allí al caos hay un solo paso. Demás está decir que lo que se debe hacer en estos casos es prevenir. Es lo que no se hizo este domingo en el estadio de Núñez. Y lo más grave es que no se hizo cuando era vox pópuli que iba a ocurrir lo que efectivamente ocurrió.